Roberto Bolaño

(foto: Editorial Anagrama)

La última vez que Leonardo Tarifeño habló con Roberto Bolaño fue en febrero del 2003. Entonces coeditaba el suplemento cultural El Ángel, del periódico Reforma, donde Bolaño solía colaborar ocasionalmente, y a Tarifeño le pareció pertinente conocer su opinión respecto a la muerte del escritor guatemalteco, Augusto Monterroso.

—No quiso decirme nada— recuerda Tarifeño —No quería hablar de muertos. “Además, la próxima necrológica que vas a escribir, será la mía”, me dijo en broma “No jodas”, le respondí. Me pareció de pésimo gusto que me dijera una cosa así—.

No era una broma: en Barcelona, Bolaño agonizaba mientras esperaba un trasplante de hígado y terminaba su última novela 2666. Pocos lo sabían. Su nombre aún no figuraba en las primeras listas de ventas, pero ya había recibido el premio Herralde y el Rómulo Gallegos por Los detectives salvajes, donde los protagonistas –nómadas irremediables— retratan a la Ciudad de México a través de sus interminables derivas por sus barrios y calles.

Bolaño murió cinco meses después de la llamada de Tarifeño. Su final temprano puso la última piedra que configuró el mito de un escritor incómodo, comprometido con una actitud juvenil y rebelde. Catorce años después, Leonardo Tarifeño pretende reconstruir los pasos del chileno por la Ciudad de México, a través de un paseo por el Centro Histórico donde se leerán poemas extraídos de raras revistas infrarrealistas, se visitarán sus librerías predilectas, el lugar donde compró su máquina de escribir o los departamentos que visitó.

El mito de la Ciudad de México

«Hay un poema llamado Lupe que viene en el libro Tres. Habla sobre una prostituta y un hotel de la colonia Guerrero. Y habla de ese lugar como un lugar donde podría quedarse a vivir, escribir un libro. Hoy ese hotel es un lugar sórdido, donde la gente llega con niños de 12 años, un horror que a Bolaño le hubiera costado “romantizar”.

«A la literatura se llega de muchas maneras. Por ejemplo, muchos llegan a los libros de Jack Kerouac por las películas que se han hecho sobre la generación beat. Pero al final, no importa cómo llegues a los libros, sino que éstos te ayuden a ver al mundo de otra manera. De alguna forma, la Ciudad de México ha ayudado a concretar esas leyendas, pues fue crucial para Kerouac, para Burroughs, para muchos otros autores, Bolaño entre ellos. Todos ellos han retratado a la ciudad en épocas muy particulares: las calles que describe Kerouac en Tristessa son los mismos puntos que recorrería Bolaño diez años después: Garibaldi, la Guerrero, el Centro Histórico. En Tristessa, Kerouac habla del mismo punto donde hace unos años asesinaron al nieto de Malcolm X, en Garibaldi».

Plaza Garibaldi

Noche en Garibaldi (Cuartoscuro)

Las multitudes del Centro Histórico

«De la época en que Bolaño estuvo aquí, los años sesenta y setenta, a la fecha, la ciudad se ha transformado. El Centro Histórico se transformó de una manera brutal. Los mismos infrarrealistas te lo dicen claramente: el Centro de hoy no tiene nada que ver con el Centro de los años Bolaño. La ciudad no era tan cosmopolita y todavía no llegaban estas grandes migraciones que la caracterizan ahora. Me acuerdo mucho cuando el escritor Sergio Pitol volvió de Europa y se hospedó en el Centro. Él cuenta que miró las calles desde la terraza de su hotel y se asombró de la cantidad de gente que pululaba por el centro y no pudo evitar pensar que las multitudes habían tomado la ciudad».

La mala vida en la calle de Argentina

«Bolaño era una persona con serios problemas de dinero. Justamente este Bolaño de los paseos, de la adolescencia, es un tipo con serias carencias económicas. Su papá, que era boxeador, empezó acá a trabajar de camionero. Bolaño era un chavito que repartía gas, que distribuía refrescos en camiones. No tenía nada de dinero. Esto le llevó a conocer otra ciudad, una ciudad alejada de la que retrataba Paz o los escritores ya laureados. Él conoció una ciudad oculta para los intelectuales de la época y defendía esa ciudad con los dientes.

Café-la-Habana

Hombres en Café La Habana (archivo Cuartoscuro)

«Los poetas son fundamentalistas. Si eres poeta y tienes dinero te vuelves un traidor: tienes que ser pobre, un poco sucio, borracho. Octavio Paz, por ejemplo, era un diplomático, con un papel político y con dinero. Y ellos defendían esta vida más bohemia, más lumpen. Ser poeta para ellos era otra cosa: se trataba no sólo de escribir, sino de vivir poéticamente. Muchas cosas que suceden en Los detectives salvajes, como cuando Mario Santiago le contagia la sarna a Felipe Muller, en su piso en la calle de Argentina, son cosas reales, producto de la falta de higiene y de la mala vida que llevaban».

El Café la Habana: de Fidel Castro a Roberto Bolaño

«En Los detectives salvajes, el Café la Habana aparece como el Café Quito. Bolaño lo describe como un lugar de reunión de los intelectuales de la época. Pero allí no se reunían los intelectuales de la ciudad. Allí se reunían, sobre todo, los intelectuales extranjeros. Unos doce años antes de que Bolaño pisara México, el Café la Habana fue el punto donde Fidel Castro y el Ché Guevara planearon el ataque a Cuba, a bordo del yate Granma, con el que inicia la revolución cubana.

«Ahí mismo, en Bucareli, Bolaño escribe de un gringo que vendía pizzas cerca del reloj chino, y lo cuenta casi con ternura. En aquel entonces no había muchos lugares donde vendieran pizzas, menos los gringos. Había cafés, algunos restaurantes, cantinas. Nada más. Bolaño retrata una ciudad que todavía tiene que ver con un espíritu literario mucho más transparente, que destila cierta candidez y que aún es abarcable. Eso importa: Bolaño y sus secuaces recorren el DF a pie, algo cada vez más raro en nuestros días».

Palacio Postal

Cuartoscuro

Una escuela literaria: de Donceles a Avenida Juárez

«Otra cosa que tiene la Ciudad de México es su valor evocativo. Estos libros —Amuleto, Los detectives salvajes, Llamadas telefónicas— los escribe todos en España. La Ciudad de México es la ciudad que él recuerda, porque no volvió nunca, aunque mantenía contacto con todos sus amigos. Nos sucede a los extranjeros cuando pasamos mucho tiempo fuera de nuestros países: al regresar uno se siente fuera de la jugada. A él le convenía seguir escribiendo sobre el mundo que tenía bien conocido, en lugar de corroborar que ese mundo estaba en extinción. Cuando le preguntaban por qué no volvía a México, cuando aquí tenía un grupo creciente de lectores, además de muchos amigos, él siempre decía lo mismo: no se regresa nunca al lugar del crimen.

«La Ciudad de México ha sido también la capital de los forajidos, de los vagabundos literarios. En México desarrollaron su obra gente como B. Traven, Ambrose Bierce, Antonin Artaud… y la Ciudad de México en específico contiene una atmósfera muy fértil donde uno puede encontrar su voz, por todo lo que aquí se cruza. Bolaño la encontró en las librerías de Donceles donde compró toda la colección de ciencia ficción de Minotauro —de la que habla en su último libro póstumo—, o en la librería El Sótano de Juárez —de la que habla en Llamadas telefónicas y en Los detectives salvajes— o de sus vagancias por la colonia Guerrero —de las que habla en Amuleto—. El único lugar del mundo donde él pudo haber descubierto que quería ser escritor es aquí. La Ciudad de México es una escuela literaria en sí misma».

Domingo 26 de marzo

10 a 11:30 hrs

$20 por persona

¿Quieres asistir? Llama e inscríbete: 5529 4294, 5772 2244 Ext. 6727