Cuando recibió el Grammy por Mejor álbum folklórico el pasado 15 de noviembre, Natalia Lafourcade (1984) extendió una larga lista de agradecimientos que incluía a Los Macorinos (los músicos de Chavela Vargas), a sus colegas y a la vida.

“Nunca pensé que todas aquellas cosas que soñé desde que tenía 14 años, y decidí dedicarme a la música porque era lo que más quería hacer en la vida, me regalaría [sic] tantos momentos y tantas anécdotas”, declaró en sus redes sociales. Y no exagera. Discípula del método Macarsi, creado por su madre María del Carmen Silva, aprendió guitarra, piano y canto. A los 16 comenzó a componer. Pero fanáticos y especialistas coinciden en que el parteaguas de su carrera ocurrió en el año 2005, después de una dolorosa ruptura con la banda La Forquetina, con la que había grabado su disco Casa (2005).

Pasó nueve meses en Canadá, donde convivió con músicos que la llevaron a dar pasos gigantescos hacia su propio estilo. Volvió con un disco instrumental, Las cuatro estaciones del amor (2007), y las semillas de álbumes como Hu Hu Hu (2009) y el premiadísimo Mujer divina (2012), un homenaje a las canciones de Agustín Lara.

Si con su disco Hasta la raíz (2015) logró una profundidad personal nunca antes vista, con su proyecto doble Musas (un homenaje al folclore latinoamericano en manos de Los Macorinos) (2017, 2018) escribió un nuevo capítulo en la identidad de todo un continente. No por nada en 2018 cerró su gira con siete llenos en el Teatro Metropólitan.

Apartada en un retiro indefinido, la veracruzana de familia y chilanga de nacimiento no tiene claro qué depara el futuro. “Qué delicia poder apagar y dar un salto al interior. Esperé mucho tiempo para este momento y vamos a ver cómo se va desarrollando esta nueva etapa”. Mientras vuelve al estudio o a los escenarios, nos quedan sus canciones y su huella en la música latinoamericana.

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