De las guerras que se pelean en esta ciudad, quizás la más cruenta es la que se da entre millones de mujeres y la bestia herida del machismo. Siento vergüenza, tristeza y encabronamiento por vivir en un país construido sobre el más violento machismo.

Muchos rostros e historias pasan por mi mente. De pronto pienso en mi querida amiga que denunció el acoso sexual de un ex jefe y le dijeron las autoridades que no podían hacer nada porque el acosador «ahora vive en Cancún».

Pienso también en el ídolo de la canción y ejemplo para la juventud (según el presidente Peña) Julión Álvarez asegurando que una mujer que no sabe agarrar el trapeador no sirve.

En mi amiga que fue a denunciar la violación de un taxista a la delegación y le preguntaron: «¿y qué sintió?».

En el locutor Marcelino Perelló diciendo en la radio que hay mujeres que sólo experimentan el orgasmo al ser violadas.

En mi amiga que se reencontró por casualidad con el tipo que abusó de ella hace 15 años y no supo qué hacer ni qué decir, paralizada por el miedo.

En el ex diputado del PRI Alejandro García Ruiz, quien dijo en la radio: «las leyes, como las mujeres, se hicieron para violarlas».

En el campeón del automovilismo Sergio “Checo” Pérez quien asegura que no competiría con una mujer, que mejor «se vaya a la cocina».

En mi amiga a la que tocaba insistentemente su maestro y que al decirle a sus padres no le creyeron. O en la que fue drogada y violada por un trabajador de su escuela. O pienso en la que era golpeada brutalmente por su marido porque no le gustaba lo que cocinaba.

Los hombres y las mujeres de razón y corazón tenemos que ser claros y no dudar tomar partido por la lucha feminista

Pienso también en el presidente Peña Nieto justificando su ignorancia sobre los precios al decir: «No soy la señora de la casa».

En el marido de la señora que trabaja en mi casa, quien ayudó a escapar a una joven violentada con sus hijos, y luego fue golpeado brutalmente en represalia.

En el eslogan contra Xóchitl Gálvez de un grupo indígena hidalguense que decía: «Cómo vamos a permitir que nos mande una mujer?».

En mi amiga a la que le ofrecieron «dar el clima» en un prestigiado noticiario a cambio de «algo más».

En mi amiga a la que el padre de su hijo la infectó con una enfermedad venérea.

En el gobernador de Monterrey, Jaime “el Bronco” Rodríguez, diciendo que a una niña gorda (embarazada) nadie la quiere.

En mi amiga cuyo marido millonario se declaró en quiebra para no pagar la pensión de sus hijos.

En los tuiteros que condenaron a una de las víctimas del accidente del BMW en Reforma porque no le avisó a su marido que iba a salir.

En cierto directivo de una importante televisora nacional que le recomendó en una junta editorial a una de sus conductoras estelares: «Tú sigue así, bonita».

En la joven periodista Andrea Noel a la que le bajaron la falda en La Condesa, quien vivió un duro linchamiento en redes sociales por lo que tuvo que irse del país.

En mi amiga a la que su padre golpeó al enterarse que le gustaban las mujeres.

En el panista Jorge Camacho cuando tuiteó: «¿De quiénes son las mujeres? De sus maridos…»

En la respuesta misógina de la procuraduría capitalina ante el asesinato en CU de la joven Lesvy Berlín.

En la sociedad que somos que ha permitido que las cosas hayan llegado a este punto intolerable y vergonzoso, donde el machismo se acepta con normalidad y se lincha a quienes lo denuncian y visibilizan.

La guerra contra esta bestia de mil cabezas está en su peor momento y los hombres y mujeres de razón y corazón tenemos que ser claros y no dudar tomar partido por la lucha feminista, aunque eso implique traicionar viejos códigos absurdos y misóginos que nos enemisten con nuestro propio género. Eso, o ser parte de esa casta maldita que golpea, que viola y que mata mujeres porque puede y porque en este país hasta las canciones más cantadas dicen «Mátalas», «Ojalá que te mueras» y «de vez en cuando hay que pegarle a la mujer para que sepa quién es el hombre».