Antes de ver Roma

Cuando salió el tráiler de Roma me fue muy evidente que se trataba de un Amarcord tropicalizado. Esto no es forzosamente malo, sin embargo hay por ahí un par de películas que navegan como homenajes a Fellini y que yo -sin chistar y de poseer dicho súper poder- eliminaría de la memoria de la gente: Nine y La Gran Belleza. Asco del mal. Además, seamos francos, es una burrada desconfiar de Alfonso Cuarón: Niños del hombre es una preciosa coreografía cinematográfica; más que un filme, es un emocionante alarido, un himno entre ruinas. Y tu mamá también nos fue fundamental a muchos para dar el salto entre siglos con un poco de identidad, la película sigue defendiéndose como un emocionante road trip sobre la amistad a pesar de que el clímax de los dos amigos que se besan luce ya un tanto caduco. Vaya, qué más prueba de sensibilidad chilanga se le puede pedir a un director que puso a sus personajes a coger de pie en la punta de la Torre Latinoamericana. Hasta una de Harry Potter realizó nuestro connotado director.

Conforme se acercaba la fecha de estreno de Roma en pantallotas, fuimos testigos de una inmensa maquinaria mercadotécnica en torno de la película. La develación del póster nos hizo agua la boca. Nos descubrimos hablando de algo que no habíamos visto. La expectativa aumentó. Luego se proyectó en Los Pinos (escribir esto a mí me sigue pareciendo inimaginable) y en varias plazas públicas del país. Estaban agotados los boletos para verla durante todo diciembre en Cine Tonalá y en las Islas de C.U. sucursal Cineteca Nacional. Un afamado periódico gringo la tildó de clasista. El pergamino infinito del facebook se contagió con expertos en cine. Gente que habla de ella como si hubiera descubierto el mole de olla y gente que la odia por las razones menos sensatas posibles. La actriz Yalitza Aparicio apareció, cacofonía aparte, en la portada de una magazine de moda. “Ya quiero ver que la pongan a actuar en otro tipo de películas, como en una chick flick”, comenta alguien. Pues a Precious no le exigimos tanto, pienso yo. “No, wei, es que se escucha hasta el que afila cuchillos”, me comenta un compa que ya la vio. Comienzo a preocuparme. Quien me ha leído sabe que mucha de mi literatura tiene que ver con microbuseros, vendedores del gas, el trajín diario de esta ciudad de autor que me tocó narrar. Si Cuarón se vuelve el dueño de estos ecos y ángulos, el resto de creadores no tenemos momentáneamente cómo competirle. ¡Carajo! Arturo Ripstein lleva años rescatando en sus películas el ambiente, basurero y alma mexicana. Y de pronto es como si se nos hubiera olvidado su existencia. ¡El hombre filmó una Madame Bovary de vecindad basado en sus recuerdos juveniles del texto de Flaubert!

Se estrena en Netflix, todo mundo la ve. GIFs, memes, spoilers, el tuit menso de “no le vas a entender a Roma si no creciste en la Ciudad de México” y sus posteriores variaciones chuscas (de la cual destaco: “no le vas a entender a Jurassic Park si no eres un biejo lesbiano”). Hay quien comenta que el filme normaliza injusticias y clasismos. No sé qué harán estos compas cuando descubran el neorrealismo italiano. Mucha gente la compara con La Rosa de Guadalupe o Mujer: casos de la vida real. A estas personas les hace falta ver más capítulos de La Rosa de Guadalupe o Mujer: casos de la vida real. Hay también a quienes les pareció aburrida porque no sale Bumblebee o se durmieron porque está en blanco y negro. Bueno. No necesita este trabajo de Cuarón que uno se desgane defendiéndolo, tampoco.

Quiero ver Roma desde cero y como se tiene que ver: en una sala de cine, a oscuras y entre un clan momentáneo de espectadores del fuego. En el fondo quiero ver Roma sólo para darme cuenta de que Museo es mejor película.

Después de ver Roma

Roma es una película hermosa. Cualquier comparación con Fellini está fuera de lugar ya que no narra la historia épica de una colectividad. Más bien la trama dolorosa de una muchacha indígena. Es precisa, y respetuosa. Está llena de escenas poderosísimas. La del temblor en los cuneros. La de la mujer que se enfrenta al mar (aquí colaboré llorando). La de los Halcones y sus armas. El jarrito de pulque que se quiebra en mil pedazos, como una desopilante maldición. Hay una película llamada El hijo de Saúl en la que queda claro que aún quedan miles de historias por contar sobre el Holocausto. De igual manera Roma me hace pensar que necesitamos replantearnos cinematográficamente nuestra historia reciente. La película nos atañe a todos, habla pausadamente acerca de lo que nos aterra. También es un homenaje a un tipo muy específico de mujer mexicana que, seamos francos, saca y sacará adelante a este país. Pienso en mi madre y sus manos arrugadas de tanto lavar pisos. Roma no acapara un gajo de historia de la Ciudad de México, más bien le rinde cariñoso homenaje a nuestro pasado en común, a la memoria de la tribu, a las cacas del perro entre las llantas del Galaxy.

No es mejor que Museo. Ambas son una maravilla.

También puedes leer otras columnas de Gabriel Rodríguez Liceaga:

Las opiniones expresadas por nuestros nuestros columnistas reflejan el punto de vista del autor, que no necesariamente coincide con la línea editorial ni la postura de Chilango.