Esta ciudad todo el tiempo está cambiando de piel y no siempre es fácil aceptarlo. Entre las muchas cosas que cambiaron el mes pasado, por ejemplo, el sábado 7 de julio cerró sus puertas El Imperial, un lugar que durante una década se volvió punto de encuentro para músicos y amantes de la música.

El Imperial se une con tristeza al cielo de los lugares que han hecho de la noche chilanga un lugar habitable y festivo, y que han caído en el intento. En mi memoria todavía puedo subir las escaleras del antiguo Terraza Casino en Insurgentes para llegar a Rockotitlán y ver tocar a Ritmo Peligroso con La Maldita Vecindad. O puedo entrar al L.U.C.C., a esos conciertos inolvidables de Café Tacvba y Santa Sabina; o al Rock Stock, en Reforma y Niza; o al legendario Nueve, o al Tutti Frutti, el Bulldog, el Café-cine; o ya de perdida a la Casa del Canto en la glorieta de Insurgentes, donde tocaba el grupo familiar Isis, aquel en el que hacía sus pininos un niño baterista llamado Elohim, que ahora es famoso con su grupo Moderatto.

El Imperial estaba ubicado en esa zona de la Roma-Condesa que fue severamente lastimada por el temblor, casi frente al edificio de Álvaro Obregón 286. De hecho durante los días que siguieron a la tragedia, dicho espacio abrió sus puertas para convertirse en albergue para rescatistas. En la década que permaneció en funciones, sus creadores Atto Attie y Jorge González dieron cabida a más de dos mil grupos de rock nacional e internacional. Ahí vi a Siddhartha, a Atto and the Majestics y a San Pascualito Rey, igual que a Pellejos y Adiós París. En El Imperial cabíamos toda la fauna diversa del rock, el punk, el ska y la contracultura nacional.

Toqué varias veces en El Imperial con mi proyecto Monocordio y siempre fueron conciertos memorables. De entrada había pocos escenarios para tocar que contaran con una cortina roja corrediza, como en los viejos teatros. Eso le daba un toque muy elegante a cualquier presentación. El camerino era el epicentro de grandes encuentros y desencuentros; en ese lugar podías enamorarte de alguien o perder a tu novia. A mí me llegaron a pasar ambas cosas.

«Me entristece que El Imperial deje de existir. Era un gran lugar para escuchar bandas clásicas y nuevas, y era también un gran lugar para tocar. Pero sobre todo era un espacio de amigos, de música, de amor, de locura y bacanal.»

No tiene mucho que pasé una noche ahí, una de esas que se resisten a terminar y que se estiran chiclosamente. No sabía que iba a ser mi última noche en ese querido espacio, pero como escribió Borges: «Para siempre cerraste alguna puerta y hay un espejo que te aguarda en vano». Era el cumpleaños de dos queridas amigas y decidieron celebrar ahí con un personaje fuera de serie, a quien convencieron de presentarse en México en su faceta de dj: el genial escritor Irvine Welsh.

La noche arrancó con el creador de Trainspotting, ataviado con una camiseta de la selección mexicana, leyendo un fragmento de uno de sus libros, para ir paulatinamente subiendo a sus tornamesas digitales hasta hacer vibrar todo. Poco a poco este punk eterno nos llevó del rock al funk, y del house al trance, hasta que fuimos capaces de ver bebés caminando por el techo. Nadie dejó de bailar durante un rato que se nos hizo eterno. En mi caso, agarré tal viaje que hasta perdí a las del cumpleaños, por lo que terminando el set, subimos a buscarlas, aunque en su lugar encontramos al dj Chuck Pereda haciendo de las suyas, así que nos quedamos un rato más a bailar hasta que las piernas flaquearon. Así eran las noches en El Imperial.

Me entristece que El Imperial deje de existir. Era un gran lugar para escuchar bandas clásicas y nuevas, y era también un gran lugar para tocar. Pero sobre todo era un espacio de amigos, de música, de amor, de locura y bacanal. Recuerdo muchas veces cómo llegué ahí, pero recuerdo pocas cómo salí. La única y última vez que he ido al Torito fue justamente saliendo de ese sitio; desde esa ocasión siempre tomé taxi para regresar a casa. ¡Gracias a El Imperial y a los lugares entrañables que nos han dado las mejores noches de nuestras vidas! Espero que al morir, en el cielo de aquellos a quienes nos gusta la música, la noche y el desmadre, todos esos lugares que están en mi corazón, sigan abiertos eternamente.

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