Cuando apenas tenía 16 años, Camilo Lara (1975) ya trabajaba en EMI. Según José Areán, desde pequeño les dejaba claro su potencial. Cuenta que una tarde, cuando ensayaban en casa de Bon, el pequeño Camilo llegó de la escuela y comenzó a tirar insistentemente de la mano de Alejandro Giacomán, el tecladista, para que le explicara qué tipo de sonidos tenía su teclado; después, decidió que él y los demás músicos eran unas montañas y, literalmente, los comenzó a escalar. Era una muestra de su potencial, interpreta Areán: Camilo estaba dejando claro que podía llegar aún más lejos que sus hermanos mayores. Por ejemplo: a ser el curador de East Los, una estación de radio chola para la quinta versión del videojuego internacional Grand Theft Auto producido por Rockstar Games.

Cuando Camilo tenía 13 años, quería escuchar y saber más de música que los otros dos. Conocía muchos datos, estaba al corriente de lo más nuevo y era un tremendo fan de los cómics. Se sentaba en una sala a escuchar los nuevos discos que cada quien había comprado. Pero le faltaba probar el verdadero sabor del rock en vivo. Su oportunidad llegó cuando a Bon lo invitaron a la presentación de la banda española Radio Futura en el entonces llamado Hotel de México.

El hermano mayor ya formaba parte del círculo exclusivo de músicos que construía una corriente de rock que se cantaba en español. Los boletos para la presentación de los españoles eran insuficientes; no había una entrada para el más pequeño. Incapaz de aguantar su insistencia, Bon lo llevó a la prueba de sonido con la condición de que de ahí regresaría a casa –como si con eso se hubiera conformado Camilo–. Ya en el lugar, el futuro creador del IMS tuvo la brillante idea de quedarse, en calidad de polizonte, hasta que empezara el show: experimentó su primer tocada de rock y se le “volaron” los sesos. Quería más.

Camilo quería adentrarse en ese mundo, así que comenzó a realizar trabajos para solventar sus gustos: clasificó la biblioteca de sus padres y trabajó como mesero en un restaurante en Tlalpan. Este trabajo cambiaría su vida: ahí conoció a José Álvarez, reconocido director de documentales que en ese tiempo llevaba un par de meses con una nueva estación de radio adonde invitó a trabajar a Camilo como promotor. Era el principio de Radioactivo 98.5.

–¿Te arrepientes de no haber firmado a alguna banda? –le pregunto. Él vira un poco la cabeza sobre su hombro izquierdo y me mira fijamente de reojo.

–Mucha gente se enoja en el momento en que no la firmas, pero tampoco recuerdo a alguien que me haya gritado: “Te odio porque no me firmaste”. El demo de Elefante pasó por mi escritorio, pero nunca sucedió nada. No me arrepiento por más exitoso que haya sido el proyecto.

Una vez dentro de la industria, Camilo vivió episodios que lo hicieron madurar más rápido de lo normal y lograr éxitos que nunca se imaginó de niño: ocupar la presidencia de EMI Music México, crear dos disqueras propias (Suave y Cassette), reinventar a Los Ángeles Azules, llevar a otros continentes al Instituto Mexicano del Sonido y realizar remixes en conjunto con artistas como Ad-Rock y Money Mark, de Beastie Boys.

Camilo se levanta todos los días a las nueve de la mañana para llegar a trabajar a su disquera, cuyo catálogo incluye a artistas como Nick Cave, Andrés Calamaro y Björk. Emplea su tiempo para crear más música o irse de gira. Parece que el más pequeño de los tres no se detendrá en mucho tiempo.

Los hermanos Lara tienen poco tiempo para reunirse en familia y conversar, pero cuando lo logran, tratan de no hablar sobre el negocio. Se saludan, se abrazan y se miran con atención. No quieren que esas reuniones parezcan de ejecutivos, prefieren la vieja relación que alimentaba el espíritu de la casa de sus padres en Coyoacán.

Hoy, los hermanos Lara son fácilmente identificables. Basta reproducir un video de Bon y los Enemigos del Silencio, Moderatto o el Instituto Mexicano del Sonido, tres bandas que pueden presumir a miles de seguidores de distintas generaciones y ser autores de canciones que han sacudido las listas de popularidad. Los diferencian peculiaridades: el bombín de fieltro de Camilo, el maquillaje de Marcello para transformarse en Mick Marcy y la seriedad de Bon, autor de coros históricos en los 80 como “Voy a buscar la paz interior”.