En su estudio de Coyoacán, Bon (1965) luce tranquilo, maduro y reflexivo. Escoge muy bien las palabras antes de contestar.

–Aportaste mucho al rock mexicano en los 80, ¿te consideras una influencia importante para las siguientes generaciones? –le pregunto.

–Empiezo a darme cuenta hasta ahora, por el afecto que me tienen muchos jóvenes y algunos otros de mi época. En ese momento no estaba consciente, no había mucho futuro, lo hacíamos totalmente por gusto al rock. Pero sí establecimos un proceso más industrial y ahora lo puedo ver: hay fans que todavía reconocen aquella época como algo importante e influyente.

Los recuerdos de Bon y los Enemigos del Silencio aún penden de las paredes donde Leoncio suele componer música para películas, lo cual empezó a hacer en 1992 y que incluyen títulos como Rudo y cursi, de Carlos Cuarón, y Así es la vida y La virgen de la lujuria, de Arturo Ripstein.

Pero antes de llegar a esto, Bon roqueó en los sitios más importantes de la Ciudad de México. Le tocó abrir brecha: fuera de El Tri, el rock mexicano, que se movía en la escena underground, parecía inexistente; tampoco había buenos escenarios para tocarlo. Bon lo sabía. Ya había tenido una primer banda, Cáscara, un grupo que formó en la secundaria en compañía de José Areán, ahora director de la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México. Se conocieron en la cafetería de la escuela, donde Leoncio se sentaba a tocar la guitarra con Brian Chambouleyron, un importante tanguero argentino de la nueva generación que lo involucró poco a poco en la corriente del rock en español, que músicos como Charly García ya habían navegado con éxito al sur del continente.

A pesar de que en México casi no había lugares para tocar en 1986, la pasión de Bon no decayó. Por el contrario, formó un grupo con más forma: llegó Alejandro Giacomán en los teclados y Balú en la batería. Se empezaron a mover en tocadas del Colegio Madrid, en las librerías Gandhi y el Foro El Ágora.

Entonces, el camino de aquella banda tuvo algunos giros importantes: a la vida de Bon llegaron personas como Saúl Hernández (que lideraría Caifanes). Juntos formaron el proyecto Frac, que mientras para Bon representó un receso temporal de los Enemigos del Silencio, a Saúl le abrió camino antes de que siquiera se le ocurriera formar las Insólitas Imágenes de Aurora, la antesala de Caifanes. Lo más lejos que llegaron fue a la final de una batalla de bandas organizada por la disquera Pearless. Lo de Leoncio estaba con los Enemigos del Silencio.

Rockotitlán, Rock Stock, la firma de su primer disco con Sony, abrirle el concierto a Stewart en el estadio La Corregidora, en Querétaro, y trabajar con Carlos Narea, productor de Los Hombres G, Miguel Ríos y Luz Casal, fueron algunas de las glorias que Bon y su banda comenzaron a saborear. Pero el panorama seguía sin ser alentador para los combos mexicanos con las disqueras transnacionales, que prácticamente no confiaban en ellos.

Sin embargo, la fiesta grande estaba por comenzar cuando Bon llegó a BMG. La comunión entre bandas se hacía cada vez más grande y junto a los Enemigos del Silencio comenzaron a sonar conceptos de gran fuerza, como Café Tacvba, Maldita Vecindad y Los Amantes de Lola. Una generación estaba cambiando por completo su gusto por la música y hasta su manera de pensar. Sin planearlo, Bon abría una brecha que, poco a poco, se hacía más grande.

«Había grupos que nos mandaban sus demos y que se nos acercaban en las tocadas para mostrarnos su propuesta y, si había la oportunidad, los recomendábamos. Estaba difícil hacer algo por ellos, tampoco es que fuéramos un grupo de poder».