“¡No nos abandones tanto!”. Fue el primer reclamo que le sacó una sonrisa a Paco de Lucía el pasado sábado por la noche en el Auditorio Nacional.

Lo del guitarrista, revolucionario del flamenco, legendario cómplice de Camarón de la Isla, es tirarse en la hamaca de la casa que tiene en un rincón de Yucatán, pasearse por el mercado y tocar para sí mismo.

Cuando quiere contactar nuevamente con el mundo, se arma una girita, como él mismo dice en un documental realizado en el Sureste mexicano, donde se dejó escudriñar.

Ahí reitera su pasión por la pesca submarina con la misma sinceridad con que dejó ver que no es cosa fácil eso de ser “genio”, “maestro” o cualquier otro apelativo que no se ve le agraden demasiado.

Por eso los casi veinte años que no se presentaba en un escenario y ante un público como el del viernes pasado, aunque una semana atrás hizo una primera presentación en el Palacio de Bellas Artes, donde al final dijo que el público había sido demasiado clásico y que lo suyo era tocar con algo más de ruidos.

Por eso la sonrisa cuando le pidieron que no se alejara tanto de un público que no llenó el Auditorio porque ni siquiera fue abierta la parte más alta de las butacas.
Pero igual fueron más o menos 7 mil fieles “gitanos” que acudieron para dejarse sorprender por las manos de Francisco Sánchez Gómez, Paco, el de Lucía, porque así se llamaba su madre portuguesa.

Sus manos regordetas, de venas que casi le traspasan la piel y dejan ver sus 65 años de edad, fueron las protagonistas de un concierto que contó con varios complementos emotivos.

El público ovacionó como pocas cosas los momentos en que Antonio Fernández “Farru” bailó en el breve tablao al centro del escenario, mientras el resto del septeto lo acompañaba ya fuera con el cante (Rubio de Pruna y David de Jacoba), el cajón o las percusiones (Israel Suárez “El Piraña”), otra guitarra (Antonio Sánchez), el bajo (Alain Pérez) o el teclado y la armónica (Antonio Serrano).

“¡Soy tu hijo perdido!”, grito alguien más a medio concierto y una sonrisa más amplia del guitarrista, quien antes de arrancar con otro canción se volvió cómplice de la broma: “¿Cuál es?”, respondió.

Fue alrededor de hora y media de verdadero flamenco, aunque el escenario igual fuera solemne y permite poco el arrebato, características que repudiaría este arte, tan mundano como sentimental.

De todos modos el público parecía encantado y obligó a regresar a los artistas encabezados por un sonriente Paco de Lucía, quien se despidió con “Entre dos aguas” y dejó una sensación de deuda saldada, aunque tardara casi dos décadas en pagarla.