(Foto tomada de kingsofleon.com)

Por Francisco Rubio

El dilema de los hermanos Followill no radica en que tengan problemas en el escenario. Tampoco en que no sean cada uno de ellos un virtuoso en su instrumento. Mucho menos en carecer de canciones poderosas que levantarían a cualquiera. Su mayor problema es que su rock-pop meloso, lleno de éxitos, tiene cada vez menos alma y está más automatizado.

No me malinterpreten: ‘Supersoaker’, la canción con la que abrieron su participación en el escenario Corona, tiene guitarras poderosas y un ritmo pegajoso, como si se tratase de una canción perdida de los 80 y descubierta apenas ayer. Otras como ‘Fans’ todavía tienen ese dejo de perdición en la voz de Caleb Followill, a quien pocas veces se le entiende qué está tratando de decir claramente.

El dilema es que de pronto llegas a ‘Knocked Up’ y te entregan casi ocho minutos de virtuosismo, pero luego las cosas caen estrepitosamente para ofrecer ‘Temple’, que muestra exactamente lo mismo: una canción-fórmula de cuatro minutos, sin más que ofrecer, sin más que arriesgar.

Claro que todo el mundo canta con ‘Use Somebody’, un himno perfecto de la generación que está en la incertidumbre de si es millennial, generación X o ‘vaya-usted-a-saber-qué’; pero la cosa pinta mejor en el encore y parece que en el cuarteto de Nashville todavía existe una llama encendida con temas como ‘Crawl’ y ‘Black Thumbnail’.

Sin embargo, para su última canción, ‘Sex on Fire’ (con luces y efectos especiales en el escenario), el asunto está más que dicho: Kings of Leon es la banda que todo el mundo quiere escuchar, pero que no se permite ya arriesgar nada. Ni modo. Ahí estaremos para su siguiente disco, esperando de nuevo una sorpresa. 

(Galería de imágenes del #CC14)
(Todas las reseñas del #CC14 por acá)
Minuto a minuto del día 2