Durante los cuatro días de festival, uno puede andarse por las ramas entre amenidades periféricas como la siempre sorprendente Carpa Intolerante y sus actos experimentales, o bien, por escenarios secundarios menos ostentosos. Se puede uno echar un mezcal y descansar la espalda en una silla Acapulco a la par que se proyecta un documental en la zona de Ambulante. O se vale ir a chacharear a la versión itinerante del tianguis del Chopo, para salir ajuareado con cds, camisetas de los Pumas, collarcitos jipis y bongs.

Pero no nos hagamos güeyes: uno no puede decir que conoce la máxima fiesta del rock hispanoamericano si no ha estado presente durante alguna de las presentaciones de las vacas sagradas. Es de carácter obligatorio pasar a checar tarjeta alguna vez en la vida, con actos del calibre de Café Tacvba, Bunbury, Zoé o Los Auténticos Decadentes.

Este año, las tradiciones y clichés del Vive Latino se refrendarán al ritmo de Los Fabulosos Cadillacs: skank, pogo, slam, codazos, mentadas de madre, tumblings improvisados con sábanas para mandar a miembros de “la raza cósmica” a que toquen el cielo, gallos, porros, porras fut-rockeras, lonjas de barra brava…

Hay que perder el yo y fundirse en el abrazo colectivo y amorfo de #labanda, para vivir anécdotas dignas de ser transmitidas a nuestros nietos –que asistirán al Vive Latino 2035–. Para ello, hay que mimetizarse, levantar los codos y evitar el slam si uno no pesa más de 90 kilos.

¿Y Los Cadillacs? Son el pretexto ideal para cerrar el Vive Latino con broche de oro y desfogar todas las calaveras y diablitos que se pudieron haber quedado sin hacer catarsis. ¡Qué importa si Vicentico, Sr. Flavio y compañía no traen álbum nuevo desde 2009! Consideremos que su chamba estará cumplida siempre y cuando toquen “Matador”, “Mal bicho” y [Levanta los brazos mujer/ Y ponte esta noche a bailar…].