Han tocado en cada rincón del país y en los escenarios más importantes de Latinoamérica. Ver a Los Ángeles Azules en Coachella no debería sorprendernos. Este jueves 25 calentarán motores en el Auditorio Nacional

Cuando escuchó los gritos, supo que iba a morir. Minutos antes del despegue, Jorge Mejía Avante, acordeonista y compositor de Los Ángeles Azules, preguntó a sus hermanos si acaso estaba temblando. Pero no: era el viento lo que sacudía el avión como si fuera un barco en mitad de la tormenta.

Una noche antes, el sábado 13 de enero, Los Ángeles Azules habían tocado su repertorio de cumbias románticas frente a unas 10,000 personas en la fiesta patronal de Cojutepeque, en El Salvador: el primer concierto del año. ¿El primero de cuántos? Desde hace más de 20 años, suelen tener alrededor de 20 presentaciones al mes. Pero este 2018 es distinto: el 13 y el 20 de marzo se presentarán Los Ángeles Azules en Coachella, uno de los festivales internacionales más importantes de la música alternativa.

Mientras tanto, la vida de los hermanos Mejía sigue igual que siempre: de un hotel a otro, de una feria otra, de un avión a otro, siempre llena de turbulencias y desvelos. Por eso, cuando Jorge Mejía sintió las sacudidas de ese aironazo salvaje apenas el avión se separó del suelo, cuando escuchó la alarma que les ordenaba abortar el despegue y los gritos –«¡Nos vamos a voltear, nos vamos a voltear!»–, pensó tranquilamente: «ya nos tocaba». Para Los Ángeles Azules no sería raro morir dentro de un vehículo con alas.

Dios no lo quiera. 

De cumbia en cumbia

Los Ángeles Azules en Coachella

Foto: cortesía Ocesa

Después de casi cinco horas de entrevistas, mesas redondas y fotos con la prensa, Los Ángeles continúan impecables. Ellos con traje plateado, ellas con vestido de gala. Un día después de su vuelo angustioso desde El Salvador, los hermanos Mejía –Lupe, Cristina, Alfredo, Elías, Pepe, Jorge– son puro glamour.

«La gente no sabe, no sabe –se queja Pepe Mejía, timbalista–: “¡Uta, han de comer puro caviar!”, nos dicen. Ayer llegamos casi en la noche de El Salvador y yo no había ni desayunado, me tuve que llenar con galletas y agua, nomás pa’ amanecer. Y así es siempre, ¿eh?».

Una vida nómada, de gitanos, sin descanso: así pasan los días Los Ángeles Azules, los hermanos Mejía. Durante años, fueron estafados por empresarios que les prometían las estrellas y al final no les pagaban, tocaron en cada una de plazas populares del país, pasaron navidades y Año Nuevo lejos de su familia, sin señal de celular ni contacto con el mundo, en pueblos perdidos en medio de la selva de Chiapas, en comunidades perdidas en Oregon o en rincones recónditos de Sudamérica. Este 2018 inició con la sorpresa de Los Ángeles Azules en Coachella.

«Te lo voy a decir así –dice Jorge–, para que tocaran Los Ángeles Azules en Coachella tuvimos que trabajar desde abajo. Nosotros hemos recorrido todo México, para empezar, pueblo por pueblo. Hemos ido a todas las ferias de todos los estados. Sólo así uno puede darse a conocer: antes de llegar a la radio, antes del Vive Latino, antes de los videoclips, tuvimos que tocar en todos lados».

Con más de 30 años de historia, Los Ángeles Azules han tenido que forjar su propio mito. Por eso, antes que Ocesa Seitrack los «rescatara» del olvido, los pusiera a grabar con Ximena Sariñana y a presentarse en el Vive Latino, ellos ya habían recibido ovaciones en el estadio Luna Park en Argentina, en el Dodge Stadium de Nueva York o en la Plaza de Toros México. Antes que la nostalgia kistch los convirtiera en ídolos, ellos ya conocían el cielo.

«En 2017–explica Pepe– cuando nos presentamos en el Hollywood Bowl, en California, pues la gente ya nos conocía. Los empresarios vieron que nuestras rolas pegaban, que todo mundo se las sabía, que hubo lleno total. Eso fue lo que convenció de que tenían que tocar Los Ángeles Azules en Coachella. Pero para eso, tuvimos que trabajar desde abajo, solo así alguien como nosotros pudo colarse en un festival así».

«Es horrible –confirma un miembro del staff que renunció hace unos años a la agrupación–. Hubo un mes en que hicimos 25 fechas. Tú llegas al hotel después del concierto, te das un baño y enseguida, al aeropuerto, porque el vuelo es a las 6:00. Ellos (los hermanos Mejía) siempre viajan en avión, pero los músicos y el staff nos vamos por tierra a veces: son cuatro o cinco horas de dormir en una cama dentro de una camioneta. No creo que haya muchas agrupaciones con ese ritmo. Por eso son Los Ángeles».

Vida en familia

Los pocos ensayos de Los Ángeles suelen suceder en este lugar. Los hermanos Mejía Avante se han hecho de casi una manzana entera de la colonia la Era, en pleno Iztapalapa. Cuando no están de gira por algún rincón extraño del país o en algún cabaret de Sudamérica, pasan aquí el tiempo con su familia; si aún quedan energías, las usan para ensayar nuevos arreglos para sus canciones.

Te puede interesar: 7 cumbiones que hasta el más rockero baila

Fue a cinco kilómetros de distancia de aquí, pasando el Cerro de la Estrella, en el Barrio de San Lucas, donde comenzó todo. En este lugar todavía asolado por la delincuencia, la escasez de agua y un cielo enmarañado de cables, la música no era un arte, sino una forma de sobrevivencia. La leyenda ha sido contada mil veces: Martha Avante, la madre de los seis hermanos, fue quien empujó a sus hijos a tocar. «En las fiestas al menos les darán de comer», les dijo.

Supersticiosos y católicos hasta la médula, Los Ángeles son también una institución familiar. Además de los hermanos Mejía Avante, a la agrupación se han sumado un puñado de hijos o sobrinos del mismo clan, ya sea como músicos o como parte del staff.

Hoy, Martha Avante continúa siendo la “dueña” del grupo. Aunque ya no puede acompañar a sus hijos a cada una de las tocadas, ni cuidarlos de los malos hábitos, suele prender una veladora cada que ellos parten de gira, está atenta de todas las presentaciones, los reprende cuando no le parece lo que dijeron en alguna entrevista, escucha los ensayos desde su cocina, los instiga a estar unidos siempre. En más de un sentido, Los Ángeles Azules son creación de esa mujer de 92 años y gesto severo.

«Si salimos de madrugada –cuenta Lupe Mejía, encargada del piano y del guache–, mi madre nos marca de inmediato: “¿por qué no pasaron a despedirse? ¿Se están peleando otra vez?”. Gracias a mi madre, a su creencia en Dios, es que estamos aquí».

Los Ángeles Azules en Coachella: todo menos miedo

Los Ángeles Azules en Coachella

Foto: Cortesía Ocesa

–Tienen casi 30 discos grabados, entre álbumes y sesiones en vivo, cientos de canciones. ¿No se cansan de que el público pida siempre las mismas?

Jorge Mejía.- Pues mira, no. Hemos ido agregando las canciones del nuevo disco, de Plaza en Plaza, y parece que pegan. Pero la verdad es que la gente, desde que llegamos, está gritando: «¡la de 17 años, la de 17 años!». Siempre va a pedir esa. Pensamos que tenemos un repertorio de clásicos que es lo que gusta. Y también la compañía discográfica te va programando qué canción sonar.

Te puede interesar: Sonora Dinamita de Lucho Argain: auténtica cumbia, sin adornos ni cambios

–¿Hay alguna canción olvidada que les gustaría rescatar?

JM.- Un montón. Está La cumbia de los pescaditos, por ejemplo. Es una canción instrumental, muy así, cómo te explico, para mover al pueblo, para que la gente baile. A mí me gusta mucho.

–Los Ángeles Azules en Coachella, ¿piensan llevar a algún invitado?

Guadalupe Mejía.- Cómo no, habrá dos invitados por lo menos. Pero todavía no queremos decir quiénes. Será una sorpresa.

Aunque no pueden ocultar los  nervios, los hermanos Mejía aseguran no tener miedo. A unos cuantos meses de que toquen Los Ángeles Azules en Coachella, ya están alistando motores. Mañana, jueves 25 de enero, se presentarán en el Auditorio Nacional.

Cuando le preguntamos por separado a uno de los músicos que conforman la orquesta cuál es el punto débil de Los Ángeles Azules, respondió: «La ejecución en vivo. Salvo Jorge y Alfredo, la verdad es que los hermanos no son grandes músicos. Pero eso no importa: ellos tienen una manera de jugar con el tiempo, de retrasarlo, que es única. Tienen 30 años de tocar las mismas canciones, las mismas cáscaras y saben que la cumbia genuina no es perfecta. Es como el barrio: tiene defectos, pero por eso es el barrio».