Hay dos posibilidades con Fito Páez: puedes catalogarlo como un genio o lo consideras como un artista más, con sólo un puñado de canciones exitosas.
Mientras que 30 años de trayectoria y 20 discos no son suficientes para algunos; otros lo consideran un monstruo del rock argentino. Esa ambivalencia es característica de Rodolfo Páez, y le ha ganado ser siempre tema de polémica. Sus notas poseen esa ambivalencia que te podría llevar a un estado de éxtasis, o provocarte tremendo bostezo.
Los casi cuatro mil chilangos que congregó en el Auditorio Nacional reflejan vigencia en la época de los “gadgets”, algo a lo que se ha tenido que acostumbrar el nacido en Rosario ya que es un romántico empedernido.
Con 15 minutos de retraso (como buen argentino), Páez salió a escena con un traje negro. “Rock & Roll Revolution” y “Muchacha” deleitaron los oídos de una pareja que brincaba y gritaban sin cesar por la presencia del compositor.
“11 y 6″ y ” Tendré Que Volver a Amar” sacaron a relucir jerseys pamperos. La imagen de Maradona y Páez juntos en una camiseta son símbolo de que es un Dios para algunos.
Luna voz limpia, Páez se convirtió en un cuasi director de orquesta, manejaba a su antojo las voces al unísono de todos sus seguidores capitalinos; “Cadáver exquisito” y “Un vestido y Un Amor” casi hicieron desmayar a una rubia con una playera albiceleste.
Una pausa, un cambio de vestuario casi inmediato en “El Amor Después del Amor” levantó de su asiento a todos. Otra rubia bostezaba mientras su acompañante se embriagaba con las letras del argentino.
Como si fuera una faena donde piden par de orejas en la Plaza México, la gente sacudía sus playeras argentinas. “A Rodar Mi Vida” hizo sacudir la polilla de cientos de cabezas entrecanas.
“Mariposa Tecknicolor” dio fin a las casi dos horas que estuvo Páez en el escenario.
¡O te gusta o lo desdeñas! Fito Páez no es para todos, pero aquellos que lo aceptan no necesitan más que su simple presencia para honrarlo.