Un viaje de casi dos horas y media por las cuatro estaciones del año, lleno de anécdotas y risas, fue parte de lo que Ely Guerra regaló a al público ayer en el Teatro de la Ciudad Esperanza Iris.

Ely subió al escenario sólo la acompañaba el pianista y jazzista Nicolás Santella y un fondo sencillo con dos círculos que proyectaban imágenes de la naturaleza. Se trataba del concepto que ha trabajado en los últimos años: El Origen, mismo que celebra sus 20 años de carrera.

Resultaba difícil ver a Ely cantar y recordar que se trata de, como ella lo dijo “un bombón de 45 años”. Aparte de estar súper guapa -y elegante con un traje negro y cabellera rubia-, parece que hizo un trato con el diablo a la Dorian Grey para no envejecer.

Arrancó con “Colmena”, para después dedicar las primeras palabras de las muchas que compartiría con su público. “Este es un año que no ha sido fácil, de hecho ha estado muy cabrón. Este 2017 no la he pasado nada bien, pero dentro de ese proceso: me la he pasado a toda madre”.

Además de esa eterna juventud y belleza, Guerra también mantiene intacta esa voz mezzo-soprano que la caracteriza. Y el hecho de que sólo la acompañara el piano, más la acústica tan buena que tiene el Teatro de la Ciudad, le dio oportunidad de lucirla al máximo. Alguien en el público dijo que “gritaba muy loco”. No eran gritos, simplemente tiene alcances muy altos que es raro escuchar en otras cantantes mexicanas.

“Vereda tropical”, “You love me” y “Mi playa”, continuaron con la noche. Donde Ely aceptó que cuando la gente le pide que cante canciones de tradición mexicana, se molesta un poco: “Ah, chingá. Eso es lo que siempre canto. Mi música es tradición mexicana”.

El concierto estuvo lleno de reflexiones de la también compositora, sobre todo cuando hablaba de la estación que cada ciclo de canciones representaba: “Empezó el otoño. Empiezas a crecer y te pasa todo. Se cae todo. Empiezas a estremecerte al verte al espejo. Yo creo que tenía 20 años cuando me enamoré. Y escribí canciones de amor. Por supuesto de vieja. Pero, ¡qué vieja!”.

A pesar de no llenar la venue, la cantante aceptó que tocaba en uno de sus lugares favoritos: “Me siento en familia aquí. Es muy acogedor este lugar, sin albur”. Luego, antes de dar paso a uno de sus temas más representativos, “Peligro”, Ely dedicó de nueva cuenta palabras a la gente, pero esta vez, sobre el amor: “Si ustedes creían que han estado en una relación peligrosa. Déjenme que les cuente que yo no sé cómo se debe entrar en una relación. Porque nosotros no sabemos, antes nuestros padres sabían. Hoy puedo entender que la relación de pareja es lo que nos sigue formando como humanos. Lo que nos permite construir y destruir. Y es por eso que deseo para ustedes, profundo amor”.

Tras tocar “Quiéreme mucho” a las 10:15 de la noche, su pianista se despidió para darle paso a Damián Gálvez acompañado de su guitarra eléctrica. Ely hizo lo propio con una acústica y juntos interpretaron “Tengo miedo”, “Ángel de amor” y “No quiero hablar”. Tras terminar este ciclo de canciones la cantante prometió nueva música para la próxima vez que se reencuentre con su público.

Casi al final del concierto, cuando Guerra describía cómo somos las mujeres, alguien en el público gritó: “Son fáciles”. Por lo cual la cantante, lo buscó entre los asientos con la mirada y cuando lo encontró le dijo: “No cabrón, somos bien difíciles”. Lo que desencadenó un aplauso largo por parte del público y muchos “te amo, Ely”. A los que ella respondió frunciendo el ceño y diciendo: “A veces pienso que no saben lo que dicen”.

“Prometo ser”, que definió como la “la mejor canción que le escribí a la hija que nunca tuve”, “Te amo, I love you”, “Pa-ra-tí” y “Ojos claros, labios rosas”, parecían dar fin al concierto, pero tras el llamado de los asistentes para que regresara, Guerra, Gálvez y Santella subieron de nuevo al escenario y cerraron a las 11:30 el ciclo de “La Primavera” con “Lágrimas de agua salada”, “Júrame” y la rola final “Vale que tengas”, la cual fue completamente a capella, un final ideal a una velada que como ella dijo en un punto, “ojalá no se tuviera que terminar nunca”.