Danny Elfman es un compositor fundamental del cine contemporáneo y más cuando se le asocia a la filmografía de Tim Burton, un cineasta con el que ha hecho una de las duplas más duraderas e identificables del cine. Han trabajado juntos desde los ochenta, cuando hicieron mancuerna en Las aventuras de Pee-Wee y luego en dos películas que catapultaron a ambos: Beetlejuice y El joven manos de tijeras, que volvieron reconocibles el estilo del cineasta y las sonoridades del compositor.

Las atmósferas de Elfman, complejas aunque similares, fantásticas pero tétricas, tan festivas como melancólicas, tan vertiginosas como pausadas, son parte del imaginario colectivo.

La Orquesta Sinfónica Nacional se pone a la altura y hace una ejecución aceptable de la selección hecha para este concierto: Danny Elfman, la música para las películas de Tim Burton. Se ensamblan muy bien en lo colectivo, pero hay deslices en los silencios que de repente parecen murmullos. Como si a la música sin cables le hiciera daño el micrófono ambiental: amplifica sus pequeñas imperfecciones.

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Después de Beetlejuice, que enlazaron tras sus interpretaciones de Charlie y la fábrica de chocolate y Las aventuras de Pee-Wee, el director John Mauceri gira y agradece al escaso público que asiste al Auditorio Nacional en esta primera fecha. Mauceri es un arreglista y director versátil que ha dirigido a varias sinfónicas del mundo. Ahora le tocó llevar la batuta de la nacional de México.

En las pantallas, a la ejecución de la orquesta la acompañan bocetos alusivos al filme en cuestión, así como una selección de escenas representativas de cada película. Una lluvia de remembranzas fílmicas. El trabajo coral es destacable, hay un niño que sostiene perfecto los solos del coro. El público ovaciona con emoción. A cada nuevo letrero, nuevos aplausos. Hacia el final de Mars Attacks!, Mauceri casi pierde los lentes por la enjundia que le pone. Desde Sleepy Hollow, la selección anterior, se veía emocionado por la reacción del público.

Sigue Big Fish. El solo de violín de esta sección suena casi impecable. El maestro le pide a sus solistas que se pongan de pie. Luego, la ejecución que cierra el intermedio: Batman y Batman Returns. Ahora sí el público se descose. La intro de Batman y el vals de la muerte, excelsas.

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Presenciamos una especie de revisión desordenada de una filmografía entrañable, de culto, pero a partir de su música. Un recorrido que el espectador se apropia por sus referencias personales, por su gusto cinéfilo. Una lluvia de remembranzas fílmicas.

Una de las partituras más experimentales/diferentes de Elfman abre la segunda parte: El planeta de los simios. Pondera las percusiones y un sonido más áspero. Es una breve pero buena ejecución. Las notas suaves de El cadáver de la novia, predominantemente de piano, sacan el grupito ahogado de aaaaay, más que nada femenino. Es otra de las composiciones en las que Elfman decidía explorar con otros sonidos que lo hacen distinto, casi irreconocible, a no ser por aquel campanazo tan característico creado con xilófono.

Es el Burton de los dos miles. Explorando formatos, técnicas, historias. Repetido y exagerado. Se escucha la música de Sombras tenebrosas. Acá donde Elfman conecta el estilo épico de Batman con su obra reciente, exigiéndose. Pocas veces dos autores se conjuntan de esta forma, alimentándose y creciendo y desarrollándose a la par, haciendo de sonidos y personajes una asociación inmediata, que se apodera del recuerdo. Una lluvia de remembranzas fílmicas. Frankenweenie. En estas partituras se percibe una mayor madurez de Elfman. Ya más en función de la imagen a la que sirve su música que a una identificación inmediata de su propia obra creativa. Que es indudable.

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La complejidad sonora de Elfman es engañosa. Quizá parezca simple, pero cuando uno ve a la orquesta empleándose a fondo para crear un sonido uniforme, entiende que no es así. El director reconoce a la OSN pidiendo a sus músicos que se levanten a recibir el agradecimiento tras la soberbia ejecución. Momento mágico. El joven manos de tijera. Y el violín solista, una joven de rizos negros y entusiasta, la guapa Sandy Cameron, sale con un traje en piel que hace referencia a Edward, personaje que catapultó a Johnny Depp. Con fortaleza y decisión. Una ejecución potente. Es un recorrido por la imaginería visual con la que nos forjamos. Esta mujer nos engatuzó. Y luego, es como si la nieve cayera para nosotros. Como su Winona, la musa de Burton antes de Helena Bonham-Carter (un par de películas son un par de películas), bailara para nosotros. La violinista regresa a agradecer. Y la orquesta también se levanta. Los músicos están dando todo.

La obertura que desata el griterío: la de El extraño mundo de Jack. Y ahí sale Danny Elfman a cantar. Jack, el mismísimo rey calabaza, con sus lentes de cristales ámbar, su saco azul, camisa roja y un pantalón negro de piel. “This is Halloween”. Aaaaahhhh, se oye. Y un fuerte Danny desde el segundo piso. Da unos pasitos al ritmo de la música. Y sigue cantando, ahora “What’s this?”. Se preocupa hasta de la sincronización con las imágenes del fondo, precisamente toda la escena de la película y voltea recurrentemente hacia atrás para ver la pantalla. Abre mucho los ojos. Jack’s obsession. Aplauso tremendo. Danny se emociona. “Jack’s lament”. Y luego sale junto con Mauceri, con quien va hasta enfrente. Una fan trata de alcanzarlo. No la dejan. Otra. Tampoco. Pero un tipo se aferra y le lanza un sombrero blanco con un Jack impreso al frente. Elfman se lo pone y se despide. Luego intenta lanzarlo al público.

Mauceri regresa llevando de la mano al niño, que queda hasta enfrente de la orquesta y le da vida a “Alicia en el País de las Maravillas” con su aguda pero excelente interpretación. Es el Elfman épico, fantástico, pero funcional. Estamos por terminar. Danny regresa junto con Sandy Cameron. “oogie Boogie song”. Elfman bailotea y canta. Mauceri adopta el papel de Santa Clows/Claus, gorro incluido, y canta con él.

“One, two, three”. Y Danny saca unos pasos más pulidos y vistosos en la interpretación musical. “Thank you, Mexico”, palabras suficientes para desatar la euforia que agradece una lluvia de remembranzas fílmicas a través del oído.