Poder. Una palabra a la que muchos ven como el fin máximo en la vida. Una existencia basada en ser el mejor en todo, en satisfacer a los demás o en controlar todos los aspectos que pudiesen existir. ¿Por qué queremos poder? ¿Todos lo queremos?

En la música el poder se define con el glamour. Bueno, una especie de poder. Porque hay poderes que van más allá. Poderes que no los define un individuo, sino la interpretación que se le hace a ése o esos individuos.

Para entender la comunicación se han hecho varias teorías. Algunas dicen que el emisor del mensaje posee todo el poder, otras que depende del medio, algunas más, adjudican que el intérprete del mensaje tiene la responsabilidad de cómo debe ver lo que se presenta. Ya dependerá de cada quién cuál escoja.

¿Cómo entender a un artista musical que no busca el éxito, sino tan sólo hacer buenos álbumes que dejen satisfechas sus necesidades de composición? ¿Cómo se puede interpretar ese mensaje?

Un evento puede cambiar el transcurso de toda una vida. A Bek David Campbell, una casera lo engañó diciéndole que le iba a entregar unas llaves después de que pagara por la estancia en el cuarto. Él pagó. Ella desapareció. Nueva York no recibiría a Beck y tendría que regresar a Los Ángeles. Para algunos, probablemente habría sido un giro desafortunado. No vivir en la ciudad en la que se quería por una miserable mujer, no es el mejor escenario, pero si eso no hubiera pasado, tal vez nunca habríamos conocido a Beck.

Después de abandonar la escuela a los 15 años, Beck decidió hacer música. Adoptó como nombre artístico Beck y se dedicó a hacer canciones. Influenciado por un bagaje que cualquier músico envidiaría —su madre era bailarina de The Velvet Underground y su abuelo fue uno de los cofundadores del movimiento artístico conocido como Fluxus, catalogado más bien como un anti-arte—, Beck no tenía altas pretensiones. Sólo quería hacer canciones que le agradaran, que no sonaran todas igual, como cuando —a los 12 años—, comenzó a comprar discos para descubrir que todo era lo mismo.

Cuando decidió empezar a tocar, la suerte no lo acompañó. Los lugares ni siquiera le daban oportunidad de interpretar algunas canciones. Pero en la vida hay que ser perseverante y, sobre todo, ingenioso. Se le ocurrió hacerse amigo de las bandas. Así, estaba un rato con ellos y le decía al dueño del lugar que si podía tocar mientras sus cuates preparaban los instrumentos. La banda, sorprendida por el estilo de Beck, le preguntaban al dueño que quién era ese muchacho. Ya se imaginarán el malentendido. Sin embargo, no había problema, algo maravilloso estaba ocurriendo sobre el escenario.

Beck ha dicho que lo que él intenta es que “cada sonido sea único”, que “cada canción sea un mundo”. Por ello es tan poco común su música. Así como su abuelo con Fluxus, Beck se uniría a una generación de músicos que hacen algo conocido como anti-folk. Es folk con alma de punk rock. Está bien si metes una guitarrita acústica y unas voces, pero también está bien si gritas o si enciendes tu guitarra acústica en tus presentaciones, así como lo hace Beck.

Una presentación tan pasional y honesta, no podía pasar desapercibida. Tom Rothrock, un productor musical, descubrió a Beck. Enseguida le dijo que grabara canciones con él. Veía en las letras y el estilo del músico, el eslabón que buscaban para fusionar folk con hip hop. Así nació Loser. Así nació el ídolo. Un loop de guitarra, sobre el que Beck escribió una letra. El sencillo estaba en el Top 20 de mejores canciones, y ni siquiera tenía un disco grabado.

Viendo el potencial que tenía, Geffen Records decide reclutarlo. Pero Beck no quería que le pusieran cadenas, así que la firma todavía no llegaba. Su potencial era tanto, que Geffen accedió a ofrecerle un contrato en el cual, si el disco no les gustaba, podía ir a otra compañía para grabarlo y distribuirlo. Libertad para el anti-artista. Un trato así no se rechaza fácilmente. Mellow Gold fue grabado con poco presupuesto y vendió 1 millón de copias. Nada mal para un perdedor.

De repente, toda una generación tenía una voz. Así como Nirvana o los Pixies sirvieron para dar voz a la última parte de la Generación X, Beck serviría para ser el vocero de su siguiente camada de personas, la supuesta Generación Y. Los underdogs, los raros, los rechazados veían que la excentricidad, en realidad, no estaba tan mal. Esto era todavía más exaltado durante las presentaciones en vivo de Beck, en donde —sobre todo en la gira del Odelay, otro de los discos definitivos del californiano, en el que encuentran cabida el metal, el hip hop, el R & B, el folk, el country y el punk—, los escenarios se llenaban de pasos y vestuarios extravagantes. Freakshows para las masas.

El éxito le llegó a Beck de manera, quizá, inesperada. Sin embargo, su esencia nunca se ha ido. Las ganas de experimentar siguen tan vigentes como desde los 12 años. A veces nos puede entregar el más ecléctico de los discos, o declaraciones tan introspectivas y bonitas como el Sea Change o el más reciente Morning Phase.

Hoy, es headliner en casi cualquier festival. Es un deconstructor del pop que gusta de jugar con todos los recursos a su disposición. Es un genio que enternece el alma o pone a brincar como demente. Al final, lo que podemos decir es que Beck es capaz de crear collages que cumplen el único cometido de un enorme músico que no buscó poder: nunca, nunca jamás, sonar aburrido. Y sí, lo tendremos como headliner del Corona Capital 2014.

¿Y a ustedes, les late Beck?

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