La tarde del Viernes Santo camino entre colonias paupérrimas de bares lacrimosos, restaurantes desiertos, deshuesaderos y hoteles decadentes, hasta que se abre ante mí el paraíso en versión náutica, la Marbella mexicana. Unas 300 embarcaciones, blancas e impecables, aguardan a que sus dueños las usen. Frente al muelle surge una alberca rodeada de jardines.

Bajo un fondo musical de Mendelsohn nadan dos madres jóvenes, rubias y cinceladas, junto a sus hijos. Cae el sol.

En un rato aparecerán las lucecitas sobre los diques de este club que decidió nombrar a “Don Gustavo Díaz Ordaz”, uno de sus grandes impulsores, “miembro distinguido”. Imagino que con la caída del sol comenzarán a llegar los yacht llenos de celebridades, todos embriagados junto a sus muñecas de silicón. Pero no hay nada de eso. Para ellos, Semana Santa no es un tiempo ideal en Acapulco.

Paseo entre el yate Hamsa, de Jaime Camil, un barco fastuoso en el que su padre festejó el año pasado a Neil, hermano del presidente George W. Bush; el Fandango, de Joaquín López Dóriga y el Tunner, del dueño de Cinemark, Roberto Jenkins. Los nombres de la gran familia mexicana de los yates son lo más emblemático de la política, el empresariado y la farándula: Jorge Kahwagi, Alfredo Elías Ayub, Ana Bárbara, Alejo Peralta, Alberto Ángel “El Temerario”, los Farell, Murat y Molina, gente de mundos diversos que coincide aquí para abordar los embarcaciones de las más grandes marcas: Hatteras, Maiora, Aicon, Albermale.

Alejado de los mortales, en un recodo descansa el Sunseeker 82, un yate de 25 metros de largo y 7 metros de alto, cotizado en 4.5 millones de dólares, al que Luis Miguel bautizó “Margaux” en homenaje al Bordeaux francés Château Margaux, el tinto con el que “corrompe” a sus mujeres. Su tripulación la integran el capitán, el cocinero, el marinero y quien lo traslada en jetsky desde su casa en la playa Alfredo Bonfil. «Vi muchas cosas —me cuenta Salvador Lagunas, hasta hace poco su capitán —pero son fuertes y no puedo hablar. Te puedo decir que le gusta manejar rápido en mar abierto oyendo a Carlos Vives o Michael Jackson. Una vez nos fuimos tres días a Ixtapa, y en el viaje platicó conmigo para mejorar su técnica».