Aw. Tú y tu pareja están en ese mágico momento de sus vidas en el que sienten que las noches son largas tras abandonarse en la casa de los papás de cada uno. Les gustaría estar juntos 24/7, platicar largo y tendido por las noches, despertar entre sus brazos, preparar el desayuno juntos, ver películas hasta el amanecer y la mejor parte: tener sexo t-o-d-o-s los días.

En eso, se te prende el foco y le sugieres que vivir juntos podría ser la solución a todos sus problemas: compartir un proyecto a futuro, (además de los gastos, que en estos tiempos, aprietan… ¡Y vaya que aprietan gacho!). En fin, comenzar una vida juntos.

Ja. Sí, repito: JA, JA, JA.

Vivir juntos no es tan sencillo y no es del color rosa que nos lo pintan; por el contrario, en algunas ocasiones las cosas se ponen color de hormiga y a veces piensas: para qué chiflados me vine a vivir con él/ella.

Aquí te presentamos algunos (pequeños) detallitos que debes considerar antes de tirarte por la borda, perdón, de dar el gran paso:

1. Ceder espacio

Ah, tu cama. Ese espacio en el que tú decides cómo dormir, cuánto tiempo dormir y en qué posición. Cuando te mudes a vivir con tu pareja medita, sobre todo, en el tamaño de la cama, porque si es matrimonial, ¡ay de ustedes! Las patadas, los ronquidos, permanecer al filo de la cama porque el otro la ocupa toda son sólo algunas de las cosas que te dejarán con sendas ojeras y que provocarán más de un comentario como: ‘ay, pero si mírala, tan ojerosa, seguro le da gusto al gusto toda la noche’. Ajá, cómo no. Seguro no saben lo que significa un verdadero duelo de titanes.

2. Voy a salir con mis amig… ¿QUÉ?

Aquí igual depende del sujeto en cuestión, hay gente muy relajada a la que no le molesta que sus parejas salgan con sus cuates, pero si tu amado/a es del bando contrario, agárrate. Las salidas que comenzaban el jueves y culminaban el domingo con una chela en el Hijo del Cuervo valieron eme. Si se te ocurre salir, lo más probable es que te pongan horario de llegada y, si te va bien, no te estará hablando cada hora para saber en dónde y con quién estás ya que despertó y no te vio acostada/o a su lado… Muy probablemente a la siguiente tendrás que pasar tu taza entre los barrotes de la cárcel para poder salir.

3. Crónica de una digestión anunciada

En la primera noche que aflojas con tu pareja, casi no duermes, pues sientes que en cualquier momento puedes hacer un ruido que quizá no sea muy elegante ni mucho menos agradable al olfato. Pero bueno, sabes que en unas horas llegarás a casa de tus papás y podrás llegar a tu cuarto a armar la fiesta en el pueblo. Pero cuando vives con él/ella la cosa cambia, ¡ni modo que te aguantes todo el tiempo y sufras de una congestión estomacal! Así que en algún momento lo mejor será romper la barrera de la timidez y liberar tus penas, ya que como bien dice el dicho: ‘tú, ¿qué sabes del amor si nunca has sabaneado un gas?’. Sabiduría pura.

4. Yo lavo, tú cocinas

Las tareas domésticas no causan furor. Si están acostumbrados a que sus lindas mamitas les recojan todo, olvídenlo. Eso de llegar a la casa y hacer un striptease que implique dejar un caminito de ropa desde la puerta hasta el cuarto, pues está chido, pero luego no olviden recoger sus chivas, ya que no está nada padre que la otra o el otro se la pase siguiendo las pistas de Blue para encontrar el mentado par del calcetín negro. Divídanse las tareas, es lo más justo y lo más sano.

5. Compartir tiempo

Este punto va un poco relacionado con la cuestión de los amigos. Se quejan y se quejan de que no pasan tiempo juntos, pero pues ir al súper, al tianguis o a la tlapalería juntos, también significa compartir momentos. Igual se agradece a esos varones que acompañan a sus chicas a hacer los mandados, además de superar el mito del típico macho mexicano que no hace cosas ‘de viejas’, le da un aire muy sexy a esos valedores. Así que no sean manchados y jalen parejo.

6. El mito del sexo diario

No, tampoco es para que se desilusionen, pero vivir juntos no significa que todos los días sus vecinos se quejarán del sonido de la cama contra la pared, aunque, bueno, hay algunos con una condición física de atleta que aguantan vara (francamente, qué envidia), pero otros, pues, mmh, quizá con una o dos veces a la semana ya se dan por bien servidos (pffff). La cosa está en que cuando el sexo deja de ser aquello prohibido que hacían en el pasillo de los departamentos, pues como que pierde su encanto… y si a eso le sumamos que ya dominamos los movimientos del otro, pues fregóse la cosa.

7. Fallas de origen

Cuando uno comienza a vivir con alguien comprende todo lo que te advierten antes de dar ese paso. Uno qué va a saber de las mañas ocultas, como por ejemplo que sea una obsesiva con la limpieza o un simio para el orden en la casa. Sí, en estos casos hasta la pasta de dientes destapada puede causar un aneurisma si la pareja en cuestión se desquicia con esos detalles (¡ouch!). O bien, esos placeres culposos que mientras anduvieron de chinos libres nunca salieron, como su afición secreta a Ricardo Arjona o a Alejandro Sanz, o su pasión por Black Sabbath o Rat, en cada caso contrario a sus parejas rockeras o poperas.

8. La sal de la relación: la comunicación

Ambos trabajan, quizá uno de los dos esté cursando una maestría o el otro tiene guardias en el trabajo que le impida saber que hace una semana a uno de los dos casi lo atropellan en Reforma. Vamos, tampoco es tan complicado: considera que tendrás que reservar un buen espacio en tu apretada agenda para poder escuchar al otro, no vaya a ser que alguien más te coma el mandado y huya hacia los brazos de otra/o que sí lo escuche. (O que aguante tener sexo más de una vez a la semana, ja).

9. Los pagos (música de fondo de terror)

Antes de ir a vivir con alguien considera la lana que tú y tu pareja se enfundan cada mes con sus chambas, porque las cuentas a pagar no son pocas. Que si el internet, la luz, el agua, el teléfono, la renta, el súper. Es un varo, así que hagan cuentas bien y no se espanten por lo que terminan pagando.

10. Las preguntas incómodas de la familia

Vamos, vivimos en tiempos muy diferentes, pero aceptémoslo: a mucha gente todavía le hace ruido que una pareja decida vivir junta sin estar casada. Así que cuando vayan a una comida familiar, tómense un ansiolítico para evitar un tic nervioso en el ojo cada vez que la tía Carmelita les diga: ‘ya deberían casarse, eso de vivir así los aleja del camino del bien’. Achis… sí, este… luego.