Para conmemorar el natalicio de Jaime Sabines, uno de los más grandes poetas mexicanos, les traemos varios versitos suyos. La mayoría aplican para estas cosas del amor pero también de otras temas que nos incumben como seres humanos como la existencia y el dolor.

Sabines, que también fue diputado (sé que no sirvo para nada, pero me utilizan / Y me exhiben) es un poeta generoso que, en su lenguaje sencillo, nos atrapa. Dividimos la selección para cada ocasión (¿Ven? hablar de Sabines hasta inspira y una hace rimas).

Ahí les van, póngansen abusados para endulzarle el oído a esa damita, a ese caballero, a esa quimera que los trae cacheteando la banqueta y también para mirar un poquito hacia adentro

Los cursiñoños

Todos tenemos un osito cariñosito interior, no se hagan. Para ese mood tenemos estos versos que son la neta del planeta cuando se trata de cursilear y ñoñear al mismo tiempo:

Digo que no puede decirse el amor.

El amor se come como un pan,

se muerde como un labio,

se bebe como un manantial.

El amor se llora como a un muerto,

se goza como un disfraz.

El amor duele como un panal,

y es sabroso como la uva de cera

y como la vida es mortal.

El amor no se dice con nada,

ni con palabras ni con callar.

Trata de decirlo el aire

y lo está ensayando el mar.

Pero el amante lo tiene prendido,

untado en la sangre lunar,

y el amor es igual que una brasa

y una espiga de sal.

La mano de un manco lo puede tocar,

la lengua de un mudo, los ojos de ciego,

decir y mirar.

El amor no tiene remedio

y sólo quiere jugar.

(“Digo que no puede decirse el amor…”)

Te quiero, amor, amor absurdamente,

tontamente, perdido, iluminado,

soñando rosas e inventando estrellas

y diciéndote adiós yendo a tu lado.

(“Amor mío, mi amor, amor hallado…”)

Los llegadores

No se hagan, de vez en cuando pensamos en la inmortalidad del cangrejo. Pues hay que ponerse las pilas para filosofar tantito o pensar en el Señor (oséase, ese ser superior como lo quieran llamar. No se hagan, bien que se ponen a rezar cuando están en la fila del IMSS o en pleno partido del fut). Chequen:

Uno es el hombre.

Uno no sabe nada de esas cosas

que los poetas, los ciegos, las rameras,

llaman “misterio”, temen y lamentan.

Uno nació desnudo, sucio,

en la humedad directa,

y no bebió metáforas de leche,

y no vivió sino en la tierra

(la tierra que es la tierra y es el cielo

como la rosa rosa pero piedra).

Uno apenas es una cosa cierta

que se deja vivir, morir apenas,

y olvida cada instante, de tal modo

que cada instante, nuevo, lo sorprenda.

Uno es algo que vive

algo que busca pero encuentra,

algo como hombre o como Dios o yerba

que en el duro saber lo de este mundo

halla el milagro en actitud primera.

Fácil el tiempo ya, fácil la muerte,

fácil y rigurosa y verdadera

toda intención que nos habita

y toda soledad que nos perpetra.

Aquí está todo, aquí. Y el corazón aprende

—alegría y dolor— toda presencia;

el corazón constante, equilibrado y bueno,

se vacía y se llena.

Uno es el hombre que anda por la tierra

y descubre la luz y dice: es buena,

la realiza en los ojos y la entrega

a la rama del árbol, al río, a la ciudad

al sueño, a la esperanza y a la espera.

Uno es el destino que penetra

la piel de Dios a veces,

y se confunde en todo y se dispersa.

Uno es el agua de la sed que tiene,

el silencio que calla nuestra lengua,

el pan, la sal, y la amorosa urgencia

de aire movido en cada célula.

Uno es el hombre —lo han llamado hombre—

que lo ve todo abierto, y calla, y entra.

(“Uno es el hombre”)

Me encanta Dios. Es un viejo magnífico que no se toma en serio. A él le gusta jugar y juega, y a veces se le pasa la mano y nos rompe una pierna o nos aplasta definitivamente. Pero esto sucede porque es un poco cegatón y bastante torpe con las manos.

(…)

Dios siempre está de buen humor. Por eso es el preferido de mis padres, el escogido de mis hijos, el más cercano de mis hermanos, la mujer más amada, el perrito y la pulga, la piedra más antigua, el pétalo más tierno, el aroma más dulce, la noche insondable, el borboteo de luz, el manantial que soy.

A mí me gusta, a mí me encanta Dios. Que Dios bendiga a Dios.

(“Me encanta Dios”)

Los calentones

Esto no puede faltar. Unas palabritas para el momento de echar pasión.

Yo no lo sé de cierto, pero supongo

que una mujer y un hombre

un día se quieren,

se van quedando solos poco a poco,

algo en su corazón les dice que están solos,

solos sobre la tierra se penetran,

se van matando el uno al otro.

Todo se hace en silencio. Como

se hace la luz dentro del ojo.

El amor une cuerpos.

En silencio se van llenando el uno al otro.

Cualquier día despiertan, sobre brazos;

piensan entonces que lo saben todo.

Se ven desnudos y lo saben todo.

(Yo no lo sé de cierto. Lo supongo.)

(“Yo no lo sé de cierto, pero supongo…”)

Te desnudas igual que si estuvieras sola

y de pronto descubres que estás conmigo.

¡Cómo te quiero entonces

entre las sábanas y el frío!

(…)

¡Y como nos queremos entonces en la risa

de hallarnos solos en el amor prohibido!

(Después, cuando pasó, te tengo miedo

y siento un escalofrío.)

(“Te desnudas igual que si estuvieras sola”)

Los de lagrimita

Pos te cortaron. Ni modo, a chillarle con todo. Córtate las venas con estos poemas:

Me doy cuenta de que me faltas

y de que te busco entre las gentes, en el ruido,

pero todo es inútil.

Cuando me quedo solo

me quedo más solo

solo por todas partes y por ti y por mí.

(“Me doy cuenta de que me faltas…”)

Espero curarme de ti en unos días. Debo dejar de fumarte, de beberte, de pensarte. Es posible. Siguiendo las prescripciones de la moral en turno. Me receto tiempo, abstinencia, soledad.

¿Te parece bien que te quiera nada más una semana? No es mucho, ni es poco, es bastante. En una semana se puede reunir todas las palabras de amor que se han pronunciado sobre la tierra y se les puede prender fuego. Te voy a calentar con esa hoguera del amor quemado. Y también el silencio. Porque las mejores palabras del amor están entre dos gentes que no se dicen nada.

Hay que quemar también ese otro lenguaje lateral y subversivo del que ama. (Tú sabes cómo te digo que te quiero cuando digo: «qué calor hace», «dame agua», «¿sabes manejar?», «se hizo de noche»… Entre las gentes, a un lado de tus gentes y las mías, te he dicho «ya es tarde», y tú sabías que decía «te quiero»).

Una semana más para reunir todo el amor del tiempo. Para dártelo. Para que hagas con él lo que quieras: guardarlo, acariciarlo, tirarlo a la basura. No sirve, es cierto. Sólo quiero una semana para entender las cosas. Porque esto es muy parecido a estar saliendo de un manicomio para entrar a un panteón.

Mansamente, insoportablemente, me dueles.

Toma mi cabeza. Córtame el cuello.

Nada queda de mí después de este amor.

(…)

Levántame. De entre tus pies levántame, recógeme,

del suelo, de la sombra que pisas,

del rincón de tu cuarto que nunca ves en sueños.

Levántame. Porque he caído de tus manos

y quiero vivir, vivir, vivir.

(“Me dueles”)

Para salir de la depre

Pero tampoco es para tanto. Ya deja de moquear por todos lados y sal de la depre:

Cuando tengas ganas de morirte

esconde la cabeza bajo la almohada

y cuenta cuatro mil borregos.

Quédate dos días sin comer

y veras qué hermosa es la vida:

carne, frijoles, pan.

Quédate sin mujer: verás.

Cuando tengas ganas de morirte

no alborotes tanto: muérete

y ya.

(“Cuando tengas ganas de morirte”)

El clásico de clásicos el que siempre nos enchina la piel:

Esto es cuando ya te quieres rifar como el maestro:

Los amorosos callan.

El amor es el silencio más fino,

el más tembloroso, el más insoportable.

Los amorosos buscan,

los amorosos son los que abandonan,

son los que cambian, los que olvidan.

(“Los amorosos”)

Y aquí está el magnífico Sabines recitando este maravilloso poema:

¡Suerte mataores! Aviéntesen al ruedo y no le saquen a la poesía…

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