Aunque llevan apenas unos años, no podemos imaginar nuestras vidas sin redes sociales. Muy pronto nuestras identificaciones oficiales y nuestro curriculum vitae serán nuestros perfiles de Facebook, Twitter o Instagram.

Porque en realidad, en estos tiempos, basta echar un vistazo a la red social de alguien para saber con qué tipo de gente estamos tratando. Desde cuáles usan, cuáles no y el tipo de material que comparten y disfrutan.

Dentro de todo tampoco es tan malo. Ahora los stalkers tienen más herramientas de las qué echar mano para saber más de alguien sin ser visto, ni exhibido. Y siempre y cuando sepamos configurar la privacidad, cualquiera puede protegerse de los ojos furtivos de esa o ese cazador de datos que tanto nos ronda.

El único problema es que cuando los amigos, en general, nos tenemos que chutar una serie de comportamientos –a veces involuntarios– que además de dejar mal parados a los tuiteros-facebookeros-instagrameros en cuestión, nos hacen partícipes de su pena ajena. Aquí unos ejemplos.

Laura en América On Demand

Cuando ya de plano te peleaste con tu domadora o domador y no te contesta el teléfono, ni los mensajes, la única salida es, claro: postearle cosas de odio en Facebook, Twitter, etc. Y si, según tú, te quieres ver menos balcón, lo haces a manera de reclamos y mensajes de odio sin nombre… como si todos tus conocidos –los que de verdad saben quién eres, dónde trabajas y en qué lugar compras el pan–, no supieran a quién van dirigidos.

Sabemos que es un desahogo instantáneo postear aquel meme que reza: “si vas a empezar con mamadas, mejor que sean de las que dan orgasmos”. Pero lo que no te pasa por la cabeza es que amigos y familiares están al pendiente de lo que pones, no porque les interese, sino porque la tv ya les aburrió. Aparte es mejor estar enterado de los problemas de alguien conocido, que los de alguien que de entrada sabemos que es ficción. Por eso, la próxima vez que hasta los vecinos de abajo –a quienes agregaste por compromiso–, te preguntan si ya arreglaste tus problemas maritales, no te sorprendas.

Pásele, ¿qué le damos reinita?

Para qué hablarle a tus conocidos uno por uno para vender aquél Dart modelo 82 que ya no jala bien y del que te quieres deshacer, si podemos postearlo en redes sociales y ver quien se anima. Error, por mucho que un conocido se sienta comprometido –porque te conoce– a revisar la publicación, ¿de veras quieres enterar a la gente de tus apuros económicos? Obvio no. Ni nos interesan. Mejor elige bien a los posibles interesados y mándales mensaje a ellos. Los demás qué culpa.

El perfil de ‘El Pelusas’

Sabemos que tu perro/gato/hurón/pongaunanimalaquí es adorable. Que tiene la personalidad que siempre quisiste tener, el porte que siempre soñaste y que si por ti fuera sería estrella de cine. Pero ¿hacerle un perfil en una red social?, ¿te cae? Y lo peor de todos agregar a otros amigos animales y postear sus fotos no está bien. Entiéndelo, el perro no habla, ni expresa sus sentimientos en Facebook como tú. ¡El perro ni dedos tiene!, o ¿a poco crees que no nos damos cuentaa que todas esas cursilerías las escribes tú y no el adorable ‘Pelusas’?

El flojo de ocasión

Te juramos que si se inventaron las redes sociales, antes existieron otras cosas que se llaman buscadores. Y después se inventaron las wikis con mucha información en línea. En lugar de exhibir la poca información con la que cuentas en redes sociales con preguntas como: ¿alguien sabe qué se celebra el 2 de octubre?, intenta con un buscador y si no les entiendes dale click aquí.