Viejas horrendas

Como creemos llevar asegurado nuestro ingreso al Joy Room,
el antro más fresa de la ciudad, caminamos orondos en los cristalinos pisos de
Plaza Antara. Los guarros esperan a sus patrones. En las afelpadas escaleras
del antro Aníbal saca su cel y llama a su contacto, gerente de RP, "Enrico". No
atiende. El cadenero arremete: «Se quiere dar más caché, pero se llama
Enrique». Con ojos rogones esperamos piedad de los seis cadeneros de traje. El
más cruel rechaza a cuatro en sus 40: «Viejas horrendas, le robaron el hijo al
diablo», dice. Ellas ejecutan su mejor sonrisa, mueven sus melenas teñidas,
confían, pero la sentencia es definitiva.

La pareja con que vamos actúa magistral: él saca su
Blackberry, susurra algo al grandulón y las cadenas se abren. Lo que reservan
con celo es una atmósfera de fantasía, artificial. Todo controlado: pantallas,
fuentes, luces, risas. De los espejos de agua brotan chorros magenta que antes
de caer son azules. Hay muchos más hombres que mujeres. Algunos parecen
desesperados, como el cazador que sin presa teme que la noche se extinga. En
una gran pantalla, Beyoncé vuelve dorados los tonos rojizos de la noche. Los
hombres se detienen. Nos olfatean.

-¿Qué es eso? -dice una chava viendo pasar a dos mujeres.

-Golfas -se indigna él.

La palabra rompe el hechizo del antro.

La rubia que baila mecánicamente entre cinco señores no la
pasa bien. Pero no le pagan por sonreír, sino por llenar un vacío. Nos movemos
al Ragga: más juvenil e igual de exclusivo, con cover de 250. Con un jagger
master para tres -compartidos, no pobres- bajamos a la pista. Todos corean
"I’ve Gotta Feeling". Sin aviso, Aníbal recibe un gancho al hígado del
huerquete de allá, que baila con los ojos cerrados. Me río por la respuesta
automática que da a su agresor: «¿Por qué me pegas, hijo de la gran puta?» El
chico contesta con el signo de la paz y nuestro chilango quiere madreárselo.
«Aníbal -le digo-, no te conviertas en el protagonista de mi crónica (sería
demasiado chilango de tu parte)». Ya no contesta porque la pista recibe
gritando de emoción los acordes de "No soy una señora-a".

A la mañana, viernes 18 de diciembre, la ciudad apaga su
switch. Inician vacaciones.