por Lilián, a quien la adolescencia “todavía le duele”

A veces es una bendición despertar cada mañana y encontrar pelos debajo de la axila. Mirarnos en el espejo y notar una arruga. Descubrir una nueva cana. Sencillamente, a veces, envejecer es lo mejor que nos pudo haber pasado.

Porque… ¡qué terrible es la adolescencia! ¡Cuánto sufrimos! (quien diga que no, que su adolescencia fue un cántico prolongado con florecitas y zapatos de tap, que lance la primera piedra).

Nos acordamos de los peores momentos en la adolescencia, y de cómo afortunadamente la juventud es una enfermedad de la que nos curamos con el tiempo.

¡Vengan los clichés de la adolescencia!

¿Qué tan grave es?

Primero que todo, cuando dijimos “tu primer barro” en realidad quisimos decir “tu nueva comuna de granos”. Del primer barro, que descubres por ahí cuando te estás bañando o peinando para ir a la escuela, se desata toda una plaga que acaba con tu cara convertida en una pizza (y acá es cuando nos acordamos de la popular canción de La Cuca… y lloramos en la regadera en posición fetal).

¿Cómo te curas?

No te curas. No por lo menos mientras transcurre la adolescencia. Si acaso, con ayuda del jabón de azufre y plastas de Oxy todas las noches, podrás disimular un poco tu pequeño GRAN brote hormonal. Lo cierto es que no es sino hasta que vas por la mitad de la universidad que logras curarte un poco de los horrorosos barros.

¿Cuál es la versión adulta?

Cuando eres adulto ya no te salen barros en la cara (por lo general). Pero te sucede algo peor: te salen barros en las nalgas o en la espalda. Sitios que, estratégicamente, no son visibles al público… salvo cuando es tu noche de suerte y pasas el oso de tu vida tratando de explicar ese estúpido brote de acné.

Daño a la autoestima:

9.5 – Es uno de los más severos, porque no hay nada peor que tener 15 años y tener la cara llena de barros. Cosa muy ilógica, ahora que lo pensamos, porque toda la gente de 15 años tiene barros. Luego entonces, ¿cuál es la bronca, eh?