Viernes 9 de octubre

La literatura, el Nobel y cómo aprovecharse de ello

Admitámoslo: jamás en toda nuestra vida habíamos oído hablar de Herta Müller, no digamos ya haberla leído. Y si acaso a estas alturas tampoco sabes de quién hablo, te informo: le dieron ayer el Nobel de Literatura.

Vamos, ni a ella misma le pasaba por la cabeza.

Admitámoslo también: que ella gane el Nobel ¿nos llevará a leerla? Muy probablemente no, a menos de que seas estudiante de literatura y te la enjareten, o quieras afinar tu pose de intelectual con un par de opiniones que tú imaginas te harán parecer interesante.

El año pasado, el Nobel se lo dieron a J.M.G. Le Clezio, un francés que incluso vivió en México varios años. ¿Lo habías oído nombrar antes de eso? Casi seguro no, pero saberte el nombrecito y presumirlo en las charlas siempre te acreditará como persona culta.

Durante siglos, los escritores han sido tan buenos publirrelacionistas de sí mismos, que han logrado fabricarse un aura de importancia que no corresponde con su importancia real. Que den Nobel de química, va. De física, órale. De medicina, de acuerdo. De economía, bueh… De la paz… ehm, cursi, pero okey. ¿Pero literatura? ¿Por qué no de música, o geografía, o arquitectura, o mecanografía?

El cine también es víctima de esta conspiración urdida por los autores: de repente, a juzgar por las películas, resulta que los escritores tienen una vida interesante, glamorosa y hasta filmable. Revisa un estante cualquiera de tu videoclub de confianza y lee las reseñas: montón de películas tienen como protagonista a un escritor. El cliché del escritor es que lleva una vida apasionada, que se atormenta, que escribe novelas como quien hace pasteles, que tiene montones de amantes y que vende cientos de miles de copias. ¿El personaje es pobre? Ya no más: con el adelanto que le de la editorial por su libro ya podrá vivir un año en Manhattan. Lindo sería que así fuera. La realidad del escritor (al menos el latinoamericano) es que casi nunca tiene para pagar la renta, que vive de becas dudosas, que es alcohólico, desconfiado, inseguro, ególatra y bastante nerd.

La historia la escriben los vencedores, dice el refrán. Mentira: la escriben los escritores, y es pura ficción. De entrada, se pusieron de protagonistas.

Sugerencia de conversación: aprovecha la buena imagen de los escritores y di que estás escribiendo una novela, eso siempre impresiona y te vuelve el centro de atención. No es que tus interlocutores piensen leer una sola página que salga de ti, pero si te dices escritor piensan que seguro eres como el personaje (escritor) de la última comedia romántica que vieron en el cine. Tú di que sí, total puedes pasarte 10 años diciendo que sigues escribiendo tu gran novela y ellos seguirán poniendo la misma cara de asombro.

Jueves 8 de octubre

¿Te han cachado viendo porno?

Los internautas machos se dividen en dos grandes grupos: los que ven porno sin bronca y los que ven porno a escondidas. Unos y otros pueden pasar de un grupo a otro, por ejemplo: en su casa ven porno sin problema (faltaba más: es su casa) y en la oficina lo hacen con el dedo puesto sobre el botón de “escape” no vaya a ser que pase, no digamos ya el jefe (que entendería, te daría una palmada en el hombro y se quedaría mirando, quizá hasta te pase su password) sino Dorita la recepcionista, Martita la de RP o, para el caso, la esposa del jefe que ese día fue de visita.

No es que ellas no vean porno. Lo han visto, es un hecho. Pero por alguna razón algunas no conectan con el mood: o se sienten en competencia muy desfavorable, ya rayando en lo traumático, ante una Sasha Grey, una Bree Olson o Tera Patrick; o ver porno es para ellas como para nosotros ver un video de los hábitos reproductivos de los delfines; o ver porno es algo vulgar, pecaminoso, condenable, ofensivo. Claro, no todas, algunas sí conectan con el mood, y se entusiasman igual que nosotros y fantasean igual.

El punto es que gracias a las personas que consideran que ver porno debería ser ilegal, uno tarde o temprano termina por ver porno a escondidas en algún momento. Es aquí de donde surgen las anécdotas, siempre morbosas, del día en que te cacharon viendo porno a escondidas. ¿Qué hiciste? ¿Cerraste la página en medio de un síncope? ¿Dijiste algo como: no sé por qué se me abrió esto? ¿Aplicaste todo tu cinismo y dijiste: es que soy fan de Liz Vicious, mírala, a poco no es hermosa? ¿Te justificaste diciendo que estabas haciendo una investigación sobre el feminismo de la posmodernidad en la semiótica del porno? ¿O saliste con el clásico de: me mandaron un virus?

Nota aclaratoria, si me preguntan yo diré que por supuesto, no veo porno. Eso es de personas vulgares. Los nombres de esas actrices me los pasó un amigo. Las situaciones aquí enumeradas también son todas hipotéticas.

Sugerencia de conversación: hoy es jueves; este tema da para risas y risas en la cantina con los amigos. También funciona para ligar: quedas como un albañil, pero eso te humaniza, en una de tantas, la interlocutora te confiesa sus perversiones. ¿Lo he intentado yo para ligar? Por supuesto que no, pero me han contado.

Miércoles 7 de octubre

Los mejores países para vivir

Cuando conocemos a un extranjero que dice estar encantado de vivir en México nuestra primera reacción es dejar caer la mandíbula y decirle:

—¿Te cae? —o en inglés: does it fall on you?

Tras asegurarnos que su país de origen no es Afganistán, Honduras o Corea del Norte, sino posiblemente Inglaterra, Alemania o Noruega y que genuinamente está encantado de vivir en México y que, en verdad no piensa regresar a su lugar de origen, sino quedarse aquí, entonces nos queda esa sensación de que nos estamos perdiendo de algo. O que él ve algo aquí que nosotros no vemos.

Hace pocos días se publicó la encuesta anual de los países con mejor calidad de vida en el orbe. La lista la encabeza Noruega, seguido de Australia, Irlanda, Canadá e Irlanda. México está muy por debajo de esas naciones, en el lugar 53, incluso por debajo de Argentina (49), Uruguay (50), Cuba (51) y las Bahamas (52). Nuestros vecinos gringos, ocupan el sitio 13. En Latinoamérica, los más altos son los chilenos, en el 44.

El único consuelo que nos queda es que Brasil, a pesar de estar poblado de garotas brasileras y de tener tan buena música, mereció el sitio 75.

Lo anterior no abate nuestro asombro al preguntarnos por qué un inmigrante de Noruega piensa que México es mejor, por más razones que nos dé: el clima, la morena de la que se enamoró perdidamente (y que al final no lo peló), el hecho de que en su país no era nadie y aquí nomás bajó del avión y ya lo volteaban a ver. Cosas así, que tampoco nos convencen.

Finalmente, México debe ser para nosotros, independientemente de si aquí se lo pasan bien o no gente de otros países. Y entre nosotros, no ayudamos gran cosa a hacernos mejor nuestra estancia. Como un karma que se nos regresa eternamente, lo que le hagas al vecino, en realidad a ti te lo acabas haciendo. Claro que darse cuenta de lo anterior toma varias generaciones.

Sugerencia de conversación: procura no acabar este tema en la moraleja del tipo: lo que hagas al vecino, etcétera, son cargosísimas y quedas como anuncio del Consejo Mexicano de la Publicidad. Pero no es peor que tomar este tema de pretexto para presumir tus viajes alrededor del mundo. No hay nada más cargoso que los “cosmopolitas”.

Martes 6 de octubre

El pasito del futuro

De vez en cuando se pone de moda un pasito de baile por encima de los demás. Hace 30 años, el baile que causó furor era el disco. La tele mexicana, siempre lista para hacer refritos, copiótodo lo que pudo los pasitos que John Travolta inauguró en Fiebre de Sábado por la Noche, y se aventó su ignominiosa Fiebre del Dos. Años después provocó que una generación entera fuéramos a terapia psicológica para superar el trauma. El conductor se volvió un poco menos inmortal que los pasos de Travolta: Fito Girón.

A mediados de los ochenta, por culpa de Michael Jackson, la nueva fiebre bailarinesca fue el break dance. En mis sesiones de psicoterapia todavía tengo regresiones a un programa de Cámara Infraganti en donde Óscar Cadena mostraba que el nuevo ritmo de Tepito ya no eran la salsa ni la cumbia, sino hacer el moon walking, el paso del robot, el tornillo, el molino… A la fecha cuando intento el moonwalking sólo parece que camino para atrás.

En desquite, por esas épocas encontré el único baile en el que he podido sentirme a gusto, libre y más o menos rítimico hasta por dos minutos, tiempo tras el cual mi cara dio contra el piso: el slam.

A finales de los ochenta, la sensación rítmica venía de Brasil y se llamaba lambada. Creo que de ese baile sólo sobrevive una sola canción de esas que son repertorio en las bodas. Sí, ya saben cual, la que empieza con el ti-rirí-rirí y que es el pretexto para tener toqueteos libidinosos en la pista.

Los noventa fueron abyectos; y el hecho de que hayan finalizado con La Macarena no los hacen mejores… En los dosmiles, la escena estuvo dominada por el reggaeton, el pasito duranguense y los caderazos de shakira-shakira. Pasos todos que prefiero evitar antes que ver, y ver antes que bailarlos.

Hoy vi un video que anuncia la nueva revolución dancística para los dosmildieces. Llámase la quebrilucha y es, como su nombre lo indica, la unión de quebradita y lucha libre. La onda viene de Chicago, la música es espantosa —como ya se imaginarán— y el baile requiere de aptitudes atléticas muy por encima de mis capacidades. Pero empieza ya a entrenar los pasitos: en sólo tres meses de prácticas estás listo para practicarlo en bodas.

Sugerencias de conversación: nunca muevas el pie al ritmo mientras hablas de esto, es de nerds. Ok, yo lo hago, pero por lo mismo, tú contrólate. Hablar de baile y no saber los pasos no es como hablar de música y no saber tocar la guitarra: acá tarde o temprano deberás probar tu pericia en la pista, así que mejor vele practicando.

Lunes 5 de octubre

Por qué no hablo de futbol

Conforme la humanidad evoluciona, tiende hacia lo monotemático. Luego de siglos de perfeccionamiento técnico y sofisticación cultural, la actividad de patear un objeto esférico por un descampado es la más popular del orbe. Qué van a decir de nosotros los extraterrestres, por favor.

Nunca he sido conocedor del balompié. Echémosle la culpa de eso a mi desviada infancia. Por azares que nada tienen que ver con la educación que me dieron mis padres, preferí perder el tiempo y la niñez leyendo libros antes que jugando. No permitan que sus hijos sigan mis pasos: la lectura en la niñez da como resultado un adolescente escuálido, pálido y antisocial. Y un adulto condenado a quedarse callado cuando se encuentra en un grupo de alegres compadres que empieza a ponderar los resultados del domingo.

En el club deportivo, por las mañanas, el encargado de dar las toallas en el vestidor tiene un tema que lo obsesiona: el América. Conforme va conociendo a los usuarios, los clasifica según a quéequipo le van. A los que le van a su equipo les reserva los mejores casilleros. Le gusta formular frases inexplicables:

—¡Eso de los Tuzos fue pura suerte! Estaba cantado el penal —exclamó hoy con enfado.

El destinatario de semejante absurdo, le respondió con una andanada de apellidos que a mí me dejaron indiferente. Entiendo que son jugadores y que alguno está lesionado, que otro no es tan bueno como otro más y que el árbitro tenía que ir al oculista, pero hasta ahí.

Hace tiempo me preguntó a mí:

—¿Y usted a quién le va?
—No, yo no veo futbol.
—¿No?… Ah… —respondió como si hubiera perdido la fe en el ser humano.

Todo esto para decir que en esta especie de columna electrónica casi diaria no hablaré de futbol, así que no insistan.

Sugerencias de conversación: Quizás el espíritu de una ciudad pueda medirse por sus conversaciones. Hablar de futbol tan recurrentemente no nos distingue de otras ciudades, salvo por el nombre de los equipos o los torneos. Probemos hablar de otra cosa, pues, sólo para poner a trabajar las neuronas.