En el Chedraui de Mundo E estos break dancers enderazn sus mentes.

Alejandro, de aspecto melancólico, habla: «Si tienes un problema con una mujer, puedes esperar hasta la otra semana para resolverlo. Pero si una combi se descompone, necesitas darle atención inmediata. Con más tiempo, la reparación se te hará más difícil. O se puede echar a perder.»

Es integrante de un grupo de personajes que desde hace cuatro años se ha reunido una noche cada 15 días. En meses recientes, ha sido en el estacionamiento de un McDonald’s sobre Calzada del Hueso, cerca de Villa Coapa. Son hombres que se distinguen no sólo por haber comprado sino restaurado, manejado —y amado— una combi.

Alejandro es el más elocuente cuando describe los sacrificios que se tienen que hacer debido al afecto. «Son incómodas, difíciles de manejar, con la dirección dura. Muchos de los modelos Panel tienen pocas ventanas y casi cero visibilidad. Tienes que amarla para manejarla.»

Roberto, que maneja una Panel 1962, compró el puro cascarón en 8,000 pesos y ha invertido alrededor de 60,000 en repararla. No se nota. La superficie del vehículo sigue oxidada y despintada. «Es que así me gusta —explica—. Cambié el motor y casi todas las refacciones.» Mientras Miguel tiene la 1962, microbús, casi transparente con sus 11 ventanas. Lo mantiene en muy buen estado. Pagó 10,000 pesos y ha gastado 80,000 durante cinco años de reparaciones. «Los pisos, los estribos, los lienzos de enfrente, varias herramientas…», dice como letanía.

Muchos del grupo llegan a McDonald’s con sus mujeres y sus hijos. A diferencia de Alejandro, que parece pintar una raya entre el amor a la combi y el amor a una compañera, los más suertudos han logrado mezclar los dos. Raúl tiene una Westphalian 1978 (que cambió por un vochito de 1956). «Es de trasmisión automática, una rareza entre las combis —dice—. No tiene asientos, pero es una camper. Se puede subir el techo y hacer una cama arriba. Fui a Acapulco con mi novia en esa, ella no quiere que la venda. Tenemos recuerdos muy bonitos.»