El muerto viviente

En las periferias de la ciudad, entre violencia y miseria, las multitudes enloquecen con un submundo de música salvaje.

Por: Sandra Romandía. Fotos: Mondaphoto

Al fondo de un cuarto en Neza, unas 30 botellas vacías de Jack Daniel’s reposan en unos estantes. Han sido alineadas con esmero, equidistantes, como adornos de una sala. A un lado hay cientos de LP’s: Rolling Stones, Ozzy Osbourne o Led Zeppelin, pero también alcanzo a ver otros, distintos: Zoé, Alejandro Sanz, Paulina Rubio. Huele a café y a guisado en un sartén. En un sillón imitación piel de tigre, Charlie Monttana, “el novio de México”, está echado: piernas cruzadas, espalda sobre el respaldo. Me ve en cuanto cruzo la puerta, pero se mantiene en silencio hasta que estoy a un lado de él. Acomoda su fibrosa melena de tinte rubio.
Cuando estrecho su mano, regordeta y dura, me pregunto dónde está la súper estrella del rock que días antes vi en MySpace, y cuyas groupies le sueltan posts jadeantes como: «Charlie: Me gustas, me enkantas, me fascinas, me vuelves lokita, me excitas, me enajenas, me seduces, me provocas. Eres un shulo total, encantito, Jenny». Había imaginado a un rockero de pantalones de campana, botas de plataforma, pulseras de cuero, lentes oscuros. Pero Charlie Monttana no es Bret Michaels.
Suelto su mano y elude mi mirada: sin ganas de hablar, lanza con poco estilo suspiros al aire. Percibo su enfado, su agotamiento. Soba su cuello y, a la 1:30 pm, aún canta carraspeos matutinos.
Arriba del pequeño escenario para ensayos cuelga un tubo al que han sido atadas decenas de prendas femeninas.
—¿Y eso? —le pregunto, señalando las pantaletas, sostenes y tangas rosas, negros, dorados, beige; con encajes, desteñidos, deshilachados, desgastados, manchados.
—Me las avientan en los conciertos o en persona, las que pueden —dice, como quien cuenta que recibe una mísera propina.
—¿Y desde cuándo los guardas?
—Uy, no sé, años —carraspea.
—¿Cómo son tus fans?
—Increíbles, sí. A veces no quiero conocerlas, no me vayan a arrancar la ropa, ¿no? Un día en una fiesta de la Ibero, las señoritas como locas. Me decían que yo tenía que ver con su vida, que mi música era bien importante. Chavas con un gato adelante y chofer. Yo digo «nooo, no puedo ser fan de ellas (sic)». Nunca sabes donde tienes fans, pero son una locura, la verdad.