Situación hipotética: te asignan una oficina que a la mera hora otro güey te apaña. ¿Qué haces? Bueno, primero hablas con el brother en cuestión y tratas de arreglar las cosas, ¿no? OK. Si eso no funciona, hablas con tu jefe. Si todavía las cosas no funcionan, llenas la oficina de bombas de olor y la cierras hasta que el susodicho la abra y entienda el mensaje. Algo así. Pero es muy probable que no llegues a romper puertas y ventanas para protestar (al menos eso esperamos). OK. Ahora, supongamos que te pasa todo esto, pero eres diputado, y lo que quieres es una oficina con vista al Zócalo. La cosa se pone peor: ¿qué tan pocas neuronas debes tener para darte cuenta de que si rompes una puerta en el Palacio legislativo los medios de comunicación te van a hacer la vida de cuadritos? Al parecer, el diputado priísta Cristian Vargas no tenía las suficientes y se aventó todo este numerito cuando el Partido verde le apañó la oficina. No sólo eso: salió que, hace un par de años, agredió a su santa madre. Y claro, hoy es Satanás: va informal a las reuniones, arma trifulcas por bicicletas, y el PRI no entiende cómo es que milita en sus filas (que debería estar en el PRD, dicen). Por eso, qué oso ser el dipuhooligan, cuyo comentario más acertado hasta ahora ha sido: “prefiero que me digan dipuhooligan en vez de dipuporro”.