El monstruo urbano sí tiene caras bonitas. A veces nos cansamos de tanta unidad habitacional –tan tabiqueada, tan roja, tan gris, tan aburrida–, y volteamos a ver el cielo, los árboles, las nubes; luego, más abajo, los colores, las casas y su arquitectura.

Cuando logramos pasar del otro lado del río Bravo y vemos por primera vez Estados Unidos –del lado donde limita un territorio con otro– nos da tanta tristeza ver sus construcciones hogareñas: trailas y casitas de madera –o cartón duro–, unas tan alejadas de otras, todas feas, grises, cafés, cuadradas, sin chiste. En cambio acá, en México, tenemos colorcito, geometría, romanticismo.

Y así lo ven quienes nos visitan. Ahí tuvimos fotógrafos, cineastas y pintores que dejaron el blanco y negro por toda la intensidad colorida mexicana; a estas alturas, un lugar común: Xochimilco, Chapultepec, la ropa de "las Marías".

El color insiste en cosas tan sencillas como una ventana decorada con una maceta llena de flores.

Marcos de una escena que vemos, o no.

Y cuando está cerrada, surge la pregunta: ¿qué tanto habrá del otro lado?