En Expo Reforma 2003, al diseñador venezolano Marvin Durán le presentaron a un chico tabasqueño de melena rizada vestido con libertad: top-siders sin calcetines, short blanco y blazer morado imitación piel.
-¿Qué pensaste ese día? -le pregunto a Marvin.
-Dije: «¡Qué onda con este güey!». Se me hizo súper sexy y que sabía un chingo de moda -me cuenta en su sala de la Condesa, en la que merodean dos gatos ante un gran mueble blanco lleno de libros de diseño.
Aquel día, los jóvenes platicaron.
-Mira lo que me compré -le dijo Marvin y abrió su morral: adentro había unas zapatillas beige de piel de víbora con un moño en el talón y tacón curvo.
Quetzal quedó fascinado.
-¿Qué haces aquí? -preguntó Marvin.
-Sólo voy a venir al desfile de hoy porque no tengo invitaciones.
-Toma mi gafete, güey. Ven cuando quieras y nos vemos.
Al día siguiente, Quetzal llegó. Marvin lo invitó a ver una pasarela.
Entre flashes, modelos semidesnudas en el backstage, spray y maquillaje, Marvin, de 22 años, tomó de la mano a Quetzal, de 18. «Fue nuestro primer contacto», recuerda el venezolano. Aquel día, Quetzal lo invitó a su departamento en Álvaro Obregón. «Desde esa noche no volvimos a separarnos.»
Quetzal compartió su alegría con Ana Karla Escobar, amiga de su natal Villahermosa. «Conocí al güey más increíble.»
Ese "güey", Marvin Díaz Durán, nació el 9 de noviembre de 1980 en una pequeña ciudad de los Andes venezolanos, San Cristobal. Había sido modelo, vivido en París y Londres y era, como él, endemoniadamente creativo.