Toda ciudad del mundo cuenta, dentro de su configuración urbana, con espacios donde concurren la sed y la amistad, las palabras y los alipuses, sitios entrañables a los que asisten las dichas y melancolías por igual: las tabernas romanas, los bares de Londres, los pubs de Dublín…

En México, tenemos nuestras muy respetables cantinas, donde los gañotes se humedecen y la tripa engorda con botanas de atascón, al calor de la plática y de la música sentimental.

Cada cantina tiene su ambiente propio: están las que evocan épocas de antaño, con sus paredes de mosaico, sus hielos en los mingitorios y su tradicional rifa del pollo; también, hay otras más modernas, con rocolas muy sofisticadas y pantallas gigantes para ver el fucho. Lo cierto es que sea cual sea su tipo, estos changarros convocan siempre a la misma fauna: briagos profesionales, borrachines de ocasión, empleados afanosos, trovadores callejeros, vendedores ambulantes…

Por ello, en esta ocasión hemos hecho un repaso de los personajes que, con frecuencia, encontramos en cualquier cantina chilanga.

-El bohemio de afición

Nunca falla, de vez en diario, en su respectiva mesa del rincón (como los muebles, ya tiene número de inventario); se sabe todas las canciones de la rocola (“Échame a mí la culpa”, “Despacito”, “Pa’ todo el año”) y los meseros lo llaman por su nombre. Ya sea solo o mal acompañado, agarra unas borracheras tan tremendísimas, que ya quisieran aventarse unas iguales José Alfredo, Álvaro Carrillo y el Príncipe de la canción.

-El trovador

Lira al hombro, estuche al lomo, no puede faltar el eximio cantautor o rascatripas que, de a solista o en trío (¡cochino!), pretende ganarse el chivo rifándose unas rolas tan arcaicas, como llegadoras, eso sí, bastante cariñosas (cincuenta varos por interpretación). Su función social es importantísima, pues ayuda a sobrellevar las decepciones y a curar esas heridas de aquellito, es decir, del corazón.

-La belleza de cantina

Te dice que es una diosa, una reina, la gran cosa… ¡pero nel! Es la típica chava que nomás va a ligar y a que le inviten los tragos. Se sienta en alguna mesa solitaria (más o menos al centro del local) y desde ahí observa a sus víctimas: los briagos alfa dispuestos a hacerle el favorcito. Si los parroquianos se descuidan, en una de ésas, los atora con algo más que el saldo de la cuenta.

-El de los toques

Sí, el ñor que trae colgando al cuello una cajita misteriosa parecida a un radiecito, de la que salen dos tubos conductores de corriente eléctrica, y que por medio de la frase “toques, toques”, te ofrece quitarte el estrés o bajarte la guarapeta; sin embargo, debes tener mucho cuidado, pues chance y te deja peor de lo que estabas.

-El que no trae para pagar

Necio como nadie, siempre hay un borracho célebre que se pica y quiere más (¡no se lo merece!). No es por criticar (cada quien su alcoholismo), pero lo malo de este cuate es que a la hora de la cuenta no le alcanza o, de plano, no trae con queso las enchiladas: cero cero bongosero para liquidar o, ni qué esperanzas, para una propinita.

-El billetero de lotería

Bajito de estatura, de andar despreocupado, bonachón y muy amigable, ofrece el premio mayor a los ilustres pránganas que, ya medio chiles, le compran “cachitos”, “cachotes” o hasta la serie completa, de sorteos que ya pasaron: “llévelo, patrón, es de la de hoy, empieza en seis y acaba en nueve, el quinto es el de la suerte”.

-Los cuates del alma

Amigo, ven, te invito una copa… Simón, esos carnavales del alma que se juntan para reforzar el vínculo de la amistad. Sentados en una larga mesa y entre carcajadas, se refinan uno o hasta cinco pomos, o si se tienen mucha confiancita, se ponen a chupar chela como si no hubiera mañana, total, ya encarrerados…

-El señor que limpia el baño

Quién puede olvidar a ese amable ser que, cuando vas a echarte una rúbrica, te da jabón y papel pa’ tus manoplas; te vende dulces, cigarros sueltos, chicles y condones. De igual modo, por una módica propina te ofrece loción (extracto de pachuli con un toque herbal de siete machos), una plastota de gel y, si así lo deseas, te presta su peine para que hagas de tu raya en medio una total muestra de estilo.

En fin, éstos son algunos de los muchos figurines que podemos encontrar en esos templos del beber, llamados cantinas, donde todo cuerpo satisface su ansiedad de pasársela a todas margaritas.

De modo que, si eres de los que acude con frecuencia a estos lugares y te la pasas bien, haznos el favor de decirnos ¿qué otros personajes cantineros agregarías a nuestra lista?

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