Este mes tendremos de nuevo Feria del Libro en el Palacio de Minería. Para usar la metáfora habitual, será la edición número 32.

Conoceremos (y hasta habremos repetido) las quejas habituales sobre la feria: las pocas ofertas, las aglomeraciones, etcétera. Pero si sólo pensamos en ellas no veremos un detalle importante: en un país donde hay tan pocas librerías “convencionales”, donde las que hay se surten tan mal y los vendedores rara vez tienen interés alguno en su mercancía, ferias como la de Minería ofrecen al público una alternativa a esa infraestructura maltrecha. En el peor de los casos, las novedades más destacadas, los “clásicos” de todo tipo y mucho más está realmente allí, bajo un mismo techo, durante un periodo de tiempo que se conoce. Y esto es una ventaja enorme, como saben los lectores asiduos, los curiosos que sólo recuerdan el color de la portada del volumen que buscan, los fans de Crepúsculo o cualquier otra franquicia de moda y hasta los padres de familia que jamás abrirán un libro pero creen que sus hijos se volverán grandes lectores simplemente si se les da la orden.
Y hay algo más.

"En México no se lee."

La contraparte de la crisis de la industria editorial mexicana es la del sistema educativo: el lugar común de que “en México no se lee” viene respaldado por las estadísticas. La Encuesta Nacional de Hábitos, Prácticas y Consumo Culturales, cuyos resultados publicó el Conaculta a fines de 2010, indica que dos de cada cinco mexicanos no han ido jamás a una biblioteca y tres de cada cinco nunca han entrado en una librería; más grave aún, la evaluación más reciente de la OCDE revela que sólo seis de cada 100 alumnos de secundaria en el país son capaces de leer para algo más que identificar ideas sencillas en los textos.

(No será, sin duda, la primera vez que los lectores se encuentren con estas cifras: un signo de la época es lo mucho que nos agrada constatar y repetir que viene el desastre, que lo vemos venir aunque no nos interese impedirlo.)

Pero con todo y esos signos terribles, tampoco se puede perder de vista esto: la oferta de libros por los rumbos de Minería será todavía más variada de lo que parece. En la feria propiamente dicha se puede esperar que cueste
menos dar con títulos de las grandes editoras trasnacionales –Planeta, Alfaguara, Mondadori–, de las mexicanas –ERA, Jus, Fondo de
Cultura Económica, Siglo XXI–, de las independientes del país y de fuera –Almadía, Atalanta, Sexto Piso, Impedimenta, Tumbona, Periférica, Sin Nombre, Lengua de Trapo, Ficticia, Montesinos, Ditoria y muchísimas otras–, pero la feria no es la única venta masiva de libros que se lleva a cabo en la ciudad, ni siquiera en el centro, por estas fechas:

1. Las librerías de viejo de Donceles y otras calles del rumbo están siempre allí. Son la última parada de gran cantidad de volúmenes pero tienen, junto con los restos –los bestsellers que no se vendieron; la obra menor de grandes autores y la obra entera de incontables otros–, muchos libros interesantes, desde ficción ocasional de Jorge Mejía Prieto (periodista) o Sergio García Ramírez (jurista y político) hasta colecciones enteras como Raíces, una estupenda selección argentina de literatura judía con títulos de Spinoza, Bashevis Singer, Woody Allen

2. En este mes, la Feria del Libro de Ocasión, organizada por la Coalición de Libreros y otras instituciones, se instalará en el Casino Metropolitano, en la calle de Tacuba, muy cerca del Palacio de Minería. Esta feria reúne desde hace varios años a los libreros especializados en volúmenes difíciles de hallar. Con ellos estarán ejemplares de editoras desaparecidas (como Botas, Novaro o Fuente Cultural) y tomos que valen por su rareza o por las circunstancias peculiares de su hechura, incluyendo lo verdaderamente antiguo: los volúmenes de otros siglos, publicados antes de la consolidación de nuestra idea actual del “mercado editorial” por casas aún más añejas y por las imprentas que las precedieron en el temprano siglo XX, en el XIX e incluso antes.

3. Y también estarán los puesteros, que en general se encuentran en el corredor entre el Palacio de Minería y el Palacio Postal pero este mes tienen más clientela que nunca y se adaptan a la ocasión con más libros y más tenderetes. Entre ellos, los vendedores de chucherías y los de posters circulan libros más recientes pero menos extraños: los que aún pueden moverse, que las librerías convencionales han elegido no mantener en existencia pero aún se recomiendan de boca en boca, se encargan en escuelas y facultades o se van comprando de a poco para formar bibliotecas “de las de antes”. La mayor parte de los autores mexicanos del siglo XX estará allí, junto con diversos clásicos de suerte variable, autores modernos pero no de moda –Roberto Bolaño, por ejemplo, estará dentro de la feria; sus compañeros del movimiento infrarrealista aquí afuera– y más.

Una persona con curiosidad y un poco de tiempo puede encontrar algo de su agrado en todos estos espacios. Un ejemplo: este año se cumplen 100 del nacimiento de Francisco Tario (1911-1977), autor mexicano considerado “visionario” y “de culto”, ignorado durante buena parte de su vida y recobrado después. En la Feria de Minería se podrá encontrar al menos un par de tirajes populares de su obra, relativamente recientes, de editoriales como Lectorum y el Fondo de Cultura Económica, y quizá una muy anunciada edición de sus Obras completas. En la Feria del Libro de Ocasión se podrá hallar (si hay suerte) la edición original de La noche (1943), primer libro de Tario, editado por la Antigua Librería Robredo, o bien Tapioca Inn, mansión para fantasmas (1952), un libro publicado en su día por el FCE pero tan raro que tres generaciones lo han visto sólo en fotocopias, archivos digitales (piratas) y colecciones ajenas.

Por otro lado, los puesteros, y en especial aquellos con surtido de libros de arte y fotografía, podrán tener la segunda edición (de la que se tiraron 30,000 ejemplares: la primera es ya inconseguible) de Acapulco en el sueño (1951), un libro que alterna textos de Tario y fotografías de Lola Álvarez Bravo. Y las librerías de viejo habituales tendrán los libros de rareza media que hace mucho no se reeditan: la segunda edición de Equinoccio, por ejemplo, que es un libro de aforismos y por lo tanto resulta más difícil de abordar para el lector convencional, o bien algún ejemplar de la colección de cuentos Una violeta de más (1968) en la edición original de Joaquín Mortiz o en la segunda, de la serie Lecturas Mexicanas

Cada año se habla de la nueva “edición” de la feria, como se habla de las nuevas ediciones del torneo nacional de futbol o de la entrega de los oscares. Pero esa exhibición (y las que la rodean) son las que merecen utilizar la metáfora. Pese a todos los problemas, siguen ahí. También se reedita en ellas una forma de resistencia contra el caos que todavía es posible, por pequeña y minoritaria que pueda resultar.

* El escritor Alberto Chimal promueve la lectura como un acto de rebeldía. Según él leer hoy en México es una afrenta que hay que cobrar.