Groucho, él mismo un hervidero de cultura y poeta, quedó maravillado con la invitación. Podía intercambiar versos e impresiones con aquel titán de la Tierra Baldía. Podía, por una noche, eclipsar las necedades del humorista y dilapidar, por algunas horas, el peso del apellido Marx.

Podía dejar de ser Groucho Marx y convertirse en un torrente de ideas y debate con una de las mentes más privilegiadas de los últimos siglos. Estaba fascinado.

Y llegó el día y Groucho tocó en la casa de un Eliot ya enfermo, la enfisema y el tabaco le habían acabado por destruir la vida. Abrieron la puerta y desde el primer minuto a Groucho le quedó todo muy claro: el poeta norteamericano buscaba entretenerse, por algunas horas combatir el dolor y la enfermedad.Quería una visita del payaso.

Groucho, frustrado y respetuoso, terminó por disculparse y a los pocos minutos salió furioso de la casa.

Esta semana, estos personajes se reunieron en esta ciudad. El peso de los colores de su ropa, de su maquillaje y de sus pelucas los obliga, siempre, a cumplir su deber y hacernos reír.