Como ya no corría motos, en 1996 José Manuel se compró un Neón para correrlo como hobbie, mientras sus hijos competían en motos. Sin afán de destacar, se inscribió en la categoría de moda: el Reto Neón, al que cada fin de semana le abría pista Super Bike, el serial de Carlos y Rubén.

Ni bien su padre estrenó su Chrysler, Carlos le lanzó una apuesta: «Si hago mejor tiempo, me subo al coche.» En el duelo, Carlos le ganó. Desde entonces, en días de carrera Carlos primero corría su Honda, terminaba, se sacaba el nómex para motocicletas y se ponía el de autos para batirse en el Reto Neón. En el 2000, en este serial los Pardo estuvieron presentes en todos los podios.

Aunque José Manuel era parte del equipo de mecánicos, no veía con agrado que Carlos fuera, al mismo tiempo, piloto de autos y motos.

Uno de esos días, Rubén tomó la Ninja ZX6 de su hermano. Al salir de una gasolinera se atravesó una camioneta. Sin alcanzar a frenar, golpeó la moto con violencia. Aunque a Rubén no le pasó nada, la última vez que Carlos vio su moto se reducía a un colorido amasijo de fibra de vidrio y fierros.
Su padre los llamó: «Pueden seguir en las motos o en los cooocheees», dijo extendiendo las vocales como para tentarlos con la única opción: los autos, por ser más seguros.
En realidad nada cambió su estilo de vida: «En cinco años —dice José Manuel— mis hijos me deshicieron 15 coches.»

HURGANDO EN LA BASURA

En una escudería sin recursos, Carlos fue campeón de Super Bike en 96 y 97. Luego, en 2000, ganó el Reto Neón. Al año siguiente entró a la Copa Mustang McCormick, entonces una de las más respetadas de México. Esta vez Rubén sería su mecánico.

Aunque la expectativa era enorme, la premura económica hacía de cada carrera una tortura. Si los demás equipos tenían 10 técnicos, Carlos tenía la mitad para atender a su Ford blanco. Si Motorcraft y Canel’s manejaban millones de pesos de presupuesto, Carlos y su familia se las ingeniaban para costear los 30 mil de gastos de cada carrera.

Antes del inicio del evento, los tráilers de cada equipo se acomodaban en fila junto a la pista según su importancia. Al Pardo Racing Team lo mandaban hasta atrás, desde luego, donde estaban los montones de basura. Ahí, los Tame, dueños de Tame Racing Team, desechaban llantas usadas, aunque nada despreciables. Carlos y su gente sacaban provecho de su posición ignominiosa para hurgar entre la porquería y recoger los neumáticos con los que un rato más tarde el Mustang blanco surcaría la pista.

El año de su debut, Carlos fue tercero del serial Mustang y logró cinco primeros lugares. Uno de esos días de gloria, Carlos Slim Domit, dueño de los equipos Telmex, le dijo a sus allegados: Pardo tiene que estar aquí. Hubo acuerdo y en 2002 Carlos se despidió del Pardo Racing Team. Así, decía adiós al equipo que había formado con su padre y su hermano. Ahora podía ufanarse: estaba dentro de la escudería más poderosa del país. «Cuando Carlos tenía un coche al 80% ganaba, cuando estaba al 90% arrasaba y al 100% no lo veían», aseguró su padre.
Pero la vida dio un vuelco. A la sombra del veterano piloto Jimmy Morales, en Telmex sólo logró el quinto lugar en 2002 y el cuarto en 2003. De cabeza de ratón había pasado a ser cola de león.