Todos recordamos a esos libros que nos daban año con año en la escuela. Ruco que se respeta recuerda todas estas cosas.A continuación les damos las razones por las que eran geniales nuestros libros de texto gratuito.

1. El olor a nuevo

Te formabas por número de lista para que la maestra te entregara tus libros nuevos, el testimonio de que ya eras niño grande. Las lecturas serían un poco más complicadas y las operaciones de matemáticas (¡qué mello!) ahora traerían quebrados y divisiones con punto decimal. Pero todo valía la pena cuando al abrir los libros te llegaba ese hornazo entre hojas de papel y tinta, ese aroma misterioso que es imposible de envasar.

2. Forrarlos de hule cristal

Aunque la mayoría de las mamás le entraban al quite para forrar los cuadernos (o las más flojas iban por unos forros Ideal, los del changuito, a la papelería), los aventureros forrábamos nuestros cuadernos nosotros mismos, lo que nos daba la libertad creativa para ponerle unas estampitas de los Caballeros del Zodiaco o de Alf. Además, el olor del hule cristal era un tremendo pasonzote, como monearse, pero poquito.

3. La pura calidad de las líneas

¿Alguna vez se han puesto a releer los libros de texto de antaño? Muy probablemente cuando éramos unos mocosos ni cuenta nos dábamos de la calidad de los textos que teníamos enfrente. En nuestros libros de texto vivían tremendos escritores. En una página teníamos un fragmento de “Macondo” de Gabriel García Márquez, en la otra teníamos “El Sapo” de Juan José Arreola y más adelante nos topábamos con las letras de García Lorca, Sabines y Miguel de Cervantes Saavedra. Si los tienen por ahí, échenles ojo, no es choro.

4. El libro ‘recortable’

¿Se acuerdan de ese libro de primero que usábamos para aprender a relacionar cosas con sus respectivos nombres? Por un lado, había una plana de nombres de cosas que se podían recortar y en los otros libros estaba la figura que le correspondía. Había que sacar las tijeras de punta roma y el resistol para que poner las cosas en su lugar. Y es que ojo, no importaba qué marca de pegamento usaras, cuando éramos mocosos todos eran resistol, aunque en realidad tus papás te compraran el de barrilito chafa porque la patria andaba pobre. Nada era tan divertido como quitarse el pegamento de los dedos y hacerlo bolita para luego lanzarlo al aire o pagarlo debajo de la banca.

5. El Atlas que no cabía en ninguna mochila

A menos que llevaras uno de esos mochilones que usan los alpinistas para acampar, ninguna mochila de niño de primaria tenía la capacidad para albergar el Atlas que nos daban en los últimos años. Si ya de por sí parecíamos estatuas vivientes del Pípila soportando una decena de libros con sus respectivos cuadernos, juego geométrico, colores, lápices y gomas, querer echarle encima ese Atlas era peor que una manda prometida al Santo Señor de Chalma. Seguro más de uno acabó con problemas de espalda por este bendito libro y todo para que casi nadie se aprendiera los estados con sus capitales. Qué vergüenza, amiguitos.

Top 5 de lecturas que estaban bien padres

1. Pita descubre una palabra nueva

La historia gira alrededor de Pita, quien un buen día se encuentra con que ha descubierto una palabra: palitroche. Lo malo es que, aunque la palabra le suena muy bien, no sabe lo que significa. Entonces se pone a indagar sobre lo que la palabra podría ser y hasta a una tlapalería va a dar, donde el vendedor le quiere dar gato por liebre y en lugar de un palitroche, le da un cepillo. Cuando está a punto de darse por vencida, Pita se encuentra con un curioso animalito en la calle, un insecto verdoso y pequeñito. Pita decide que eso precisamente es un palitroche y se declara triunfante en el mundo de las palabras recién descubiertas.

2. El país del Pan

Era la primera “lección” del libro de Español Lecturas (¿por qué le llamábamos “lecciones” a esos textos?) y era una fantasía sobre un país hecho únicamente de pan. Yummi. Lo más impactante de este poema es que estaba escrito por un niño de 10 años llamado Francisco Bernal Uruchurtu. Ni Facebook fue capaz de dar con el paradero de Franciso Bernal, que ahora debe ser todo un ñor. Un dato impresionante: según el INEGI, el 83% de los niños que usaron libros de texto gratuitos en los 80 recuerdan este poema. ¿Ustedes se acuerdan de él?

3.Francisca y la Muerte

Onelio Jorge Cardoso fue uno de los escritores más prolíficos de Cuba. Aunque en México pocas personas conocen su legado, en su patria fue reconocido como El Cuentista Nacional. Escribió “Francisca y la Muerte” como una homenaje a la gente trabajadora, la misma que daba vida y fuerza a la revolución cubana. Desde su punto de vista, sólo el trabajo le daba al hombre la capacidad de volverse trascendente. Por supuesto, cuando nosotros estábamos morros no nos pasaba por la cabeza todo este simbolismo, sólo recordamos un cuento en el que una viejita no se moría y se burlaba de la muerte porque siempre tenía algo que hacer.

4. La tortuga va a una boda

Una tortuga fue invitada a una boda, por lo que se lavó bien su caparazón y sus patitas, se puso su collar, lápiz labial y colorete y se dirigió a la fiesta. Pero para llegar al bodorrio, tenía que subir por una escalera larguísima. La tortuga tardó años para llegar arriba y cuando estaba a punto de conquistar la cúspide, dio tremendo resbalón que la hizo caer cuesta abajo hasta el pie de la escalera. Nunca olvidaremos el remate de este texto: “Malditas prisas. La próxima vez que me inviten caminaré despacio”.

5. El juicio a un taco

Un pobre taco es presentado a juicio. Se le acusa de ser portador de mugre y demás cochinadas, por lo que se le responsabiliza de enfermar a la gente que se lo come (sin albur) y se le considera altamente peligroso. Sin embargo, el taco en su defensa asevera que, bien preparado, se trata de un alimento nutritivo y balanceado pues combina carne, verdura y tortillas. Además se defiende argumentando que si alguien en esta historia es un cochino, es seguramente el taquero o también los comensales que se comen los tacos sin lavarse las manos. El taco finalmente es exonerado de todas las acusaciones y es gracias a eso que todos podemos seguir disfrutando de su delicioso ser.

¿Qué otras lecturas recuerdan, raza chilanga? ¿Qué les gustaba o les disgustaba de esos libros? Coméntenle, pero con buena ortografía, recuerden que cada que confunden “hay” “ay” y “ahí” hacen llorar a sus maestras de primaria.

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