En toda cultura existen prácticas tan arraigadas como inexplicables; en la mexicana, una de ellas es la procrastinación, sí, ese acto de aplazar para después (a ver cuándo), nuestros deberes más urgentes: el trabajo, las tareas, las obligaciones ciudadanas, los trámites ineludibles…

Si eres de los que dejan todo para luego y tienes la agenda llena de pendientes (ni Dios sabe qué día los atenderás), sin duda te será muy conocida la siguiente lista: cosas que, sin importar la excusa, diferimos para el último momento del último día posible, jeje.

La verificación del coche

Ya es todo un clásico de los chilangos: teniendo dos mesesotes para verificar el automóvil, por azares del destino, ahí nos ven el último día haciendo una colota que pasa de las tres cuadras, pensando: “si tan sólo existiera algún coyote aliado con el verificentro que me brinque en la fila…” pero nel, eso no sucede en nuestra ciudad. Jamás.

La renovación de la credencial de elector

Siempre ocurre y más en año electoral. Si tu credencial carece de cierto número al reverso, es deber cívico y patriótico (¡ay, ajá!) renovar tu identificación oficial, la cual te permite votar y ser votado. Por alguna extraña razón, a todos se nos da la gana ir el mero día final y sin previa cita (todo sea por la democracia).

[Lee aquí nuestro manual de procrastinación]

El trabajo semestral de la escuela

Si eres estudiante universitario o preparatoriano, sabrás que a veces algunos profes califican por medio de un trabajo semestral. Lo común para muchos: corren los días, las semanas y… “mañana empiezo”. Después se vienen encima los meses, los bimestres, y faltando unos días para la fecha de entrega, te paraliza la angustia. Terminas macheteándole y contando las horas una noche antes.

Hacer la maleta antes de salir de viaje

Vas a salir de viaje y haces todo menos la maleta. “Me despierto tempranito y preparo el equipaje”, piensas; sin embargo, no falta nunca el imprevisto: no suena el despertador, te levantas y apenas hay tiempo de salir corriendo; ya nomás echas cualquier prenda o chunche en el velís (la gorra inútil o la crema antiarrugas). ¿Y los calzones? ¡Upss! “Si hubiera preparado mis tiliches antes…”

Pagar la tarjeta de crédito

Casi siempre tomamos como pretexto la falta de lana, pero para ser sinceros, hay veces en que, aun teniendo el dinero para realizar el pago, nos hacemos como que la virgen nos habla (como si así pudiéremos eludir ese momento amargo) y nos esperamos hasta la fecha límite. Media hora antes de que cierre el banco, nos lanzamos a saldar la deuda en espera de un milagro, pues si no llegamos, ¡malditos intereses!

Realizar el informe de trabajo mensual

También resulta por demás común que tu jefe te encargue un reporte de trabajo minucioso al mes. No pasa nada, tienes treinta días para elaborar tan detallado informe. Lo malo: ya cuando te das cuenta, ¡falta un día! Ni modo, a velar la madrugada entera pa’ salvar la chamba.

Entregar los libros de la biblioteca

Otra de estudiantes: pides prestados en la ñoñoteca los libros que necesitas para tu investigación. Y el mero día en que se vence el préstamo, faltando quince minutos para que cierre, te diriges hecho la mocha hacia ese recinto del saber para hacer la devolución correspondiente (¡a ver si alcanzo!).

Refrendar las prendas empeñadas

Señor, ¡téngame piedad! Sí, chucha, ¿y tus calzonzotes? Ante las dificultades económicas, algunos deciden empeñar cualquier objeto de valor (por el anillo, ¿cuánto me presta?). Y entre la desidia y los gastos cotidianos, el plazo para refrendar lo empeñado se cumple y a la mera hora… ¡córrele, a ver si no ya se perdió!

¡Ay! Tantas cosas por hacer y, claro está, por posponer, que a veces uno ya no sabe ni pa’ cuándo; sin embargo, nadie podrá negar que esto de la procrastinación es algo muy de acá de nuestro pueblo. Así la onda. Cuéntennos: ¿qué otros pendientes alargas y dejas para más tarde? Habla ahora y esto sí no lo dejes para mañana.