¿Qué pasó?

Que una vez más –ya le perdimos la cuenta- el preciso Felipe Calderón decidió que había que hacer una reforma en el país. Esta vez, una “reforma política” (se necesita una explicación muy larga, pero en resumen: que haya reelección de diputados y alcaldes, y que haya menos diputados y senadores). Y pasó que como todas las veces anteriores, los otros políticos ya le dijeron que no, que se espere y qué quién se cree. Calderón ya está en una etapa entre Tiburoncín y el Chavo del Ocho diciendo “nadie me respeta” y “es que no me tienen paciencia”. Tenlo por seguro: no se la van a aprobar.


¿Qué decimos?

Que el problema del presidente es cómo dice las cosas. En lugar de pedir sus reformas en discursos, debería escribirlas como libros de autoayuda: “Quiúbole con… que los diputados no hagan nada y ganen una lanísima”, “¿Quién se ha robado el dinero del país?” o “El presidente que vendió su Ferrari porque había crisis”. Así seguro tendría éxito y le aprobarían las reformas.


¿Cómo olvidar esto?

Vienen vacaciones, posadas, regalos, pedas y además tienes tu aguinaldo. Con eso se te olvidará seguro, aunque recuerda que en enero seguro pedirán una reforma hacendaria, una reforma al campo, una reforma a los parques y etc. Así que aprovecha ahorita, que después no habrá cómo olvidarlo.