Y hay que sorprenderse, porque el muchacho llevaba con el país parado unos veinte días; millones de manifestantes llevaban formados en las principales plazas de Egipto para pedir su renuncia, a la que se había negado con persistencia.

Había prometido un cambio de mando por allá por septiembre, había prometido que delegaría todas sus funciones a su vicepresidente ("la otra cara de la misma moneda", decían sus opositores), cambiaría la Constitución y haría reformas, todas las reformas que le pidieran los gritones. Me porto bien. Ya no digo groserías. Hago lo que sea... Al menos habrá que reconocerle las ganas que puso en que no lo corrieran.

Omar Suleiman, el mentado vicepresidente, fue el que anunció la decisión, y dijo:

”En estas circunstancias difíciles que atraviesa el país, elpresidente Hosni Mubarak ha resuelto dejar su puesto como presidente dela república. Ha encargado al consejo de las fuerzas armadas que dirijalos asuntos de estado. Dios es nuestro protector y nuestro alivio".

Las últimas palabras del régimen, aquellas que refieren al Todopoderoso, son de una poesía envidiable.