En toda relación matrimonial o de concubinato, siempre existen detalles que hacen de la convivencia diaria una realidad difícil de sobrellevar: los pésimos modales de él, las flatulencias de ella, la intolerancia de ambos… pequeñas razones que generan grandes peleas entre enamorados y transforman el idilio en una lucha sin cuartel.

Suele suceder que, una vez desposados, los tórtolos descubren un lado B de su pareja que nunca imaginaron, o por el contrario, enseñan gacho el cobre. De tal suerte, si tu alma gemela tiene hábitos desesperantes que te llenan el buche de piedritas, o bien, si tú eres el que rompe el equilibrio con manías de escalofrío, aquí te brindamos una lista de hechos que te serán muy familiares: motivos que pueden desatar la guerra en cualquier matrimonio feliz.

1. Sus ronquidos

En medio de esas noches de descanso, cuando el cuerpo reposa y la mente se entrega a la placidez del sueño, no hay nada tan exasperante como que te despierte el gutural y cuadrafónico sonido de un motor (turbo y de carburador doble garganta), con chiflidito de tetera incluido, roncándote melodiosamente en la orejota. ¡Ésta sí que es una causa legítima para rifarse un tiro!

2. Salpica la taza del baño

Algo de lo más frecuente es que el hombre de la casa haga sus necesidades (del uno) como bombero en pleno incendio: manguera en mano, echa el agua en todas direcciones como quien rotula el horizonte en llamas. La mala onda: salpica el escusado con todo y el asiento, la tapa y la funda tejida de color mamey que la recubre (en una de ésas, también el piso). Lo peor: no lo limpia y deja tal cual su obra de arte, y como se dice por ahí: “de su arte a mi arte…” (jeje).

3. Sus greñas pululan por doquier

Resulta por demás triste descubrir que tu chava se está quedando pelona (más calva que una rodilla de escuincle), pero eso no quita lo desagradable de encontrar su pelambre oxigenado regado por el piso, el lavabo, la alfombra, las almohadas, el sofá, tu ropa… tanto que hasta parece que te casaste con un gato de angora enfermo de alopecia.

4. No tapa la pasta

Una de las batallas más cruentas de la vida en arrejunte se debe a que, sin razón alguna, el ser amado olvida cerrar el tubo de la pasta dental, ya de por sí muy aplastado. Lo desagradable del asunto: te das cuenta de su gracia justo por la mañana, cuando más necesitas refrescarte la buchaca y quieres sacar un poco de cremita pa’ tus muelas y colmillos.

5. Su ropa tirada por toda la casa

Otra costumbre que desquicia hasta las mentes más serenas es la de dejar tirado el calzón matapasiones debajo del sillón, los calcetines apestosos junto a la cama, el sostén colgado en el respaldo de la silla, el suspensorio, los mallones, la fajilla, en fin, toda la gama de prendas interiores por todas partes. ¡Qué empiece la pelea!

6. Sus gases

Uno de los más francos atentados contra la paz del nido de amor surge cuando tu pareja se descose en pleno lecho nupcial. Sí, esos gases suyos más que lacrimógenos resultan ser auténticas armas químicas, dotadas de las más volátiles y tóxicas sustancias. Si de repente notas un olor a frijol podrido que empieza a enturbiar el aire de la habitación, a nublar tu vista y a trabarte el habla, o escuchas el sonoro rugir del cañón, prepárate: ¡la guerra ha comenzado!

7. Usa la playera de tu equipo

A veces ocurre que tu prenda amada se pasa por el arco del triunfo tu orgullo y tu pasión futbolera, y sin un mínimo de respeto a los escudos y colores de tu afecto, se pone la playera de tu equipo favorito (la clásica de colección que sólo usas en finales) como pijama o, los dioses del estadio la perdonen, para hacer quehacer (¡ah, jija!).

8. Eructa en la mesa

Otra costumbre irritante y ordinaria consiste en que tu amorcito, luego de compartir los manjares del almuerzo o la merienda, avienta el buqué de chilaquiles cebollosos por medio de un “sapo” extenso y afinado, proveniente de sus gastríticas entrañas, como quien se echa un suspiro lleno de ternura. ¡Y retiemble en su centro la tierra!

9. Se acaba el agua

La disputa cotidiana más encarnizada se produce acaso por el hecho egoísta de que el dueño o la dueña de tus quincenas se asume también como el dueño del baño y del bóiler, o sea, cuando después de sus duchas de hora y media (¿qué diablos hará durante tanto tiempo?) se termina el agua caliente. Resultado final (e infame): tienes que lavarte tus miserias con agua helada.

10. Quiere que le arrimes todo

No, no se trata del arrumaco alegre, sino de que nunca encuentra lo que necesita: ropa limpia, su cartera, el control de la televisión, su rastrillo, la caja de herramientas, sus zapatos de ante azul… Como si la casa fuera una mansión kilométrica donde todo se pierde, tu cónyuge no localiza nada por sí mismo y siempre quiere que le des las cosas en la mano.

Como verás, apreciadísimo/a chilango/a, existe un sinnúmero de causas para abrir fuego entre casados; sin embargo, ¿qué puede ser más excitante que dormir con el enemigo? Al fin y al cabo, todas las discordias pueden resolverse en el cuadrilátero king size, de dos a tres caídas y sin límite de tiempo. ¿A poco no? En fin, ahora te toca a ti decirnos, ¿por cuál otro motivo has declarado la guerra en tu vida marital?

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