A las enfermeras las amamos o las odiamos: las de los hospitales públicos tienen fama de malos tratos aunque siempre hay alguna que resulta un amor. También están las enfermeras privadas que van a cuidar a tu abuelo en casa y de las que -se dice- cobran una millonada.

Hay unas que resultan un dechado de paciencia y hay otras que tienen mala cara todo el día ¿será verdad? Lo cierto es que muchas veces nuestra vida está en sus manos y pueden hacer más llevadera tu estancia en un hospital.

En su día queremos felicitarlas y nos lanzamos a una clínica en avenida Universidad para platicar con un grupo de ellas. Nuestra misión: que nos contaran lo que odian de nosotros.

Cuál fue nuestra sorpresa cuando eso se convirtió en batalla campal de quejas, ya no supimos ni para dónde hacernos ¡ja! ¡Felicidades enfermeras!

Paula: Me molesta que toda la gente trae el prejuicio de que somos mala onda, de que somos insensibles o de que no nos importan los enfermos ¿por qué será?

Mary: Yo no me quejo de los enfermos sino de las otras enfermeras: las que tienen más tiempo ganan los mejores horarios y las que vamos entrando tenemos horarios bien malos.

Rocío: Yo me quejo de mis vecinos. Explicaré: por ser la enfermera de la cuadra todos asumen que sé poner inyecciones, le cambio pañales a los ancianos y que sé cosas básicas de medicina. Es claro que lo sé. Pero una llega a casa, después del turno del hospital, después de pasar casi 24 horas despierta, con ganas de descansar, nunca falta que apenas me acuesto y alguno de mis vecinos toca la puerta diciendo “¿no puede ponerle una inyección a mi mamá?”

Carmen: Eso siempre pasa. Aunque seguro debe de pasarle también a los médicos.

Rocío: Verás. Una es enfermera para servir a los demás. Es tu trabajo: ayudar a otros. Eso no quiere decir que estemos siempre de buenas, porque éste es un trabajo muy ingrato: pagan poco, nos cansamos mucho y… pues una no siempre puede tener buena cara.

Paula: Creo que es por eso que tenemos mala fama: atendemos muchos enfermos al día. Muchos, todos con diferentes necesidades. Es inevitable que te vuelvas un poco insensible.

Carmen: El otro día estaba atendiendo a un paciente cuando me gritó una chica, que era familiar de una del cuarto de junto. Me pedía que fuera a echarle una cobija a su enferma: todavía me faltaba revisar a dos pacientes más pero ella se molestó muchísimo. Me dijo hasta de lo que me iba a morir.

Mary: Extrañamente los enfermos son más amables que los familiares…

Carmen: Nosotras tenemos instrucciones: no podemos salirnos de lo que dice el médico, no podemos tomarnos más atribuciones de las que nos corresponden. Hay familiares que quieren que rompamos las reglas. Creo que ésos son los más molestos.

Paula: Por otro lado en los hospitales sí hay una cosa como… no sé cómo decirlo: como clases sociales. Entre médicos internistas, los directivos, los especialistas, nosotras siempre somos la tropa, las que se llevan la mayor friega y a las que más regañan.

Mary: Es cierto. Pero es bien bonito cuando el paciente sale todo recuperado y hasta te agradece las atenciones.

Rocío: Pero cuando fallecen ¡uuuuh! ¡Como si una tuviera la culpa!

Carmen: Ya sé: si hay algo de lo que me quejo es de los pacientes abandonados. Hay muchos casos de esos. No me quejo del paciente, claro, sino de los familiares que ni los vienen a ver, es bien triste.

Mary: ¡Ya sé! A la hora de visitas, cuando está toda la familia en el cuarto y sólo hay pase para dos personas ¿Cómo hacen para meterse todos?

Paula: Sí. Luego hay que correrlos porque nos regañan a nosotras por dejar pasar a todos los familiares. Anécdota rara: un día los hijos de una señora metieron de infraganti ¡gorditas de chicharrón!

Rocío: No entienden que los enfermos llevan dieta especial: si se ponen malos, nosotras los cuidamos. Y el enfermo sufre, no ellos.

Carmen: ¿Nos estamos quejando mucho?

¡No mucho! Por lo menos ahora entendemos mejor su trabajo ¡Felicidades a las enfermeras en su día!

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