Fantasmas del pasado

Por Mónica Braun, que escribe esto al tiempo que ha entrado en la categoría de personas con capacidades diferentes. Merced a un esguince en el tobillo izquierdo. Se aceptan flores virtuales, de preferencia nardos.

Hay coincidencias tan extrañas que parecen argumento de película de un egresado de la Sogem. Una tarde fui con mis amigas a ver Vals con Bashir. La película se refiere a la matanza de Sabra y Shatila, pero también a los misterios de la culpa, la memoria y el olvido. Salí (además de shockeada y deprimida) haciéndome las mismas preguntas que me atormentaban a los 19 años, cuando viví en un kibutz… justo dos años después de aquel genocidio.
En ese entonces, 1984, yo era una versión desmesurada de quien soy ahora. Una casi adolescente que andaba todo el día en calzones y playerita, sin brasier, asoleando mis delgadas carnes a la vista de todos. Ahí estaba del otro lado del mundo, sola, con 100 dólares en el bolsillo para vivir un año, sin saber hebreo y ligando hombres a diestra y siniestra. De preferencia argentinos.
Los argentinos me encantaban: llegaban con sus cabellos rubios a tomar mate, a entonar canciones de Mercedes Sosa y a componer el mundo. Hablábamos de literatura y de política hasta altas horas de la noche. Yo de inmediato me unía a esos grupitos izquierdosos de judíos que se concebían a sí mismos como seres normales, que pensaban como yo y eran ateos, y que fueron sin duda lo mejor de aquel año tormentoso. Porque mis nuevos amigos llegaban para estancias de un par de meses. Luego se iban y la euforia se volvía depresión. Y yo me convertía en otra: me aislaba completamente de mi propio grupo, pasaba semanas enteras sin pronunciar palabra, y me dedicaba a recoger manzanas en silencio durante toda la mañana para, en la tarde, meterme a mi cuarto a leer a Sartre hasta bien entrada la noche. El mundo me parecía hostil y no quería saber nada de nadie… hasta que llegaba otro grupo de argentinos.
De esos fugaces encuentros hubo uno cuyo recuerdo me acompañó por muchos años. Se llamaba Mauricio, tenía el cabello largo y rizado, reía mucho y era músico. Un ser dulce y paciente que una vez me dijo que mi problema era no saber fluir con la vida. Vino y se fue, y jamás volví a saber de él… hasta que esa tarde salí del cine con mis amigas.
Durante la cena, llegó un mensaje al iPhone. Mientras mis amigas seguían platicando abrí mi gmail y la mandíbula, literalmente, se me cayó. Era un correo enviado desde Argentina, Mauricio en persona, 25 años después. Me había googleado, había dado con Sexo Chilango, y ahí había encontrado mi correo. ¿Sincronicidad?, ¿azar?, ¿obra del Demonio?, ¿broma del destino? Ahí estaba yo, pensando en el kibutz, en Líbano, en mis 19 años, en Mauricio… y ahí estaba él, devuelto al presente gracias a Internet. Mauricio me decía que era feliz, que era fiel y monógamo, pero que yo, un cuarto de siglo después, seguía presente en su vida, como si el tiempo no hubiera pasado…
Hemos comenzado a escribirnos con frecuencia. Él se ha convertido en un cuarentón interesante, con 21 años de matrimonio y un hijo adolescente. Sigue dedicándose a la música y es feliz. Y no deja de escribir y no dejamos de recordar y tratar de reconocernos en aquellos que fuimos hace tanto.
La verdad, no me siento culpable de escribirme con Mauricio porque Arturo lo sabe, y porque mientras lo hago él chatea con una ex novia de la que estuvo enamoradísimo a los 17, que ahora vive en Francia con sus dos hijas y su marido, y a la que se encontró hace un par de meses en Facebook. Con frecuencia lo veo frente a la computadora: el café ya no humea y el cigarro se ha consumido sobre el cenicero. Él tiene la mirada lejana y no sé dónde está, y sobre todo no sé quién es, ¿el mío o el de ella?
Hoy, por ejemplo, chateaba supongo que con ella mientras yo, a prudente distancia, leía el último chisme de Polanski en el periódico, y pensaba que no condeno a Polanski, no creo que sea menos genial su cine ni que él sea un monstruo. Condeno su acto. Porque una cosa son nuestros actos y otra lo que somos. El acto reprobable de una violación merece un castigo. El acto genial de hacer una obra de arte puede merecer un Oscar. Pero el hecho de que una misma persona obre de formas antagónicas no cabe en nuestra mente ordenada. ¿O no se trata de la misma persona? ¿Acaso él vive en el cuerpo de un ser ya muerto, pero cuya memoria lleva a cuestas y por cuyos actos pasados sigue teniendo que responder?
Y eso nos vuelve a la pregunta que nos hacemos yo y mi ex, Arturo y la suya… ¿quiénes diablos somos, realmente?

Tú serás profeta

Por Alberto Chimal que igual que Mónica Braun se esguinzó el tobillo. Sospechamos que hay un complot.

En una feria del libro se me acercó un hombre. Me dijo:
—¿Me publica un libro? Quiero que me publique. Usted es de bien.
Yo le dije, muy amablemente, que no soy editor ni dueño de una editorial. No le importó:
—Es un libro de salvación: diez mil aforismos que yo escribí personalmente, o sea: no es antología de aforismos de muchas personas sino míos. Y además forman un libro mántico, o sea: se puede consultar el futuro en él. Hace usted la pregunta, abre el libro y sale el futuro. Y es de bien, o sea: no del diablo. Como usted. Dígame dónde vive y se lo llevo.
Dicen que la gente buena es tonta. Yo lo niego, pero al hombre le dije que sí, que claro, que me parecía un gran proyecto, que estaría de viaje pero que me escribiera…, y le di mi dirección de correo electrónico especial, que no abro nunca.

Raquel, mi esposa, tiene razón:
—Tú eres imán de locos —dice—. Ya sé que es autogol, pero sí es cierto.

Yo le digo que ella es la excepción, por supuesto, y que piense en Alba Dupont…
Así firmaba. Nunca le supe otro nombre. En ese entonces yo tenía columna en un periódico y allí aparecía mi correo electrónico normal, digamos; un día ella me envió un mensaje de siete páginas sobre un artículo mío acerca de Lovecraft. Según ella, yo era persona bondadosa, y le daba gusto (decía) que le escribiera artículos como los que escribía.
—Cree que nomás son para ella —decía Raquel, asombrada.
Dupont, por su parte, afirmaba que Lovecraft había escrito «COSAS REALES PERVERSAS» (nunca usaba minúsculas, y acentos rara vez).
Yo respondí que gracias, que qué amable de su parte el escribirme. Y ella siguió haciéndolo durante meses, y sus mensajes fueron más y más largos. No la detuvo el que yo no le escribiera más…y la verdad es que yo leí todo lo que mandó. No lo podía evitar. Uno de sus últimos mensajes, de unas treinta páginas, decía: «YO TENGO EL SECRETO Y MI MAESTRO DE ESPAÑOL ME QUIERE MATAR» y seguía explicando cómo ella, Alba Dupont, era de las pocas ELEGIDAS que sabía de la GRAN CONFLAGRACIÓN que acabaría con el mundo y daría lugar a la NUEVA ERA, por lo que OTROS querían detenerla. «PERO YO PUEDO VER A LOS QUE SON ELEGIDOS Y TIENEN EL PODER Y TU SERAS PROFETA, TU TE SALVARAS CON UNOS POCOS Y SERAS PROFETA DEL NUEVO MUNDO Y LA NUEVA CIVILIZACION». Un día dejó de escribir.
—Era bien divertida —dice Raquel.

9 de cada 10

Por Sergio González que hasta donde sabemos no se ha lastimado el tobillo, por lo que se ha vuelto el primer sospechoso de la conspiración contra los otros columnistas.

El único estudiante que termina completo su ciclo escolar se ha vuelto una excepción. Lo normal son los desertores. Cuando era niño me tenían que perseguir porque echaba a correr con tal de evitar la escuela. Me tomé un año de más en terminar la secundaria. Deserté dos veces de escuelas preparatorias. Ya veinteañero intenté dos licenciaturas y en la segunda le debí materias a la universidad durante mucho tiempo. Más tarde regularicé mi situación académica. Mientras tanto, tuve diversos empleos no mal remunerados e incluso fui profesor en estudios de posgrado en el Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora. Mis esfuerzos por encaminar alumnos a tareas de calidad me dieron cierta estima entre ellos. Otros deben odiarme aún: un profesor es como el café, a unos les cae bien y a otros no.
Mi historia personal quiere evocar un factor: la decisión individual. Cualquier cosa que fuera lo que traía en la mente cuando fui desertor escolar, preparatoriano o universitario, me refiere a lo que denominaría inadecuación de intereses, propósitos y objetivos entre la mente del niño y el joven y las instituciones educativas en las que estuve. Entre la escuela y yo se levantaba una plancha de asfalto gris y frío que me hacía preferir el juego, la lectura en casa, la imaginación viciosa, la informalidad absoluta, cuyo momento decisivo tuvo lugar cuando entré en una preparatoria de enseñanza activa con métodos idóneos para alumnos desertores. En una comunidad afín encontré un gusto educativo que sería determinante, mi propia sociedad de los poetas muertos como en aquella vieja película de Peter Weir.
Hoy, a los desertores escolares del país los espera más que la sociedad de los poetas muertos, la sociedad de los desempleados vivos. Un estudio del Centro Nacional de Evaluación para la Educación Superior concluye que 40% de los jóvenes que se titularon en 2001 no tienen empleo remunerado. 11,466 nuevos licenciados pasaron en el instante del estatuto de estudiantes de excepción a simples desempleados. De 60% que sí obtuvo una plaza, poco más de 17 mil, menos de la tercera parte, entró en un trabajo ajeno a sus estudios, en tanto que otro porcentaje semejante pudo ubicarse en su área de especialidad, pero con un salario menor a dos mil pesos mensuales. Las remuneraciones del resto apenas alcanzaron cinco mil pesos.
El abandono paulatino de las aulas se ha vuelto el paisaje regular en nuestras escuelas: alumnos en fuga, profesores que hablan e instruyen a cada vez menos niños y jóvenes. Un país donde las nuevas generaciones desertan su educación, promete algo inquietante: ejércitos laborales entregados a la economía subterránea o informal, donde el mayor riesgo consiste en la caída en la delincuencia o el crimen organizado: 25% de los jóvenes en los penales mexicanos ni siquiera terminaron la primaria y comenzaron a trabajar a los 12 años.
Los médicos y los ingenieros químicos suelen ser los peor pagados. Y la mejor alternativa salarial se encuentra en los egresados de derecho, turismo o ingeniería electrónica, nada raro en un país que cuenta con una vigorosa burocracia y un sistema judicial enmarañado e ineficiente, con regulaciones obsoletas y corruptelas múltiples, o bien, un país donde la industria turística cuenta con una infraestructura amplia y demandante y en el que el ramo de las telecomunicaciones es el único que presenta dinamismo competitivo. De nuevo, el factor de la decisión individual se vuelve estratégico cuando se elige una carrera. Como afirma el experto del Tecnológico de Massachusetts Dan Ariely: en cuanto a las decisiones económicas, la gente tiende a conducirse en términos irracionales de un modo predecible.
De acuerdo con un informe oficial, la generación de talento en México es mínima: en una prueba para medir los niveles más altos de rendimiento, los estudiantes de 15 años que la aprobaron fueron sólo el 0.29% del total. Unos 3,500 mexicanos, mientras en Corea hay 124 mil alumnos que aprobaron el mismo test, y eso que tiene menos de la mitad de habitantes que México. Aquí vivimos entre la deserción y la escasez educativas. Y así, como cantaban los Sex Pistols: “No future”.