Mariana CamachoSe los digo de verdad y un
poco por presumida. Este puente me fui (de trabajo)
a La Paz, Baja California Sur. Que además de ser un lugar paridisíaco
(en donde puedes ver pasar a las ballenas), resulta ser un gran destino
gatronómico.

Mis anfitriones eran dos
gorditos
simpáticos, con todo dispuesto para iniciar un recorrido gourmet por
el área y pueblitos aledaños como el de Todos Santos.

-¿Eres tragona? – me
preguntó
la chica, mientras se estacionaba en frente de un típico puesto paceño
de taquitos de pescado.

– Sí, mucho- le dije.

Ella, simplemente no me lo
creyó.

Ese día para el desayuno me
comícuatro tacos (por ahíde la una de la tarde, cuando
la primera degustación estaba programada para las cinco). Ya saben:
pescado, pulpo, mantarraya, marlin.

Lo demás pasócomo siempre
pasa: cada restaurante tenía previsto un menúde al menos ocho
tiempos
con sus respectivos vinos. A un ritmo de tres horas casi cuatro
por lugar, con intervalos de una hora de descanso entre cada uno.

Para el tercer día, en medio
de un atracón de pastas con el chef Angelo del Tre Galline, mi
anfitriona
volteóa verme para decirme que había llegado a su límite. Luego
llegaron como cinco postres. Yo, hice lo propio y seguícomiendo.

– Nunca había visto a alguien
comer así.

Yo me reípara mis adentros.
La verdad es que yo a veces también me sorprendo de mi capacidad para
comer. Luego, me entróculpa y salía correr en la mañana…
veinte minutos antes del desayuno J.