Si interponer una denuncia penal les da miedo, que su nombre aparezca impreso las aterra. El nombre de las víctimas de Reina se cambió para este reportaje. Por ello, algunos de los datos que se obtuvieron en la investigación no aparecen aquí, para no poner en riesgo a las mujeres estafadas.

A una de ellas la llamaremos Carla. Su perfil es el de la mayoría de las víctimas de Reina: una mujer de Las Lomas, de una familia de clase media alta golpeada por las continuas crisis y devaluaciones. Nunca pensó en trabajar, pero tuvo que hacerlo. Entró de medio tiempo como vendedora en una empresa de bienes raíces.

Conocer a Reina fue «como haber sacado el “Loto” de California: millones de dólares para el futuro».

«(Reina) habló para pedir que le mostraran una casa en Las Lomas –explica-, me asignaron a mí y al principio no noté nada raro. Tras los primeros minutos, ella comenzó a alabarme hasta decirme que era tan buena vendedora que debería trabajar para Los Pinos. Al final fue ella la que me convenció de «comprarle» algo, y no al revés.

La idea de un mejor trabajo alegró a Carla. Reina se comportó con tal seguridad, le habló tanto de su cercanía con la primera dama Margarita Zavala, de lo inmediato de la oferta, que ella le creyó.

Las pláticas continuaron por días. Reina comenzó a hablar de salario y prestaciones.

Carla continuaría en las bienes raíces, pero con muchos más beneficios: un sueldo mensual de entre 80 y 95 mil pesos, 15% de comisión por las rentas de los edificios que se le entregaran en administración –propiedad de funcionarios y políticos –, coche con chofer y logo de Presidencia, y viáticos para ir al extranjero, pues algunas propiedades estaban en Estados Unidos y Europa.

También vales de gasolina y despensa, seguro de vida, póliza funeraria, y pensión por viudez de 38 mil pesos por dos años del Instituto Mexicano del Seguro Social.

Como trabajaría con personajes como Elba Esther Gordillo y Santiago Creel, obtendría dinero para comprar ropa, zapatos y accesorios: debía ir impecable a las cenas y eventos para conocer en persona, brindar y comer junto a los hombres y mujeres que definían el destino de México.

Carla quedó deslumbrada por el ofrecimiento, renunció a su empleo, e inició los procedimientos para el ingreso a Los Pinos. Proceso que, Reina le aclaró, era por lo menos complicado. Se trataba de la casa presidencial, no cualquiera podía entrar: antes tendrían que hacerse varias investigaciones sobre Carla, eso sí, con suma cautela, pues «en Los Pinos todo es así, hay mucha discreción por tratarse del Presidente», aseguraba Reina.

Los costos de las investigaciones correrían por cuenta de Carla: 50 mil pesos para iniciarlas, pues serían exhaustivas. Para que todo se agilizara, Reina le pidió documentos, que Carla entregó con presteza: acta de nacimiento, credencial del IFE, datos de sus cuentas bancarias, pasaporte y visa para Estados Unidos, tanto de ella como de sus familiares, para garantizar que podría viajar al extranjero y a las giras presidenciales sin problemas. La vida de Carla, en documentos académicos, médicos, referencias, estaba en las manos de Reina.

La familia de Carla, igual que ella, estaba emocionada. Tanto, que cuando Reina les dijo que necesitaba más dinero porque las investigaciones se habían complicado y estaba en riesgo su ingreso a la casa del Presidente, ellos le prestaron otros 50 mil pesos.

Las semanas transcurrieron y la llamada de Reina diciendo «sí, ya estás dentro» no llegaba. Mientras tanto, Carla, imaginándose en Los Pinos, le contaba a sus amigas sobre el trabajo que tendría en pocos días. Incluso les ofreció ver si había otra plaza que les pudiera ofrecer Reina, quien por entonces revisaba el estatus financiero de Carla mediante sus contactos.

Un par de esas amigas llamó a Reina, que las intentó atraer de la misma forma. Ellas desconfiaron después de que les solicitara los primeros 50 mil pesos, pero Reina jugó otra de sus cartas: les mostró su agenda personal. Ahí había nombres y teléfonos de centenares de mujeres, con supuestas citas en Los Pinos, a las cuales «ya había ayudado a entrar». Les enseñó documentos membretados con logo y datos de Presidencia, con el nombre y firma de Margarita Zavala.

Lo que no sabían es que esas hojas membretadas eran apócrifas: Reina las mandaba falsificar con diseñadores gráficos. Los logos, tipo de letra y diseño son tan similares, que después de verlos algunas de las mujeres también creyeron en Reina y le entregaron su dinero.

Pasaron seis meses desde que Carla iniciara el proceso de «ingreso a Los Pinos». Ella seguía confiada y no había intentado saber por otros medios cómo iba el trámite. Reina le pidió que jamás hablara con abogados, ni amigos influyentes, mucho menos a Los Pinos, porque ella -le aseguró- estaba en una división que existía en una nómina paralela, con un trato especial.

Carla ya había pagado más de 400 mil pesos.

Además de las investigaciones, había que dar dinero para copias –montos de hasta 3 mil pesos, pues «hay que darle un juego a casi todo mundo en Los Pinos» –; para asegurarse que el auto que le darían tendría estampado el logo de Presidencia –20 mil pesos, pues ese privilegio «no lo tiene todo el mundo» –; por cada solicitud, otros mil pesos; por agilizar el trámite de un seguro de gastos médicos mayores para toda su familia –70 mil pesos–.

Carla pedía préstamos a sus familiares o amigas, quienes ya también habían entregado su dinero a Reina.

Carla seguía confiada, pero a los pocos días se enteró de un caso que echó esa confianza al suelo: Paulina, otra víctima, había esperado un año a que Reina le confirmara su ingreso. Cansada, le exigió que le devolviera su dinero, que no le interesaba más el trabajo prometido y que ella quería «recuperar su tranquilidad». Horas más tarde un grupo de hombres la trató de subir a una camioneta negra Durango en la calle de Sierra Madre, en Lomas de Chapultepec. Vinieron llamadas amenazantes a su celular, hombres que la seguían a todos lados. Paulina no aguantó la presión y huyó a Estados Unidos. Carla y sus amigas, quienes habían conocido a Paulina por Reina, nunca más supieron de ella.

Reina sabía cómo aprovechar estos episodios. Habló con las otras mujeres y se quejó de Paulina. Les dijo que su intento por detener el proceso había obstaculizado el ingreso de todas ellas a Los Pinos, por lo que necesitaba más dinero.

Después de saber lo que había pasado con Paulina, Carla intentó, de forma amable y poniendo pretextos, decirle a Reina que ya no estaba interesada en el trabajo. «Discúlpame, pero por causas de fuerza mayor ya no voy a poder». Pero, según Reina, ya no había forma de frenar el proceso. Dijo que la haría quedar mal, que ya estaba a punto de conseguir su ingreso. Le recordó que especialmente ella no podía dejarla porque «le debía un favor».

Como Carla insistió, Reina condicionó su salida a encontrar una sustituta. Carla llamó desesperadamente a sus amigas, quienes ya habían sido alertadas por otras conocidas. Ninguna aceptó su oferta, ni siquiera la dejaron hablar. Carla, sin saber qué otra salida tomar, decidió que sus familiares serían ese camino: tres miembros de su familia ingresaron a la red de Reina por recomendación suya.

Pero Reina no dejó ir a Carla.

Consideró que era muy buena para convencer a otras mujeres a unirse a la pirámide y, además de tener que reclutar a más, le dio un nuevo trabajo: su espía. Si realizaba ese trabajo durante «algún tiempo», Carla podría recuperar su dinero y su vida. La víctima se convirtió en sombra de otras víctimas, las llamaba todo el tiempo para saber qué hacían, les pedía que usaran sus tarjetas de crédito para que gastaran presuntamente a nombre de Los Pinos, pero las deudas eran de esas mujeres: los créditos eran contratados –con todos los documentos que habían entregado – a nombre de ellas.