La logística de seguridad estuvo loquísima. Los edificios de la plancha
del Zócalo capitalino estuvieron hasta el full de francotiradores: Palacio
Nacional, La Asamblea Legislativa, el Antiguo Palacio del Ayuntamiento y
hasta la Catedral Metropolitana
–con todo y nuestro queridísimo (aja, sí)–
cardenal Norberto Rivera adentro. Todo fue usado por los cuerpos de
inteligencia.

Lo mejor fue que entre Fecalito y Chelito Ebrard se
armaron con equipos antibomba
y, por más de 24 horas, perros y
equipo especializado olfatearon hasta por debajo del asta bandera, del
Ángel y del Monumento a la Revolución en busca de explosivos.

Quienes decidieron lanzarse a alguno de los conciertos –una de las poquitísimas cosas buenas de la noche– debieron evaluar qué tanto valía la
pena… No es pesimismo, seguro recordaron lo que pasó hace dos años
en Morelia…

Por cierto, ¿Qué tal se puso Kinky?