El grupo Tweeter interpreta covers de los Ramones

Lote 109 tiene un par de aretes y un prendedor de oro de 14 quilates con diamantes y esmeraldas. En el catálogo de la casa de subasta Louis C Morton, calculan que las joyas se van a vender entre 14,000 y 18,000 pesos. Pero resulta que hay varias personas que están decididas a comprarlas. Hay una pareja de treintotes, los dos con jeans y camisas claras. También hay un señor de unos cuarenta años, fornido de gimnasio, con camisa de rayas azules, que muestra la confianza de un empresario exitoso. Y otra pareja: una señora de quizá 70 años con saco verde y pelo rubio platino this big, y su compañero, probablemente su hijo, pelón, orejón y cuarentón. Con tanta competencia las pujas pasan de los 18,000 pesos con rapidez. Cuando llegan a los 30,000, la pareja joven se rinde, dejando el campo al hombre fornido y a la madre y su hijo.

Aunque el hijo tiene el palito en la mano, sólo lo levanta después de una señal por parte de su mamá.

32… 34… 36… sin titubear, el fornido parece dispuesto a pagar cualquier precio por las prendas. También la señora hasta que llegan a los 44,000 pesos y ella parpadea. Final de cuentas: el fornido gana por esa cantidad. Ella está enojadísima con su hijo.

—¿Por qué los dejaste? — pregunta.

Él contesta:

—La próxima vez tendrás que decidir más rápido.

La Ciudad de México no es conocida como un lugar importante en la ruta internacional de las subastas. Así me di una vuelta para conocer a Louis C Morton en persona, en la casa de subastas en Las Lomas. Es un señor agradable, con ropa elegante y cada pelo en su lugar. Me explicó que empezaron a subastar en 1988. El reto ha sido educar al público «hay gente que grita un precio que no tiene que ver con el valor establecido por nosotros en el catálogo —comenta—. Gritan “¡Cien pesos!”… como si les fuéramos a hacer caso. Les tenemos que explicar que no es un regateo.» Aunque los lotes están expuestos durante tres o cuatro días antes de la subasta, mucha gente no se toma la molestia de examinarlos antes de pujar «Luego se quejan porque algo es más grande o más chico de lo que creían. O que pensaban que era de madera o que no cabe en la pared. Tengo que explicarles que hay que verlos antes de llegar a la subasta.»

Una gran diferencia entre una subasta de Morton y las de Sotheby’s y Christie’s en Londres o Nueva York es que aquí sirven canapés durante el evento. «Hay gente que viene como si fuera el teatro —dice Morton. Se toman sus tres o cuatro whiskies y después comentan a los martilleros si les gustaron o no.»

Hay subastas todas las semanas. Así, la mujer y su hijo que perdieron las esmeraldas pueden volver pronto para buscar algo mejor.