La fachada. De su casa en La Tapona

En la estación Loma Alta, Jalisco, el tren de las 3 am trituró sobre las vías a Ambelio Reyes, de 42 años, primo y amigo de Luis Felipe.

Paulo, padre de Ambelio, reconoció el amasijo de carne que apareció en la contraportada de El Circo, diario policial de la región. Una pierna había sido mutilada por la espinilla y un brazo estaba desprendido. En el durmiente donde se hallaron los restos ha sido fijado un crucifijo con cemento.

Pudo ser un suicidio, pero también una casualidad fatal: quizá Ambelio, un alcohólico, se durmiera de borracho en las vías. El tren siguió de largo porque hace años no para ahí.

El único letrero de bienvenida es una cartulina naranja en la que apenas se lee: «XV años Rancho La Tapona». Sobre la autopista Aguascalientes-León hay una reja oxidada y medio caída, desde donde inicia un camino de terracería con zanjas que ha creado la lluvia que apenas acaba de caer después de tres meses de atraso.

Hace sólo dos semanas Luis Felipe estaba aquí, en este pueblo, rogando que la lluvia cayera para cosechar la tierra que había sembrado. Pero llegó el 13 de septiembre y el agua no cayó. Entonces avisó a su familia: «Me voy a Ciudad Juárez a conseguir la visa para cruzar a Estados Unidos.» Mintió. Su destino era el DF.

En mi camino a La Tapona, un par de campesinas altas y güeras, con dos niños de ojos azules, bajan a esperar que se enfríe el radiador de su vieja pick-up. Con la cabeza metida en el motor una de ellas me da informes:

—Buscas a “El Cuatro”. ¿Por lo de su hermano? A ver si te da la entrevista. Hace poco estuvo en un pleito en una cantina donde creo picó a alguien.

Estoy en los Altos de Jalisco, vasto y árido territorio de El llano en llamas. Los años han traído desazón. Con la autopista creada en 1986 La Tapona quedó partida: la carretera de cuota atraviesa el rancho.

En el camino a La Tapona, entre huizaches, nopales, cactus, pitahayos y mezquites, sólo cabe un auto. El domicilio que busco lo marca una camionetita Toyota de los años 80, cubierta de polvo y óxido. Con una llanta ponchada, el lugar de un vidrio lo cubre una tela de costal. José Manuel Hernández “El Cuatro”, de 34 años, vive en una casa de concreto sin pintar, de una sola planta, en medio del polvo. Algunas ventanas han sido sustituidas por cartones. Por puerta hay una cortina.

Al verme, “El Cuatro” grita a sus niños: «A la casa con su madre.» Veo que su playera es la misma que percudida y con hoyos salió en una entrevista que concedió a TV Azteca. El menor de los 13 hermanos Hernández Castillo habla agotado: «Luis ofendió a la sociedad. Nos duele y respeto a las familias dolidas. ¿Qué más decir? Apenas nos estamos haciendo a la idea.»

A los tres minutos se detiene abrupta una pick-up de modelo reciente. Baja un señor alto, de jeans, con una gorra de los Yankees.

—¿Quién eres? ¿A qué vienes?

Erasmo, de 38 años, es otro de los hermanos de Luis. Ha venido de California, donde radica, para apoyar al papá de la familia, Alfonso, y a sus hermanos “El Cuatro”, María de Jesús “Chuyita”, Miguel Ángel y dos más que viven en Jalisco.

«Estamos en shock —dice Erasmo más tranquilo—. Nunca esperamos que hiciera algo así. No sé si ustedes pudieran entrevistarlo en el reclusorio para que diga sus motivos que él sólo sabe. Nadie le ha dado la oportunidad.»

—¿Cómo está tu hermano? —le pregunto.

—Aún no le sacan las heridas de bala: una en el bíceps derecho y otra en la espalda. Es una venganza por matar a un policía.

—En el video nunca se ve que Luis reciba dos tiros —refuto.

—Para mí que los videos no muestran todo —dice Erasmo.