Amores Perros, primer proyecto juntos, fue reescrito a máquina 36 veces. Guillermo escribía en las noches y en el día se reunían seis o siete horas en su casa, en Z Film o en casa de Alejandro, en Cuajimalpa.

«El acuerdo que hicimos y que (al no respetarse) empezó a fracturar nuestra relación se dio después de ver la película Smoke —cuenta Guillermo—. Alejandro me dijo, “cuánto por eso que estás escribiendo (Amores Perros)?” Le dije, “no quiero dinero, sino recibir los premios juntos y aparecer los dos como creadores de la obra”. Me dijo, “va”, y nos dimos la mano.»

Arriaga ha encontrado en Smoke, la cinta ganadora del Oso de Plata, la inspiración para defender los derechos de los escritores de cine. En 1995, el director de esa película, Wayne Wang, invitó al novelista Paul Auster a incorporarse al casting, la elección de las locaciones, el rodaje y a cuestiones tan especializadas como el movimiento de cámaras y la edición.

Contrario al “pacto” que refiere Arriaga, las tres películas de ambos sólo registran el crédito «Una película de Alejandro González Iñárritu». Arriaga es el guionista. Punto.

Los casi 90 premios internacionales que en suma han recibido sus tres filmes han sido 90 pequeños golpes que, con los años, lastimaron la relación. En mayo de 2000, Denise Maerker entrevistaba en CNI Noticias del Canal 40 a Guillermo. Amores Perros acababa de obtener el Gran Premio de la Semana de la Crítica de Cannes. El productor del noticiario ubicó en Francia a González Iñárritu para ofrecer una entrevista conjunta. Cuando anunciaron que el director pasaría al aire, Arriaga se indignó: «¿Para qué me traen si lo van a llamar a él?»

El dinero, que en Amores Perros no fue factor, pronto avivó el fuego. Se estima que Arriaga obtuvo 10% de lo que ganó Alejandro por los dos primeros filmes (ese porcentaje es el usual en Hollywood) y que en Babel su ingreso cayó al 7%. Al conflicto lo agravan las regalías, distribuidas de forma proporcional y que son jugosas: 21 gramos ha recaudado US 61 millones y Babel US 94 millones.

—Ahora que encabezas esta reivindicación de los guionistas…

Arriaga deja de verme. En la sala de su casa hace el rictus de quien huele algo que apesta. Me acuerdo del cazador que dice ser. Ignoro qué parte de mi pregunta lo indignó. Baja la frente y me observa, rígido.

—Yo no soy guionista

—¿Cómo?

—Soy un escritor. No hago guías de nada

—Sí, me refería…

—Te voy a explicar. El escritor es la parte más alta de la creación. El inventa el mundo. El director sólo interpreta. Mis obras indican todo, hasta el color de las sillas. En 21 gramos escribí que “Marianne Jordan” estaba sentada en una silla blanca de plástico. Y en Menphis, por supuesto, escogimos para rodar una casa que tenía sillas blancas. De plástico.

¿Y qué opina el director?: «Un guión no es más que la aplicación técnica de una historia (…) montar la película es reescribirla», dice Alejandro en el libro Babel. Y Arriaga contraataca: «Hay quienes dicen que la película se reescribe en el montaje. Falso. Sólo se reestructura».