David Kim Kong trabaja por su cuenta en un pequeño estudio en donde apenas entra luz en la colonia Santa María la Ribera, frente al mercado de Bugambilias. Es contador público, egresado de la UNAM, y tiene esa manera pausada y estructurada al hablar, usual en los hombres que manejan el lenguaje de números. Sus facciones delicadas y ojos pequeños contrastan con su firme acento chilango.

Aunque su sangre es 100% coreana, Kim es mexicano, nacido en el DF, de segunda generación. Su abuelo fue uno de los 1033 coreanos que llegaron con la primera inmigración de Corea, en 1905. Con la promesa de ir a trabajar a un paraíso partió del Puerto de Incheon y llegó en barco a Salina Cruz, Oaxaca. De ahí se trasladó hasta Yucatán, con un contrato para trabajar cinco años en fincas de henequén. Cosechar esta materia fue más duro de lo que esperaban los recién llegados a este pais que les resultaba tan extraño en idioma, costumbres y gastronomía, pero una vez aquí no pudieron irse: el 1 de noviembre de 1910 Corea fue invadida por Japón y no pudieron regresar a su país. Su situación empeoró cuando estalló la Revolución. Algunos siguieron trabajando en Mérida, y muchos se dispersaron por estados como Campeche, Veracruz y Tamaulipas. Hasta 1945, al terminar la Segunda Guerra Mundial, Corea obtuvo su liberación, así que durante 40 años de incomunicación con su país de origen los inmigrantes no tuvieron más remedio que adaptarse a su nuevo hogar.

En 1962 se establecieron relaciones diplomáticas entre ambos países y para fines de los 80 había cerca de 60 países en el DF. "Nosotros, los descendientes de los primeros inmigrantes, no conocíamos de Corea mas que lo que nos platicaban nuestros padres. Éramos coreanos sólo de nombre".

A Kim le pasó lo que a muchos mexicanos de segunda generación en Estados Unidos: en la escuela siempre había que defenderse, por ser "el chino" que se veía diferente. Años después, las disputas aún continúan; ahora con los miembros de la nueva ola que comenzó a llegar a México en 1990, con jefes que no lo consideran igual por no halar coreano, y por no querer trabajar al ritmo que ellos. "No pertenecemos ni aquí ni a allá. los coreanos no nos consideran coreanos, somos de segunda clase, y los mexicanos tampoco nos ven como parte de los suyos. Vivimos en dos mundos".