La vida de los Trujillo Padilla cambió el 15 de julio de 2003. Carolina llegó a la oficina de El Mañanero a las 4 am, pálida y con un abrigo grande pese al calor que hacía. «Me duele horrible la cabeza», dijo. A las 5:30 am, Víctor bajó a iniciar el programa y ella se quedó en la oficina. A las 8:30 am Verónica, su asistente, se preocupó: la productora no había salido en tres horas. Al acercarse a la puerta, ella y David Filio -colaborador del programa- oyeron un grito, y luego silencio. Al abrir, Carolina estaba con la cabeza en el escritorio -como dormida-, un tono azuloso y respirando con dificultad. El teléfono en la mesa de El Mañanero sonó en un corte: desde la cabina avisaron a Víctor lo ocurrido. Colgó, dio una orden al floor manager: «no sé si regrese», y otra al cronista Jorge Camacho: «te encargo el programa».

Víctor se sentó en la ambulancia junto a Carolina, que ya tenía un catéter. En el Ángeles del Pedregal los estudios arrojaron que por un derrame cerebral su estado de salud era crítico. A las 2:30 pm de ese 3 de julio de 2003 la estaban operando.

Desgastado, Trujillo prendía un cigarro tras otro y no dejaba que nadie lo acompañara en el balcón que reservó para sí. Cuando le dieron ropa para cambiarse, aún vestía como Brozo. Al inicio se negó a comer. A las 8 pm los médicos anunciaron que Carolina estaba grave. Debía ser operada otra vez. Trujillo pidió que nadie diera aviso a sus hijas, que en ese momento hacían un viaje escolar en Estados Unidos.

Nunca lloró en público ni perdió la amabilidad, pero su sonrisa desapareció 20 días. Durante una semana permaneció en el hospital, sin acudir al programa.

Carolina estuvo en coma cinco semanas y fue dada de alta. Pero el 2 de mayo de 2004 el actor recibió una llamada de su hija Carolina mientras iba al aeropuerto: su mamá había sufrido un infarto al miocardio y estaba grave. Víctor regresó y pudo despedirse de su esposa, que murió a los 47 años.

Al funeral en Gayosso acudieron desde el secretario de Seguridad Pública capitalino, Marcelo Ebrard, hasta el secretario de Energía, Felipe Calderón.

El suceso golpeó a la familia. «Ella llevaba la casa, cuidaba a sus hijas, solucionaba todo. Víctor estaba en su computadora, su música, sus libros. Al faltarle debió tomar las riendas: ir al súper, hacer cheques, ir a las juntas de la escuela. Todo le cayó de golpe», dice Ramiro Gómez. «Carolina era el pararrayos y la administradora del talento de Víctor -agrega Castellanos-. Nunca le dejaba tener problemas en el trabajo. Si alguien tenía una queja, iba con ella; si Televisa quería discutir algo, lo hacía con ella.»

-¿Cómo fue ese momento? -cuestiono a Trujillo.

-Ves lo que tienes que afrontar: mis chavas adolescentes, los novios, el ginecólogo. Además, la casa tiene que correr: el gas, la muchacha, las tenencias, los prediales. Había 19 pendientes y 30 cosas que aprender.

El despertador sonó a las 3:30 am. Como desde hacía diez años, Víctor se colocó el pants y la playera holgada -su atuendo ante la cámaras:- una vez más, cumplía el rito con el que el payaso empezaba a poseerlo. Pero esa vez fue diferente. Menos de dos semanas atrás había muerto su esposa, Carolina y, como nunca antes en su vida, sentía que se estaba disfrazando. El juego estaba terminado.

El hombre de 43 años sabía que en una hora debía estar en el foro B, maquillado y con una peluca verde dando noticias con voz impostada. Sentía que entraría a una fábrica. Sería un obrero con un overol. «No, cabrón, esto sí no. Puedo divertirme cuatro horas, pero no padecerlas», pensó.

Camino al foro B, lo decidió: El Mañanero se acabó.

-No puedo más con esto -le explicó a Gómez, vicepresidente de Televisa.

-Tómate un tiempo, no te preocupes -respondió el directivo.

Un mes después del fallecimiento, Trujillo se quitó la peluca y la nariz roja. Frente a las cámaras quedó un hombre que respiraba profundo. «Es mejor finalizar esta etapa», dijo. Sus dos hijas lloraron en el estudio.

Esa despedida también fue el último día en Televisa para varios de su staff. Al menos 17 personas que lo seguían desde CNI se quedaron sin trabajo: «estoy atado de manos, no hay nada que pueda hacer», les dijo. «No nos ofreció nada, ni una explicación. Muchos supimos del fin del programa el lunes que lo anunció al aire. Fue un “adiós, muchas gracias”», dijo un miembro de la producción que trabajó seis años con él, y que pidió omitir su nombre.

-A los dos meses revives a Brozo -le digo a Trujillo.

-Sí, cuando veo que puedo empezar a divertirme otra vez, me digo a ver, dónde me quedé ¡Ah!, aquí, vamos a jugar de nuevo.

En mayo de 2005, Trujillo inició una relación con Rosa María de Castro, conductora desde 1986 en Imevisión. Ahí, según gente cercana, ella conoció a la esposa de Víctor, Carolina, de quien se hizo amiga. Condujo Hechos y por 15 años estuvo en el área de noticias. El noviazgo con Víctor duró dos años.
REFUGIOS

Trujillo comenzó a jugar golf en los 90 con Luis Velázquez, productor de En tienda y tras tienda. Iba al Club Los Tabachines, en Morelos, donde hacía lo que hasta hoy prefiere: jugar solo o, acaso, con sus hijas o el caddie. Hace cinco años construyó una casa de campo junto al Club de Golf Malinalco para tomar sus palos Callaway y hacer el deporte que lo relaja. «En esa casa se respira paz, es su refugio. Ahí hemos reído, llorado, debatimos en sobremesas de horas», dice su amigo el chef Rodrigo Llanes.

«Víctor es amable con todos, pero casi con nadie se abre. Muy pocos lo conocen», dice Ramiro Gómez, su amigo. Llanes añade: «Es difícil que deje entrar gente a su vida. Te sientes en confianza, sientes que te entiende y eso puede hacer pensar a la gente que son amigos, pero no necesariamente es así.»

Pese a la imagen de bromista y desfachatado, Víctor es solitario y silencioso. «He sido una persona inhibida», reconoce.

Toca el piano, la guitarra y pasa horas componiendo temas de blues, jazz, rock o son cubano en su computadora. «La música es mi pasión secreta», dice. Fanático de los gadgets, ha tenido hasta siete computadoras al mismo tiempo. En su estudio se desvela con videojuegos como Age of Empires, o leyendo. A últimas fechas dedica tiempo a las novelas del español Carlos Ruiz Zafón.

Su actividad televisiva ha ido bajando: una vez a la semana graba El Notifiero, y a veces es invitado en Tercer Grado. Hoy, en cambio, este habitué de los restaurantes Villa María, Alaia y Hunan ha hecho un negocio de su gusto por la gastronomía y los vinos (es un fanático del tinto español Vega-Sicilia “Único”). Hace dos años, en una comida informal, el comediante, su amigo Llanes y el abuelo de éste, Juventino Castro y Castro -ex ministro de la Suprema Corte- acordaron crear El Jolgorio Cibeles, un restaurante mediterráneo en la Colonia Roma que se divide en bistró, café y área para eventos.

-¿Estás en un momento de descanso?

-Me estoy tomando mi tiempo. Hace tres meses fui con Andrés Bustamante a tomarme unos tragos en su pueblo (Puerto Vallarta). Le dije: «¿Te das cuenta que hasta los 50 años estamos de parranda?» Nunca lo hicimos por estar en la chamba, tratando de construir cosas. Ahora, pelones y con hijos de 20 años, podemos decir: «Nos estamos reventando, cabrón. Es histórico.»