En la pasada clase de tubo, tras un girito que se llama «Peter Pan» y que en cualquier momento puede lograr que una se rompa la muñeca (pero que se ve precioso), me contó Jezabel, mi paciente maestra, que pronto ella y su escuela de pole dancing estarían saliendo en las páginas de esta ilustre revista.
-¿Sí conoces Chilango, verdad?, -me preguntó.
-¡Pues claro! En mi tarjeta de presentación dice: «Mónica Braun: balconeando su vida en Chilango desde noviembre de 2003».
-Pero si tú eres… ¡Mónica Braun! ¿Esa Mónica Braun?

No daba crédito. Me ve llegar todos los lunes por la tarde vestida de burócrata y salir dos horas más tarde con pants y tenis, despeinada y sudorosa, ¿cómo se habría imaginado que era la Mónica de la columna? Sexy a todas horas, matahombres de tiempo completo, más alta, más delgada, más guapa y más joven…
La mal disimulada decepción de mi maestra me dejó pensando en que también en la escuela de mi hijo debo ser para las misses otra persona: la mamá del niño travieso, la señora que va a las juntas y protesta cada vez que hay actividades para los padres, entre semana, a las 12 del día; la que llora en los 10 de mayo cuando cantan los niños…

Yo, como muchas otras, tengo una vida no doble, sino cuádruple. Soy esforzada burócrata, estudiante de baile tardía, madre poco paciente y escritora sexosa, y hago malabares continuos para hacer coexistir mis identidades. Pero al menos esas vidas mías no han debido mantenerse en secreto unas de las otras, porque hay quienes sí viven en el estrés constante de no ser descubiertos jamás.

Por ejemplo, en el primer departamento que habité con mi primer ex (que entonces no lo era), tenía por vecina a una mujer como de 50 años con un carácter espantoso y un niñito adorable de la edad que hoy tiene el mío. De su casa salían día y noche gritos espeluznantes. Y una o dos veces por semana sus maldiciones eran coreadas por las de un señor de voz grave que la visitaba por algunas horas, mismas que pasaban peleando sin cesar. Nunca supe si la casa chica de ese hombre era la de mi vecina o esa era su casa oficial, pero era evidente que el señor tenía dos casas, y que en ninguna de las dos era feliz.
Pero otras personas con dobles vidas las experimentan sin despeinarse. Es el caso inaudito que me acaban de contar unos amigos. La prima de uno de ellos tenía un novio, ambos con perfil en Facebook. Antonio Olivares, lo llamaremos a él, aunque su nombre completo podría ser Luis Antonio Olivares Vázquez. Todo el mundo podía ver que tenía una relación con Laura Rodríguez, pongámosle por nombre. Mensajitos cursis en el muro, un montón de amigos comunes en el perfil. Lo de siempre.

Pero un día alguien se dio cuenta de que un tal Luis Vázquez era igualito a Antonio Olivares. Trabajaban en el mismo lugar, les gustaban las mismas películas y eran fans de los mismos grupos de rock. Sólo que ese Luis tenía otra novia (llamémosla Patricia Campos). Mensajitos cursis en el muro, un montón de amigos comunes. Lo de siempre. Debía ser un error. Debía tratarse de un parecido asombroso en gustos y fisonomía, o de un doble, como en La doble vida de Verónica. Alguien, en otro lugar, vive una vida ajena, pero lleva un rostro idéntico al nuestro. Porque nadie, en sus cabales, le pondría el cuerno a sus novias a la vista de la comunidad internacional con semejante desparpajo.
No pasó mucho tiempo para que Antonio terminara con Laura, con quien había tenido una relación aparentemente normal durante casi dos años. Luego, Laura supo que Antonio se casaba con una tal Patricia.
Yo, que no sé mentir, y que tuve durante años una culpa espantosa por haberme robado un limón de la recaudería, cuando niña, no salía de mi asombro cuando me contaron el caso.

Esos hombres, ¿qué sentirán cuando engañan a la gente que confía en ellos? ¿Que son muy poderosos o muy listos? Más aún, ¿se excitan? ¿Y por qué hay más hombres propensos a estas conductas que mujeres? ¿Es algo que la naturaleza les provee, junto con el prepucio? ¿O es que las mujeres somos iguales y simplemente no me he dado cuenta? Yo, al menos, no he sabido de ninguna que tenga casa chica, ni en la vida real ni en facebook. (¡A qué horas?)