El legendario Hotel Mazatlán

Sexo gay sin tapujos

Llegar al hotel Mazatlán casi a la media noche algo tiene de deporte extremo. Las inmediaciones del Metro Salto del Agua lucen cada vez más solas. Algunos llegan en coche o en taxi. Algunos más aventureros optan por llegar caminando. Sobre la calle Nezahualcóyotl casi no hay luz, a excepción de dos altares a la Virgen de Guadalupe. Al llegar por fin a la esquina con el escondido Callejón de la Igualdad, el cuerpo se relaja un poco. No es precisamente un lugar fresa, se trata de una callejuela escondida entre la colonia Centro, la Obrera y la Doctores. Uno respira tranquilo al constatar que no le chingaron la cartera ni el celular.  

El registro

Sólo llegar al pequeño cubículo que sirve de recepción ya es un chicotazo de adrenalina que corre del estómago hasta la boca.  

-¿Tienes habitaciones? 

-Híjole, nada más de entrada por salida. 

-Está bien. ¿Pero sí es de arriba, verdad? 

-Sí. 

-¿A qué hora vence?  

-A las tres de la mañana. 

-Sale, dame un cuarto. 

-Son 190 pesos.

Mientras el recepcionista busca mi llave, observo un cartel en el que se advierte que para entrar en el hotel hay que ser mayor de 18 años y comprobarlo mediante IFE, lo que nos asegura que no estamos precisamente en un hotel familiar. Finalmente me entrega la llave del cuarto 31. El hotel tiene planta baja y tres pisos. Me toca en el de hasta arriba.  

Mi pregunta sobre si mi habitación es de los pisos de arriba no es casual. En la planta baja no hay acción, incluso a veces una que otra pareja hetero despistada se queda ahí. Lo bueno está en las plantas superiores. Quienes ahí trabajan saben muy bien de qué va el negocio: prefieren cobrar por unas horas que por el día entero. Saben que pasando unas horas pueden desalojar a los “huéspedes” y dar entrada a una nueva remesa de cuerpos calientes. 

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Las habitaciones 

Llego a mi cuarto. Está muy lejos de ser un lugar deseable para quedarse, aunque aquí pocos, muy pocos, vienen a eso. Las colchas son viejas, las teles antiquísimas pero funcionales. Al encenderlas hay, como era previsible, canales porno. La cama es tamaño matrimonial, los burós y cabeceras son de madera y están descarapelados. Hay un papel higiénico nuevo y otro a medio usar. En el baño hay sobrecitos con jabón, shampoo y crema humectante, además de un par de toallas rasposísimas, todo estampado con el logo del hotel. Por supuesto, hay un espejo en la pared junto a la cama, para esos que les gusta verse al momento de la acción o los que se graban con sus celulares. 

Las reglas del juego 

El modus operandi es dejar la puerta abierta y tenderse en la cama, encuerado, a veces masturbándose, esperando a que alguien que pase le guste lo que hay y decida entrar. El outfit preferido por los asistentes son los jockstraps que dejan las nalgas al aire como una invitación, así como los cockrings para mantener las erecciones por más tiempo. 

Hay quienes no esperan y aplican la técnica de vagar por los pasillos, donde varios flirtean y si encuentran algo que les gusta se lo llevan a su cuarto. Aquí el lenguaje corporal es lo más importante: si el cazador de pasillo te llamó la atención, cruzas miradas con él. Si ambos se gustaron, se detienen. Usualmente el activo se soba el pene encima del pantalón para dejar bien claro quién va a penetrar a quién. Si la pareja de ocasión coincide en roles, lo demás será irse a la habitación de uno de los dos. 

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Entre amigos 

Es común ver a cuates llegando en grupo después del antro. Cargados muchas veces con poppers, coca o cualquier variedad de “dulces”, arman orgías que duran unas buenas horas. Basta con convencer al recepcionista con una tarifa individual por visitante para que los dejen armar la fiesta en el cuarto. Hasta les conviene: tres, cuatro o cinco hombres en un cuarto que es para dos. No hace falta ser un genio matemático para saber que ahí hay billete

No es difícil encontrar material testimonial de estos encuentros: basta con entrar a páginas de videos de sexo amateur y teclear “hotel Mazatlán” o incluso “Maza”, como cariñosamente le dicen algunos, para ver que aquí pasa de todo. El fisting, el bareback, la golden shower e incluso tener acción en los pasillos no tiene nada de raro en este lugar. Y cumpliendo con la profecía de Warhol que afirmaba que en el futuro todos tendrían sus quince minutos de fama, los usuarios del hotel gozan subiendo sus videos para así cosechar votos y comentarios por parte de los espectadores. Trepar el video a la red es la parte final de la experiencia que culmina una noche de sexo sin tapujos. 

Viviéndolo en 3D

Después de vagar por los pasillos y siendo invitado por varios a pasar a sus cuartos para una experiencia uno a uno, al fin encuentro lo que busco: un cuarto con la cortina descorrida con cuatro hombres encuerados donde dos tienen sexo mientras los otros dos se masturban y se besan disfrutando el espectáculo. La puerta está cerrada pero al verme espiando a través de la ventana, me analizan y me dejan pasar. Les gusté. Trago saliva y entro al cuarto.  

No participo. “Ver me excita un chingo, cogen de poca madre”, le digo al activo que penetra a uno más jovencito e intenta meterme mano. Temo que me vayan a mandar lejos por nada más entrar de mirón, pero tengo suerte y no me dicen nada. Los otros dos siguen en lo suyo, pero también me invitan. Observo lo que hay en la cama: ropa, celulares, poppers, aceite de bebé que deduzco están usando como lubricante

Las luces están apagadas; sólo la luz del baño y la de la tele ayudan a mis pupilas que intentan adaptarse. Me acerco a la pareja que está en pleno mete y saca para comprobar mis suposiciones: están cogiendo “a pelo”. 

El pasivo se da un pasón de poppers y hace gesto de convidarme. Me hago tonto y pongo cara de morbo viendo la escena. El activo bombea más rápido y dice “ya me voy a venir, te voy a preñar bien rico”. Se viene adentro del chavito, que no debe tener más de 22 años. No parece temerle a infectarse de algo: forma parte de la generación YOLO. Para ellos el SIDA es una cosa lejana que ya sólo pasa en las películas. Se viene también. Tengo ganas de decirle “coge todo lo que quieras, pero no mames, los condones son gratis en Salubridad y los dan afuera de los antros. Estás bien pinche morro”. Pero no vine a dar lecciones de moral sino a escribir una crónica. Sólo espero para mis adentros que este chaval no aprenda a la mala que, como en los espejos retrovisores, las cosas están más cerca de lo que aparentan y el VIH sigue siendo una realidad bien chafa. 

La salida

Todavía con muchas ideas retumbándome en la cabeza vuelvo a mi cuarto. Veo las grietas del techo intentando imaginar cuántos habrán cogido en la cama en la que yo ahora estoy tendido. Pienso en lo fácil que seria tachar de irresponsables a estos cuates por la manera en que se arriesgan pero llego a la conclusión de que, ya sea cogiendo a pelo, comiendo garnachas o metiéndole pata al acelerador, todos le hacemos guiños a la muerte. Si no es el SIDA, será la diabetes o la cirrosis. Finalmente a todos nos va a cargar la parca y nos suicidamos un poquito cada día. Al menos ellos gozan de sus cuerpos sudorosos y jadeantes en lugar de esperar quietecitos y bien portados que un cáncer se los lleve. 

Tomo algunas notas en mi libreta, la guardo, me fijo que no haya dejado nada en el cuarto. En el pasillo el recepcionista toca algunas puertas. 

-19, ya se te venció el cuarto. 

-Un ratito más, ni he agarrado nada. 

-Van a ser otros 190. 

A regañadientes, el cuate los paga. Dejo la llave en recepción y salgo del lugar. 

“Hay taxis, chavo”, me dice el recepcionista. Le digo que no gracias, que vivo a unas cuadras. El Callejón de la Igualdad luce vacío, salvo por un perro que hurga con el hocico en un montón de basura. A mi espalda el hotel Mazatlán, el legendario Maza, sigue en pie, y seguirá mientras haya hombres calientes que vengan a dejar su semen, su sudor y por supuesto, sus 190 pesos.

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