A un costado de la Cineteca Nacional, justo en el cruce de la Avenida México-Coyoacán y la Avenida Río Churubusco, se encuentra el panteón de Xoco. Su sobriedad responde al momento histórico en el que fue construido: el México posrevolucionario levantaba construcciones austeras en oposición al lujo y al afrancesamiento arquitectónico que caracterizó al gobierno de Porfirio Díaz.

En este lugar trabaja el señor Juan Echeveste. Su oficio: sepulturero. Día con día sus manos diestras, a golpe de pala y pico, remueven la tierra y las criptas que están ubicadas en este panteón.

Al tratarse de un sitio pequeño, ya está sobresaturado. La única posibilidad de que tus restos descansen aquí es que seas descendiente directo de alguien que haya adquirido una perpetuidad. Cuando el familiar muere, don Juan pone manos a la obra y abre la tierra, los féretros y los recuerdos de quienes un día vinieron aquí a descansar en paz.

A todo se acostumbra uno, menos a no comer

-¿Cuánto tiempo tiene trabajando aquí, Señor Juan?

-Tengo 25 años ya. Bueno, empecé en 88 pero como estuve año y cacho a prueba yo empiezo a contar a partir del noventa, que es cuando me dieron mi base. Y hasta ahorita seguimos en esto.

-¿Cómo es que empezó en el oficio de sepulturero? ¿Se lo planteó, le llamaba la atención?

-No, yo allá en el año del 77 empecé como jardinero. Mi trabajo era dar mantenimiento al pasto, agarrar la guadaña y limpiar de hierba. Ése es el trabajo que me asignaron en el Panteón de San Lorenzo, pero cuando me cambiaron acá, como puedes ver no hay mucho que hacer para un jardinero. Entonces me dijeron que la única opción que me quedaba era convertirme en sepulturero o enterrador, como comúnmente se le llama.

-¿Cómo tomó ese cambio?

-Sí resentí, yo nunca había abierto una fosa. Nada te mentaliza para hacerlo. Yo me dedicaba a cuidar parques, a darle forma a las jardineras. Nunca se me va a olvidar la primera fosa que yo abrí. Estaba nervioso, me temblaban las manos y los pies. Ahorita después de 25 años ya me acostumbré, a todo se acostumbra uno, menos a no comer.

La naturaleza es sabia

-¿Le toca hacer exhumaciones?

-Todos los días. Aquí se heredan las perpetuidades, o sea que para enterrar a alguien es necesario desenterrar a los familiares, no hay de otra.

-Hay una leyenda urbana que dice que al señor Joaquín Pardavé lo enterraron vivo y tanto sus restos como su féretro daban cuenta de ello. ¿A usted le ha tocado ver algo así?

-No, para nada. Casi nunca vemos cuerpos como tales, porque pasa mucho tiempo entre un enterrado y otro y los cuerpos se descomponen muy rápido. La naturaleza es sabia. Cuando abrimos las cajas vemos cosas como cabello, eso perdura, también la ropa. A veces cráneos, aunque a veces ni esos quedan completos, puros huesitos sacamos.

– ¿Y qué pasa con esos restos?

-Se vuelven a meter, porque como le dije, éstas son perpetuidades. Y se tiene que hacer en presencia de los familiares. No podemos hacer exhumaciones si el familiar no está presente.

Hay que cuidarse de los vivos

-¿Ha llegado a ver alguna cosa rara, como apariciones, o que escuche cosas extrañas, inexplicables?

-Nada. El miedo es el que te traiciona. Si eres una persona supersticiosa, a todo le vas a querer encontrar explicaciones de ese tipo. Pero llevo trabajando en panteones como te decía desde el 77 y no he visto nada. El que se va, se va y ya. ¿Por qué se quedaría el alma en un panteón?

-Dicen que en algunos panteones los estudiantes de medicina pagan para que les den osamentas o cuerpos para sus prácticas, ¿le han venido a ofrecer dinero por eso?

-Sí he escuchado eso, pero a mí no me ha tocado. Y aunque vinieran, como le digo, aquí las exhumaciones se hacen en presencia de los familiares. ¿Se imagina que abrieran la tumba y no hubiera nada? El problemón en el que nos meteríamos.

-¿Y no le ha tocado que encuentre tumbas abiertas por parte de saqueadores?

– Por fortuna este panteón es chico y todo se oye, además está bardeado bien alto. Para treparse no está fácil. Además aquí vive mi tocayo Don Juan Martínez, allá en el fondo. Él se da sus rondas y así evitamos no sólo que se quieran meter a saquear, sino que también se metan vagos, o gente que venga a delinquir. Porque los rateros están en todos lados. Hay que cuidarse de los vivos, no de los muertos.

-Entonces nada raro…

-Lo que sí pasa y es cosa de todos los días, es que nos encontramos gallinas muertas, hasta cabezas de borrego y de chivo aquí en la puerta del panteón, gente que cree en la brujería. A veces cuando estamos dando nuestras vueltas por los pasillos, vemos que enfrente de las sepulturas dejan fotos con alfileres. Son charlatanes, para ellos es como un empleo. A cambio de una lana hacen creer a las personas y no falta el que se deja llevar.

El andar entre los muertos te hace apreciar la vida

-Oiga, ¿y cómo toma su familia su oficio de sepulturero?

-Pues tengo dos chavos, así como tú, están jóvenes.

-Uh, pues gracias por el halago, pero yo joven, lo que se dice joven, ya no estoy…

-Cómo no, te ves chavo. Te digo que estás de la edad de mis hijos y ellos se lo toman muy normal. No son como mi hermano, que se avergonzaba de que mi papá era pepenador y hasta lo negaba. Así era él, cada quien, no lo culpo. Pero mis chavos me han dicho que están orgullosos de lo que hago, además de aquí ha salido para su estudio.

-Tienen razón, dicen que pena robar y que te cachen…

-Y ya ni eso, joven. Tenemos unos políticos bien cínicos que roban a manos llenas y no tienen ni tantito remordimiento. ¿Por qué me voy a avergonzar yo de un trabajo honesto con el que saqué adelante a mi familia?

-¿Entonces ahorita ya puede decir que le gusta su trabajo, ya no le tiemblan las piernas como aquella primera vez?

-Más me vale que me guste mi trabajo, hay que darle con gusto a la chamba que uno hace. El andar entre los muertitos te hace apreciar la vida. Y estoy consciente de que un día a mí también me va a tocar. No nada más a mí, a todos.

– ¿A usted dónde le gustaría descansar?

-Yo donde caiga. Al fin ya de muerto uno ni siente nada…

Al decirme esto, don Juan suelta una risa que yo correspondo con alegría. Por un momento nuestras voces disuelven el silencio que esta tarde cobija al panteón de Xoco. Concluimos la entrevista porque ya es hora de cerrar, lo sé porque desde la administración un señor de bigote señala su reloj, señal de que ya debo ahuecar el ala. Don Juan toma su carretilla y su pala y yo mi libreta de notas. No nos despedimos: sabemos con claridad que un día el abrazo cariñoso de la muerte nos volverá a juntar.

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