Empezar a trabajar en una oficina… ¡qué emoción!, ya eres ‘gente grande’; arranca una etapa con nuevas responsabilidades, nuevas presiones, nuevos compañeros, y los tan anhelados cheques de las quincenas. Nada más hay que tomar en cuenta ciertos aspectos que podrían, a la larga, resultar francamente nocivos.

Por ejemplo, vas a permanecer mucho tiempo sentado, más que en la universidad porque aquí no hay cambio de salones ni viajes a la cafetería; es muy probable que ya no puedas atender las comidas a tus horas, sobre todo el desayuno, y si lo haces, será con alimentos que no te van a hacer tanto bien. Las consecuencias son terribles: subir de peso, el deterioro de tu salud y no ser tan productivo como esperan de ti, por citar unas cuantas.

No hay que olvidar que el desayuno es la comida más importante del día, y no porque lo dicen las mamás, sino porque después del ayuno nocturno, los alimentos que se ingieran son los que acaban dictando el ánimo de las horas por venir; se requiere una ingesta equilibrada de sustancias que produzcan la energía necesaria para salir airosos en el trabajo a lo largo de la jornada.

Lo ideal es comer el primer alimento del día media hora después de que te hayas levantado; procura que no se prolongue más de un par de horas, si no acumulas hambre y comes más de lo debido.

Ahí te van algunas recomendaciones para que esto no suceda:

  • Compra un jugo y unas galletas de avena, te va a ayudar con mejores resultados para tu digestión.
  • Evita consumir demasiada grasa pues como se va a reducir la actividad física ya te imaginas cómo acabarán tus dimensiones físicas por ese camino.
  • Trata de llevar un par de frutas al trabajo, una manzana y un plátano por ejemplo, o unos duraznos, y programa un pequeño receso para comerlos con un café o un jugo de compañía.
  • Lleva un sándwich de queso con pan integral y un jugo; tu estómago y tu ánimo te lo van a agradecer.
  • Unas buenas opciones son una jícama con limón y sal, unas rebanadas de jamón, un trozo de queso.